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Miguel Hernández. El canto vulnerado.

Retrato- César Frey

El 28 de marzo, siete días después del Día Mundial de la Poesía y cuatro después del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, se cumplió un año más de la muerte del gran poeta español Miguel Hernández. Recordarlo aquí, cuando ya prácticamente se ha dicho todo de él y de su obra, es un riesgo que no le aconsejaría tomar a nadie, pero en el que incurro sin embargo, asumiendo todas las responsabilidades y consecuencias del caso.

 

Por Flavio Crescenzi*

 

(para La Tecl@ Eñe)

Aunque le falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.

Miguel Hernández

I

 

      El 28 de marzo (siete días después del Día Mundial de la Poesía y cuatro después del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia) se cumplió un año más de la muerte del gran poeta español Miguel Hernández. Recordarlo aquí, cuando ya prácticamente se ha dicho todo de él y de su obra, es un riesgo que no le aconsejaría tomar a nadie, pero en el que incurro sin embargo, asumiendo todas las responsabilidades y consecuencias del caso.

    

     Para empezar, quisiera hacer una aclaración con respecto a la generación a la que, tan sólo por cuestiones cronológicas, supuestamente Miguel Hernández pertenecía: me refiero a la llamada generación del 36. Ésta estaba conformada por un grupo de poetas falangistas que, habiendo despuntando antes de que estallara la Guerra Civil, llegó a su apogeo y plenitud en la década del 40 con el apoyo y venia del franquismo. Los poetas de esta generación decidieron volver a las fuentes religiosas, a la poesía íntima, a la evocación lírica y a la contemplación de lo cotidiano, a las experiencias expresadas serenamente en lenguaje claro y sintaxis sencilla, con parquedad en la imagen, más bien insinuadas que expuestas, es decir, a un formalismo clásico que tenía en Garcilaso su norte y paradigma. Pues bien, durante mucho tiempo se ha querido incluir en este grupo a Miguel Hernández, pero tal como lo prueban los hechos, él fue más bien un epígono de la generación del 27,  generación mayoritariamente republicana y definitivamente gongorina, y por lo tanto, nada tenía que ver el autor del Silbo vulnerado ni con la ideología ni con estética de poetas como Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero o Luis Felipe Vivanco. 

     

        Miguel Hernández llegó al gongorismo de la mano de los jesuitas de Orihuela y de las lecturas del 27. Y si bien las vicisitudes de la vida lo obligaron a abandonar muy pronto la escuela para ponerse a trabajar de pastor de cabras, esto no impidió que la poesía siguiera manando de él como un río que venía desde lejos. Los libros fueron desde entonces su principal fuente de educación, lo que convirtió a nuestro poeta en una persona totalmente autodidacta. Miguel Hernández, en suma, era un pastor oriolano que hizo de su bucolismo experiencial tanto una marca estilística como un tópico poético. En ese sentido, es importante lo que expresa en esta carta a Juan Ramón Jiménez:   

    

       No le extrañe lo que le digo, admirado maestro; es que soy pastor. No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez. Y estoy contento con serlo, porque habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre darme otro oficio y me dio este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos.

    

      Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados porque yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, mucho cielo y muy azul, algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo.

      ...Por fuerza he tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano el divino arte... No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya...

     Usted, tan refinado, tan exquisito, cuando lea esto, ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza en que he nacido, yo no sé... por muchas cosas... Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo, que no me deja expresarme bien ni claro, ni decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóneme, y... ya no sé cómo empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías... Tengo un millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios... Dejé de publicar en ellos. En provincia leen pocos los versos y los que los leen no los entienden. Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor.  

      Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid.


II

       Miguel Hernández llegó a Madrid por primera vez en 1931, acompañado de unos pocos poemas y algunas recomendaciones. Intentó encontrar empleo como redactor, pero el intento no dio frutos, lo que lo obligó a volver a Orihuela en pocos meses. Ya de regreso en su pueblo comenzó a escribir los poemas del que sería su primer libro, tal vez influido por la experiencia de este viaje. El resultado fue Perito en lunas, que se publicó con prólogo de Ramón Sijé en 1933, convirtiéndose quizás en el más notable epítome del espíritu gongorino del 27.

     

      Tras la buena recepción que tuvo su ópera prima, Miguel Hernández decidió hacer un segundo viaje a Madrid, esta vez con mejor suerte. Primero fue nombrado colaborador en las Misiones Pedagógicas de Alejandro Casona, luego, fue empleado como secretario por José María de Cossío, director y principal redactor de la enciclopedia Los toros, por entonces en gestación. Su estancia en Madrid también le permitió trabar amistad con Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, quienes le contagiaron un poco su personalísima visión del surrealismo, visión a la que Hernández le agregó el aliento telúrico que lo caracterizaba. Las evidencias de esta breve etapa pueden advertirse en algunos poemas del Rayo que no cesa, publicado en 1936.

    

       Al estallar la Guerra Civil, Miguel Hernández, ya miembro del PCE (Partido Comunista de España), no dudó en alistarse como miliciano, lo que lo llevó a combatir en las batallas de Teruel, Andalucía y Extremadura. Pese a los apuros de la guerra, el 9 de marzo de 1937, antes de marchar al frente de Jaén, se las ingenió para hacer un viaje relámpago a Orihuela con el propósito de casarse con Josefina Manresa, la que sería la madre de sus hijos. Ese mismo año, Miguel Hernández asistió al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Madrid y Valencia, donde conoció a César Vallejo. Más tarde viajó a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República, de donde regresó en octubre para escribir el drama Pastor de la muerte y numerosos poemas recogidos después en su obra El hombre acecha. En 1937 nacieron también su primer hijo, Manuel Ramón, y el libro Viento del pueblo, prologado por el célebre filólogo Tomás Navarro Tomás.

     

      En abril de 1939, concluida la guerra, Miguel Hernández fue detenido por la Policía de Salazar, dictador fascista de Portugal y aliado de Franco, cuando aquél intentaba cruzar la frontera por Huelva. En ese año nació su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien Hernández le dedica “Nanas de la cebolla”. El libro de poemas El hombre acecha hubiera aparecido publicado también ese año, pero el franquismo ordenó la destrucción completa de la edición. Afortunadamente, dos ejemplares se salvaron de milagro, hecho que permitió reeditar el libro en 1981.

     

     Luego de obtener inesperadamente la libertad sin ser procesado en 1939 (según se dice gracias a gestiones de Pablo Neruda ante un cardenal), Miguel Hernández fue de nuevo detenido. Un año más tarde, ya en la prisión de la plaza del Conde de Toreno en Madrid, fue juzgado y condenado a muerte. Cossío y otros intelectuales amigos, ente ellos Luis Almarcha Hernández —vicario de la diócesis de Orihuela y futuro obispo de León— intercedieron por él, y se le conmutó la pena de muerte por la de treinta años de cárcel. Pasó a la prisión de Palencia en septiembre de 1940; y en noviembre, al Penal de Ocaña (Toledo). Un año después, fue trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante. Allí padeció primero bronquitis y luego tifus, que se le complicó con tuberculosis. Falleció el 28 de marzo de 1942, cuando sólo tenía 31 años de edad. Dicen que no hubo forma de cerrarle los ojos.

       

III

     Sé que escribir acerca de Miguel Hernández, cuando ya se ha dicho tanto acerca de su vida y de su obra, probablemente sea un desatino. No obstante, como creo haber insinuado al inicio de este artículo, las fechas algo dicen, algo indican. En los calendarios del mundo, la Poesía, la Memoria y la Justicia están emparentadas al rostro de este mártir que Franco se encargó de silenciar, tal como antes lo había hecho con Federico García Lorca. Marzo es y será por todo esto un poético mes de luto y reconcomio.

    

    Ahora bien, no hace falta aclarar que lo que el franquismo representó en España tuvo su correlato en América Latina con las dictaduras del Plan Cóndor. Franco, Pinochet y Videla fueron tan sólo formas apenas distinguibles de una misma y antigua figura: la del esperpéntico cancerbero que custodia el capital económico y simbólico de una burguesía decadente. Por consiguiente, aunque salvando las distancias, podemos decir que nuestros 30.000 muertos lucharon por causas similares a las que defendía el poeta de Orihuela y sus compañeros milicianos. Del mismo modo, nuestros 30.000  muertos hicieron de su pasión e ideales un acto poético que quedará grabado en la Historia por los siglos de los siglos.

    

    Así es como, debido a las reflexiones que generaron este texto, pero también a esas ironías que tiene la memoria, cuando recordé a Miguel Hernández el 28 de marzo, lo hice todavía con el recuerdo vivo de Paco Urondo, Miguel Ángel Bustos, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y tantos otros. Y al mismo tiempo, cuando el 24 de marzo recordé a los 30.000 que ya no están, lo hice, pensando en cada uno de ellos, con estos elegíacos versos: “No hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida”.

    

    Sí, definitivamente, las fechas algo dicen, algo indican, y marzo será siempre el poético mes de la congoja.

 

 

*Docente, poeta y ensayista.

 

 

     

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