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Cambio climático: Amenaza global

Durante los últimos cuarenta y tres años el despliegue de un libreto “verde” a nivel mundial, y bajo el paraguas de las Naciones Unidas, ha demostrado el carácter ineficaz en el plano decisorio de las acciones para abordar una amplia gama de problemas ambientales que ha venido incrementándose, década tras década, de manera contundente.

 

 

Por Miguel Grinberg*

(para La Tecl@ Eñe)

Durante los últimos cuarenta y tres años, bajo el paraguas presuntamente democrático de las Naciones Unidas (ONU), ha venido desplegándose en el plano mundial un libreto “verde” cargado de metáforas ecológicas y al mismo tiempo carente de real efectividad decisoria. En consecuencia, década tras década, una amplia gama de problemas ambientales ha venido incrementándose de manera rotunda, a la par de conferencias mundiales cada vez menos capaces de elaborar realistas planes de acción para encarar la destrucción de la Naturaleza y el auge de rutinas contaminantes y destructivas.

 

La primera iniciativa global centrada en la necesidad de impulsar medidas preventivas y correctoras al respecto, fue la cumbre sobre Ambiente Humano organizada por la ONU en la ciudad de Estocolmo (Suecia) en 1972. El cónclave emitió apenas una Declaración cargada de buenas intenciones y desprovista de compromisos reales desde un plano geopolítico. En particular porque se trató de una asamblea unilateral condicionada por la Guerra Fría: la Unión Soviética y las naciones europeas alineadas con ella en el Este europeo no asistieron al evento porque la ONU (influenciada por el Occidente capitalista) vetó la presencia de Alemania oriental (adherida a la órbita comunista).

La documentación de la época señaló que durante las sesiones del Comité preparatorio de la Conferencia de Estocolmo, integrado por expertos de 27 países, se puso netamente de manifiesto el enfrentamiento que oponía entre sí a los distintos Estados, según su mayor o menor nivel de industrialización. En los países “subdesarrollados”, la preocupación medioambiental nacida en los países ricos escondía una nueva táctica de los poderosos para asegurarse el disfrute de los recursos naturales, alegando los peligros de la contaminación y del agotamiento de las materias primas, si la industrialización se ampliaba al nivel que aspiraban todos los países menos favorecidos.

 

Como consecuencia de tal disparidad de criterios, la posición de los grupos ecologistas promotores de la Conferencia quedó debilitada, ya que el hecho de pertenecer al bloque de los países industrializados disminuía su credibilidad frente a los representantes de los países del Tercer Mundo. Sin embargo, el Comité preparatorio logró llevar adelante un texto conciliador, el llamado Informe Founex, redactado después de una reunión celebrada en una localidad suiza de dicho nombre, del 4 al 12 de junio de 1971.

 

Desde otra óptica, puramente política, los países socialistas del Este de Europa condicionaron su presencia en la Conferencia a la participación oficial y con plenos derechos de la República Democrática Alemana. Al no llegarse a un acuerdo, la representación de los países socialistas europeos quedó reducida a Rumania y Yugoslavia, con la significativa ausencia de la Unión Soviética y los restantes miembros del Pacto de Varsovia. La República Popular China, en cambio, decidió participar activamente en la Conferencia, en una de sus primeras intervenciones a nivel internacional después de su reciente admisión como miembro de Naciones Unidas, en octubre de 1971.

Dos de los principales problemas ecológicos que pusieron entonces los especialistas occidentales sobre el tapete fueron la lluvia ácida que carcomía los bosques europeos y la aguda contaminación del aire en las grandes metrópolis. A su vez, los ecologistas pusieron énfasis en la dispersión de sustancias contaminantes y tóxicas en todo el globo, y el uso y abuso de los recursos naturales.

Si bien en Estocolmo se aprobó la creación de un Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) con sede en Kenya, la conferencia emitió un tibio Plan de Acción que no decoló ejecutivamente. Por eso, una década después (1982) una “sesión mundial de carácter especial” realizada en Nairobi admitió que el Plan de Acción no había generado políticas correctivas apropiadas.

 

Debió pasar otra década de conversaciones “verdes” sin destino transformador, en medio de documentos científicos enfocados en la destrucción de la Capa de Ozono terrestre por culpa de la emisión de gases industriales clorofluorocarbonados. Así llegó el año 1992 y la cumbre que la ONU plasmó en Río de Janeiro sobre Ambiente y Desarrollo, y que al fin produjo dos convenios vinculantes, uno sobre Biodiversidad y otro sobre Cambio Climático. Este último recién fue articulado en 1997, con opacos resultados: se llamó el Protocolo de Kyoto. Desde ahí, todos los años la ONU ha auspiciado una conferencia de partes firmantes del documento sobre la crisis climática, llamadas COP. La edición 21 de esta rutina anual será celebrada a fines de 2015 en París, donde se espera producir un nuevo documento que reemplace al agónico protocolo adoptado antaño en Japón, donde la tragedia atómica de Fukushima hoy no cesa de producir víctimas.

 

Entretanto, una dependencia de la ONU llamada Hábitat (centrada en la problemática de los asentamientos humanos), viene clamando desde 2011 que hay centenas de ciudades en peligro por “un choque mortal entre la urbanización descontrolada y el cambio climático”, al punto de que en 2050 podría haber 200 millones de personas desplazadas por la crisis atmosférica: “catástrofes sin precedentes, trastornos y pérdidas a gran escala son problemas que afrontan muchas ciudades del planeta debido al cambio climático.”

 

Asimismo, Hábitat remarca que más de la mitad de la población mundial vive hoy día en centros urbanos. Y pronto sumará dos tercios de la población. Las ciudades, con su creciente demanda de consumo y estilo de vida, agravan el ritmo del cambio climático e incrementan los riesgos. Por lo tanto la entidad efectúa un llamamiento para que las ciudades del mundo actúen de inmediato. Sus informes señalan que, si no se adoptan medidas concertadas para reducir los gases de efecto invernadero y fomentar un desarrollo urbano más justo y sostenible desde el punto de vista ambiental, habrá un choque mortal entre la urbanización y el cambio climático. Dicho choque ha sido, y sigue siendo, impulsado por dos factores de origen humano. El primero es la urbanización desmesurada y el segundo es el efecto de los gases de efecto invernadero, lo cual Hábitat dice que ha sido “desencadenado por el desarrollo y la manipulación del medio ambiente”.

Según la agencia de la ONU, el continuo fracaso a la hora de mitigar el cambio climático en los países desarrollados creará más problemas de adaptación generalmente en los países en desarrollo (incluyendo muchos países con insignificantes contribuciones pasadas y actuales al cambio climático).

 

En consecuencia, si las ciudades se convierten en destino de grupos de personas que emigran de zonas rurales donde dejaron sus casas y medios de sustento debido a los daños ocasionados por el cambio climático a la agricultura, por ejemplo, aumentarían el déficit en infraestructuras y probablemente los niveles de asentamiento en zonas peligrosas.

Se destaca que el fracaso de los gobiernos y entidades internacionales en reducir emisiones globales de gases de efecto invernadero y contribuir con la adaptación de las poblaciones rurales y urbanas provocará movimientos de población generados por la crisis y hará de aquellos que deben emigrar grupos vulnerables.

 

En el caso de los “emigrantes climáticos” (victimas del cambio climático y los desastres naturales), no hay certeza sobre qué organismo internacional ayudaría a estos grupos. Hay actualmente peticiones para el desarrollo de una nueva legislación internacional que trate los aspectos relacionados con estas víctimas del cambio climático; quizás en forma de convención internacional para aquellas personas desplazadas a causa de esta nueva amenaza global.

 

 

*Escritor, poeta y periodista argentino. Autor de los libros Ecofalacias - El poder transnacional y la expropiación del discurso "verde" (Ed. Fundación Ross) y Nuestro futuro indómito - Afirmación de la existencia humana como poder visionario (Ed. Ciccus). Memoria de ritos paralelos. Ed. Caja Negra (2014)

Cambio Climático - Daniela Meléndez

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