top of page

 El 18F y el trauma social 

La marcha del 18F, protagonizada por una cuantiosa porción de las capas medias, más bien centradas en la geografía capitalina y en las grandes urbes es el resultado de una suerte de neurosis colectiva originada en el deseo irrefrenable de consumo como meca en la vida y en la angustia que produce cualquier amenaza que pueda trastocar ese destino soñado y por el que se vive-sufre día a día. 

 

Por Raúl Lemos*

 

(para La Tecl@ Eñe)

Lautaro Dores - Serie "Democracia Cero"

Mas allá de las conspiraciones e intrigas derivadas de los juegos en el tablero internacional, y del aprovechamiento que de él hace la malla local de poderes fácticos, conformada por el monopolio mediático, una parte significativa de la oposición política y la entente entre jueces y servicios de inteligencia, existe un soporte natural que brinda una parte de la sociedad en la que, no sin interés, calan los efectos de aquella urdimbre.

 

Se traduce en un correlato o relación estrecha entre el consumismo como ordenador de vida -con la mirada puesta en el hemisferio norte y el dólar como estandarte-, la tan meneada inseguridad y episodios de importancia social como la marcha del 18F, protagonizada por una cuantiosa porción de las capas medias, más bien centradas en la geografía capitalina y en las grandes urbes.

Esto es, una suerte de neurosis colectiva originada en el deseo irrefrenable de consumo como meca en la vida y en la angustia que produce cualquier amenaza que pueda trastocar ese destino soñado y por el que se vive-sufre día a día.

 

Esa amenaza puede provenir de la inseguridad en cualquiera de sus variantes, sea la común con revólver y antifaz, sean las concebidas en laboratorios más sofisticados de desestabilización social, que como sombra se ciernen sobre las excitadas almas que pujan por los recursos que la maquinaria del sistema les tiene preparados, cual “soma” de “un mundo felíz” para calmar su ansiedad.

 

Ese modo de vida anclado en el consumo progresivo, le insume al común un considerable costo de energías que se puede medir en tiempo, esfuerzo, disgregación familiar, enajenación y stress, solo para señalar las principales alteraciones que produce esta trajinada realidad.

 

De ese modo, entre ese costo que se asume y el placer de disfrutar esos objetos no sólo por el beneficio del uso, sino más determinantemente por su detentación cuál fetiche que sienten los “destaca” como clase, se establece un delicado equilibrio siempre en jaque.

En la índole de esa amenaza que viene como accesorio de los bienes-objeto aprehendidos con aquella subjetividad, se encuentra la raíz de la neurosis que nutre incesantemente ese modo de vida, y que se extiende además a otros sectores que por sus menores ingresos no son presa tan segura de la compulsión consumista, pero que sí están estructuralmente influidos, en razón de la posición social dominante de los más pudientes y su sitial referencial en la escala social.

 

La amenaza, no se encuentra lógicamente verificada en la realidad y menos con esa intensidad. Sin embargo, dicha representación es así permeada por las usinas mediáticas en el imaginario colectivo como presencia ineludible y necesaria del acontecer cotidiano, convirtiendo a los consumidores en agentes más o menos activos de la distorsión buscada.

 

Es ese entramado lábil de la matriz social lo que permite que aniden en él con deformada intensidad eventos como los que se vivieron recientemente con la denuncia del fiscal Nisman y su posterior muerte. No porque no sea de gravedad institucional la desaparición violenta, suicida o no, de un funcionario de ese rango y en la circunstancia de máximo responsable de la investigación del mayor atentado perpetrado contra la Argentina que costara 85 vidas. Pero lo que podría haber constituido un hecho de consternación y obvia preocupación, se transformó al calor del interés sectorial oculto bajo los paraguas, en un mitin para proteger el soporte oscuro de intereses y relaciones que operaron por detrás de la denuncia de Nisman, y que representan en sí mismos el verdadero peligro para la democracia.

 

No va a ser sencillo desarmar esa asociación espontánea entre el modo de vida de una porción social decisiva en un país con una conformación poblacional y política estructuralmente híper-centralizada, y los intereses fácticos, aún travestidos, de siempre. Prueba de ello son los -por primera vez en nuestra historia constitucional- tres períodos consecutivos de un mismo proyecto político en el poder con la real exhibición de datos y hechos inéditos que evidencian el cambio. No obstante, la democracia volvió a sentir en estos días ese soplido angustiante en la nuca.

 

Conjurado el peligro en forma temporaria luego de la sentencia de un juez probo, nos queda la resaca que apura el interrogante acerca de si fue una muestra de la fortaleza de lo hasta acá construido o del estrecho margen por todo lo que aún falta.

 

 

* Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad.

 

bottom of page