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Doble

Toda historia,  privada o pública, es interesada. Es en este sentido que la subversión, otra versión, diversa, resulta tan incómoda para los que aspiran a imponer su historia como La Historia o su versión como La Versión. Resulta así inquietante la subversión para los promotores de La Versión, quienes despliegan su descomunal maquinaria de neutralidad para ocultar sus propios intereses.

 

 

Por Manuel Quaranta*

 

(para La Tecl@ Eñe)

Yo juntaba los pedazos dispersos,

                                                intentando recomponer

                                                                                              la tela del pasado.                                                            Milton Hatoum

Toda historia, pública o privada, es una versión. Toda versión es una interpretación. Cada interpretación implica una subjetividad. Toda subjetividad supone un interés. Toda historia, entonces, privada o pública, es interesada. Es en este sentido que la subversión, otra versión, diversa, resulta tan incómoda para los que aspiran a imponer su historia como La Historia o su versión como La Versión. Resulta así inquietante la subversión para los promotores de La Versión, quienes despliegan su descomunal maquinaria de neutralidad para ocultar sus propios intereses. Si, llegado el caso, la prevención no es suficiente y afloran las condiciones que determinan a La Versión, entonces la enorme maquinaria se transforma en productora de cadáveres y desaparecidos o, en tiempos democráticos, en oposiciones férreas, inconmovibles, odiosas, y sí, muchas veces, sanguinarias, aunque la metodología y las consecuencias del accionar resulten menos desdichadas que en tiempos dictatoriales.

 

Hechas las aclaraciones, paso a explicitar las preguntas: ¿Quién es Cristina Fernández de Kirchner? ¿Cuál es su versión? ¿Cuál es mi versión de ella? ¿Cuál es tu versión de los hechos? ¿Qué intereses me mueven a defenderla o atacarla? ¿Por qué algunas de sus decisiones generan interpretaciones  tan opuestas? ¿Una palabra, una frase, un acto pueden definir en su totalidad a CFK? ¿Cómo puede causar tanta admiración y tanto odio al mismo tiempo?

 

Aunque parezca mentira, en la película El Ciudadano (Orson Welles, 1941) podría estar la clave para considerar las preguntas planteadas, ya que el film norteamericano constituye una de las tentativas más logradas en la historia del cine por sacar a la luz una imposibilidad: la de toda biografía que pretenda ser completa. Existen varias versiones, múltiples perspectivas desde donde contemplar a un hombre o a una mujer, sus decisiones, sus movimientos, sus discursos, pero estas versiones formarán parte de un conjunto más amplio cuya suma no implica nunca la posibilidad de alcanzar un todo, debido a que el todo, en este caso, excede a la mera suma de las partes.

 

El Ciudadano cuenta –pretende contar– vida y obra del millonario multimediático Charles Foster Kane. Nada más comenzar el film, un supuesto informe periodístico –que hace las veces de prólogo– apunta a delinear la personalidad del magnate; es allí cuando se produce el primer conflicto; que da la pauta de las dificultades que envuelve la empresa de constatar quién es quién: el señor Thatcher, banquero de profesión, tutor de CFK, afirma: “es un comunista”; luego, inmediatamente, en una protesta obrera se reclama: “es un fascista”; por último es el mismo CFK quien aclara: “sólo soy un americano”.

 

¿Quién es CFK? ¿Es un comunista que pretende terminar con la propiedad privada? ¿Es un fascista que ataca a los obreros y quiere clausurar los medios de comunicación críticos? ¿Cómo dilucidar este rompecabezas que constituye la personalidad de un ser humano? ¿Cómo develar los intereses contrapuestos en las diferentes interpretaciones? ¿Cuando alguien afirma algo sobre otro, no es de él mismo de quien está hablando, de sus propios temores, angustias, deseos o miserias?

 

El film se va construyendo a partir de entrevistas cruzadas, testigos dispersos, puntos de vista encontrados, versiones contrapuestas, espejos que reflejan innumerables figuras, incluso en una escena CFK, a modo de confesión, expresa: “No se da cuenta de que habla con dos personas”. Evidentemente se queda corto. Uno no es dos: es una multiplicidad. Infinitos sujetos que atraviesan una existencia signada, a pesar del discurso científico, por la opacidad, el desconocimiento; cómo acceder a lo infinito, sería la cuestión. Y esta es la apuesta del film: se juega, siempre, para perder, pero se juega.

 

Sin embargo, entre tanto escepticismo, una verdad quedaría revelada: nunca sabremos con certeza quién es CFK; aunque, no todo está perdido; ante nosotros, para juzgar, aparece una pintura de los que elogian y admiran y de los que detestan y odian. Ante nosotros se despliega una serie de intereses antagónicos que permiten determinar, al menos en principio, de qué lado queremos estar: no es poco.

 

 

 

*Licenciado en Filosofía, docente de la Universidad Nacional de Rosario, escritor.

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