Acuerdos bilaterales con China
Relaciones estratégicas con el Gran Dragón Rojo
Las relaciones de Argentina con China no se circunscriben a los últimos dos años. A partir del año 2004, estos dos países profundizaron su relación bilateral y fue ese mismo año en el que el ex presidente Néstor Kirchner viajó a Beijing. A finales de 2004 Kirchner recibió en la Casa Rosada a su par Hu Jintao. En 2014 el presidente Xi Jinping visitó nuestro país. Entre 2004 y 2015 hubo tres misiones presidenciales argentinas al país asiático, y de relación estratégica se pasó a la jerarquía de “relación estratégica integral”. Es decir, y más allá de que pudo existir una falla en la coordinación entre organismos del Estado argentino para lograr ese “tejido fino”, las relaciones con China no tienen un carácter de improvisación, como la oposición política al kirchnerismo planteó al rechazar días atrás los acuerdos bilaterales aprobados por la mayoría del oficialismo.
Por Néstor Restivo*
(para La Tecl@ Eñe)
Desde 2004, Argentina y China profundizaron notoriamente su relación bilateral. Ese año, el presidente Néstor Kirchner –como habían hecho sus antecesores, pero fijando más estratégicamente ese vínculo- viajó a Beijing y otras ciudades chinas y recibió luego, hacia fines del mismo año, la visita de su par Hu Jintao en la Casa Rosada. A partir entonces se estableció una “relación estratégica” que multiplicó como nunca antes el comercio y las inversiones. Tanto que una década después, ella saltó a la jerarquía de “relación estratégica integral”, la segunda más importante que otorga a sus socios la RPCh (República Popular de China), sólo superada por la que gozan únicamente Rusia y otros países vecinos de China, por razones geopolíticas.
Entre 2004 y 2015 hubo tres misiones presidenciales argentinas al país asiático (la citada y dos de Cristina Fernández de Kirchner, en 2010 y en 2015), dos de los máximos líderes chinos (más una de su primer ministro Wen Jiabao), la mencionada de Hu y la de Xi Jinping en 2014; decenas de viajes en un sentido u otro de ministros, viceministros, secretarios, gobernadores de provincias e intendentes; directores de organismos como el Conicet, el Senasa, INTI, INTA, el Banco Central, la CNEA, la CONAE o empresas como YPF, con sus pares de China visitando casi todas las provincias de Argentina. Todo ello para no citar los vínculos de sectores privados, sean empresarios (miles viajaron estos años para hacer negocios), referentes culturales, deportivos, académicos, etc. Es decir, y más allá de que pudiera haber habido errores o falta de una coordinación más fina entre organismos del Estado para tejer la relación, ésta fue cualquier cosa menos improvisada o de “manotazo de ahogado”, como la oposición política al kirchnerismo quiso hacer creer cuando rechazó días atrás los acuerdos bilaterales, aprobados por la mayoría del oficialismo. En los once años de kirchnerismo China fue un factor clave de la política externa. No sólo económica: ahí están las coincidencias en foros como el G-20, la ONU o tantos otros foros de debate sobre los desafíos actuales del mundo actual, desde el rol de los fondos buitres hasta los conflictos bélicos. Siempre ha habido coincidencias entre China y Argentina.
Se ha señalado que habría con los chinos una nueva dependencia, del estilo que Argentina tuvo con Estados Unidos o Inglaterra, o aun con España en tiempos de la colonia. En la oposición llegaron a aventurar que era lo mismo que la relación con el Fondo Monetario Internacional, que el kirchnerismo tanto criticó, al punto de no pagarle todo lo adeudado (por gobiernos anteriores, igual que el resto de la monumental deuda externa) y así sacarse de encima sus “recomendaciones”. Se "olvidan" que el FMI llegó a tener una oficina en el Banco Central argentino, y que al menos desde 1985 hasta 2002 participó activamente en el diseño de las políticas internas argentinas. Nada de eso ocurre con China, aunque como país prestamista fija, como no podría ser distinto, condiciones sobre el capital que envía. Aquí o donde preste.
China fue un país que sufrió en carne propia el colonialismo, más que ejercerlo. Entre otros países, de la Gran Bretaña con que Argentina empezaba a tener por entonces un lazo de “complementariedad”, vendiendo carne y cereales y comprándole industria o ferrocarriles. ¿El lazo es igual ahora? Creemos que no necesariamente debería ser así. Además de las diferencias entre le hegemonía británica y el actual mundo multipolar al que aspiran Argentina y China, sus acuerdos incluyen la agenda de desarrollo industrial que en Argentina está pendiente. Pero depende no de Beijing sino del sector privado argentino que se ocupen los lugares que, en las inversiones orientales en Argentina, se han dispuesto para empresas argentinas.
Como se señaló, desde el Estado se hicieron esfuerzos en múltiples viajes, ferias y misiones para abrir las posibilidades del mercado chino de casi 1.400 millones de personas. Sentó esa plataforma que debe aprovechar el empresario privado ¿Sólo podemos vender allí soja y cereales? Claro que no, y hay algunas experiencias exitosas al respecto, de muy diversos rubros.
Luego de 2004, el comercio bilateral se multiplicó a niveles récord hasta que China pasó a ser nuestro segundo socio. Al principio Argentina tuvo superávit, pero en los últimos años hubo déficit. ¿Fue porque China lo impuso? Para la RPCh, Argentina –que le resulta un cliente clave en su suministro de soja- en todo su intercambio comercial con el mundo le significa en torno al 0,4 por ciento, por lo que tener superávit o déficit le resultaría indiferente. Por lo demás, Argentina ha tenido desde 2003 un superávit comercial constante en su balanza total, y siempre hay países con lo que hay saldo favorable en divisas y otros con los que hay balance negativo, lo importante es el total. Pero en todo caso, de nuevo, se trate de equilibrar más la balanza comercial o de mejorar el perfil del intercambio con más valor agregado y trabajo local en las exportaciones argentinas, la pelota parece estar puesta del lado de los jugadores argentinos, en especial los privados.
Es conocida la gimnasia de las grandes empresas locales de tener aquí mercados cautivos o bien posición dominante (mono u oligopólica), por lo tanto, ganar más dinero ajustando al alza precios y reclamando devaluación que reinvirtiendo o innovando para que lo que suba sea la oferta y variedad de bienes. Esa práctica cierra el círculo fugando sus excedentes a guaridas fiscales, de paso eludiendo impuestos. Eso explicó parte de las críticas empresarias a los acuerdos con China, que obligan a reinvertir aquí, a competir y a ocupar espacios antes de que lo hagan los chinos, que de estrategia y mirada de largo plazo tienen más conocimientos. En todo caso lo que hubo en 2014 y 2015 fue la negociación y aprobación de un convenio marco que hay que nutrir. Y también, es cierto, algunos acuerdos con adjudicación directa y sin licitación, pero muy pocos. De hecho, por ejemplo las represas a construir en Santa Cruz y en Neuquén fueron licitadas y en
tanto en las primeras ganó una empresa china asociada a capitales argentinos, en la segunda ganó otro grupo (ruso-argentino-español) y la oferta china perdió, sin privilegios.
La relación con China, finalmente, no es un dato aislado del mundo. Hay ya unos 130 países sobre 200 que tienen en el país asiático a su primer socio, sumando comercio, inversiones y flujo de dinero. Por lo tanto China está reformateando toda la economía del planeta y en ese juego entra también América Latina, con la cual (al menos al nivel del Mercosur) se podría mejorar al menos un poco la relación asimétrica con China en términos de PBI o población (otra gran asimetría es la política centralizada y estratégica china versus el habitual cortoplacismo argentino y latinoamericano). Pero la integración regional en el Cono Sur no ha sido hasta ahora un camino sencillo. Aún hay fuertes intereses nacionales que obturan la posibilidad de hacer alianzas frente a China. Para botón de muestra, Argentina debió firmar un swap de monedas por el equivalente a un máximo de 11 mil millones de dólares con el banco central de China cuando su principal socio político y económico, Brasil, bien podría haber ofrecido algo similar con sus más de 350 mil millones de reservas. Lo mismo se observa en la lentitud de la construcción del Banco del Sur, que podría ser una alternativa de financiación de obras que Argentina necesita y que tiene en China –igual le pasa hoy al resto del mundo- a una de las pocas ventanillas disponibles.
La relación con China, si sólo se basa en materias primas por industria, acaso no moleste a países de la región con perspectivas de desarrollo diferente a las que tienen Argentina o Brasil, o México. Pero en nuestro caso, ese vínculo debería fortalecerse con una gramática de complementariedad que incluya la tarea pendiente en nuestro país para completar su desarrollo productivo.
*Periodista. Co-director la revista, portal y programa de radio, Dang Dai, sobre relaciones entre Argentina y China (http://dangdai.com.ar/joomla/)