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La histeria y la historia (Llévame a ver un tren)

En días confusos, donde la comunicación alardea su post-corporalidad, donde el ocultismo de tramas de “servicios”, operaciones, conspiraciones mandan, he allí la pasmosa presencia material, popular, fantasmagórica del tren. Pocas cosas pueden fascinar tanto como su paso impetuoso, su presencia ensoñadora, que es la del propio pasar de la Historia, de lo que nos sobrevivirá. Presente, pasado y futuro, a su paso, allí condensados.

 

Por Sebastián Russo*

(para La Tecl@ Eñe)

.

El flujo incesante de noticias e imágenes, de discusiones y tomas de posiciones virtuales exacerba su vanidad (vana, presumida) ante la impetuosa materialidad de un tren. Uno, que atraviesa la pampa argentina excitando a sus pasajeros, entretenien fotográficamente a unos, cargando de mascullada sorpresa y recelo a otros.

 

Un tren, que mientras la tv se empantana en su propio fango pseudo digresivo, y las redes informáticas juegan a socializar, convoca a insospechados, invisibilizados grupos de obreros a trabajar en la tarea titánica de renovar una trama vial, que ante la insultante sencillez de una firma se condenó a una inutilidad anticipada.

 

Uno, que entre los hierros –oxidados, nuevos- y el cemento, entre la piel curtida y maltrecha de los operarios que se reúnen a verlo pasar, con sus familias dentro (porque el tren es de/para familias obreras), y que pronto circulará sobre las vías que allí mismo, y ellos mismos, están reenclavando, luego de varias decenas de años de abulia y desmanejo, y por tantos
más.

 

Ante esto, el convocado y convocante, obligado y exigente tintineo comunicacional-virtual se torna fuego fatuo, chasquido arrogante, absurda  (perpetua) disponibilidad. Lógicas temporales opuestas, o de convivencia paradójica (la propia del kirchnerismo, entre su afán científico tecnológico  y su dialogo con espectros), separan la angustiante caducidad histérica de un posteo, arrastrador tardo y pobre de un manojo de me-gusta cansinos, de la insospechada existencia de un durmiente de madera, huella histórica fantasmal que
une la forestal con la trochita, el gran capitán con belgrano cargas
.

 

Es, de hecho, el propio y “mero” paso del tren lo que constituye una primera, primaria experiencia de fruición y desajuste temporal, una suerte de epifanía que hermana a quienes saludan con imprecisión y ternura a la máquina rodante, con quienes detienen su trabajo, o quienes simplemente miran, desde adentro, desde afuera.

 

Monstruo sagrado, oruga metálica, ágil mastodonte. Pocas cosas pueden fascinar, conmocionar, a precio tan módico, como su paso impetuoso, su presencia ensoñadora, fabúlica. Que es la del propio pasar de la Historia, de lo que nos sobrevivirá. Presente, pasado y futuro, a su paso, allí condensados. En días confusos, donde la comunicación alardea su post-corporalidad, donde el ocultismo de tramas de “servicios”, operaciones, conspiraciones mandan, he allí la pasmosa presencia
material, popular, fantasmagórica de un tren.

 

(Estas palabras, breves, remanidas, de afanosa y obsesiva “modernidad”, surgen no solo de uno de mis tantos viajes Chivilcoy-Once, y de las noticias contemporáneas relacionadas –noticias que se creyó ya no tener, verdaderas buenas nuevas, junto a las nuevas malas de sesgo imperialista-, sino del rumor de que un libro, no menos contundente, “Vías Argentinas” (editado por Milena Caserola), surgido de un “grupo de investigación” dirigido por Leon Rozitchner y Horacio Gonzalez –tremenda runfla que vuelve absurda/burda a la supuesta y bien-pagada “investigación” académica, academizante, contemporánea-, del mascullado rumor de que estas otras

mismas vías argentinas, según discurrieron sus editores y amigos, estarían pensándose también volver a re-transitar)

 

 

*Sebastián Russo es sociólogo, coordinador de la revista Tierra En Trance y miembro del equipo editorial de la revista En Ciernes. Epistolarias

 

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