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Silencios políticos

El silencio ocupa un lugar de insistente presencia en la historia política argentina, y las “marchas del silencio” señalaron en distintos momentos institucionales situaciones límite. Pero también están los silencios que parecen elegirse porque el discurso que los acompañaría no quiere terminar de emerger o no se ha construido. Últimamente es frecuente el anuncio de alianzas políticas que casi no se dicen, o son acompañadas, precisamente, por una justificación del silencio.

 

 

Por Oscar Steimberg*

(para La Tecl@ Eñe)

Carlos Alonso -1983

A través de la palabra política se propone, se argumenta, se describe, se promete, se contesta… ¿Qué pasa cuando se calla? El silencio puede tener momentos intensos, a percibir como cargados de sentido, o de futuro. Pero ese sentido sólo podrá formularse en palabras: de ellas dependerán también la vigencia de su recuerdo, de sus significados. Y muchas veces se elige que ese momento de la dicción no llegue.

 

El silencio ocupa un lugar de insistente presencia en la historia política argentina, y las “marchas del silencio” señalaron en distintos momentos institucionales situaciones límite. Que llegaron a quedar en la historia hablada, precisamente, a partir de ese silencio: el de las Madres de Plaza de Mayo en su ronda hizo palabra con la historia que no deja de escribirse y de asumirse hasta hoy.

 

Pero también están los silencios que parecen elegirse porque el discurso que los acompañaría no quiere terminar de emerger, o no se ha alcanzado a terminar de construirlo. Últimamente es frecuente el anuncio de alianzas políticas que casi no se dicen, o son acompañadas, precisamente, por una justificación del silencio (del no hablar o del dejar de hablar cuando parece iniciarse una discusión.

 

Dentro del repertorio de discursos de la política los silencios ocupan un lugar. Como en la literatura, en silencios de autor como los recorridos por Vila Matas en su reescritura de Bartleby, o en los géneros de la conversación mediática, desde aquellas entrevistas de Guerrero Marthineitz en que el invitado tenía en algún momento que alargar su respuesta o su comentario porque el entrevistador había decidido limitarse a observarlo con una sonrisa callada. En otros ámbitos, (pero en algún caso muy cercanos, como el de John Cage y la radio) las vanguardias habían puesto los silencios en escena, y no dejaron de convocarlos hasta hoy.

 

Pero aquí también los parecidos entre el discurso político y otros discursos son parciales. El arte no tiene por qué conceptualizar su mensaje, y el discurso político, se sabe, no puede no hacerlo. Lo que no quiere decir que ambas series discursivas no se mezclen o pongan en fase de manera constante, pero sí que no pueden no diferir los efectos de esas interrupciones.

 

Tal vez no valga traer el tema, tal vez sí. El estilo de época pone en escena lo que todo discurso tiene de búsqueda estética y de juego creativo, tanto como otros momentos de la cultura dieron el centro de esa escena al concepto guía y sus desarrollos argumentativos. Pero se habla de acentuaciones, no de sustituciones, y el discurso político confiesa hoy (vuelve a confesar) la condición insoslayable de sus búsquedas retóricas, pero no puede no valorar o no argumentar, porque no puede no proponer.

Salvo que convierta al oponente en esencia y origen de todo mal.

 

Una manifestación silenciosa no propone cambios (salvo que esté pidiendo el fin, entre otras cosas, del silencio, como las manifestaciones contra las dictaduras): propone supresiones, de haceres o cosas. El “no hace falta hablar” parte entonces de la existencia anterior de una palabra indudable, es decir, fuera de todo debate posible.

 

A todo lo dicho, por ejemplo, acerca de la ya  ¿definitivamente? distante marcha silenciosa del 18F podría agregarse que había un especial entusiasmo en los manifestantes, que podría haber sido algo más destacado que lo que lo fue.  Y que era similar al registrado, al menos desde 1955 (hay datos que permitirían pensar que desde 1930) en cada ilusión de fin definitivo de los populismos locales. Algo se ve terminar, o a punto de terminarse, y se espera que en consecuencia toda relación con el mundo cambie, porque una manera de sentir y reiterar una relación con el mundo volverá, aventada ya la invasión que había obstruido la continuidad de las regularidades de una pertenencia que se definía, como todas, por diferencias. Pero dichas así, en plural: sin enumerarlas ni cerrar conceptualmente su sentido. Ahí, la sonrisa de boca cerrada es el arma privilegiada contra los otros y contra uno mismo, que en cualquier momento puede distraerse y mostrar la fragilidad de su propia construcción estilística. Porque el discurso antipolítico elige encontrar, en el discurso político que condena, algo que no es el error ni la posibilidad de error (eso sería entrar en discusión, y es difícil sentirse seguro en eso) sino un modo de hacer, de ser… Las comparaciones entre los referentes de un sector y del otro terminan por ser comparaciones entre un estilo y la falta de él. Y el estilo no se cuida definiendo, argumentando, sino repitiendo un modo de anunciarse, de desplazarse, de reconocerse… O en las intensidades y los ritmos de la alternacia entre el hablar y el callar.   

 

  

*Semiólogo y poeta

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