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Entrevista al poeta Flavio Crescenzi:

 

Un empujón hacia el juego poético

Cadaver exquisito de Bernat M. Gustà, Marc M. Gustà , Edu Castells

Con algo de un "conversar" a través del correo electrónico, un par de escritores que han compartido espacios de lecturas poéticas a lo largo de más de quince años, se tornan entrevistador uno, el que propone, y entrevistado el otro: Flavio Crescenzi. Y así, las consideraciones de Crescenzi sobre la música, Cuba y Roberto Fernández Retamar; su trajinar por la vida, el Zoo y "Maldita Ginebra", la búsqueda de estilo, las opiniones estéticas y éticas en cuanto a la poesía .  Completa la entrevista una selección de poemas, realizada por el autor.

 

Por Rolando Revagliatti*

(Para La Tecl@ Eñe)

-Rolando Revagliatti: Arranquemos esta charla, Flavio, con una breve descripción del entorno familiar en tu provincia natal, si todos se trasladaron a Buenos Aires o si sólo vos te viniste, y cuándo y cómo se fue sucediendo ese traslado. 

 

-Flavio Crescenzi: Nada indicaba que mi nacimiento en la ciudad de Córdoba se iba a transformar en un hecho aislado y casi fortuito, sin embargo, el destino así lo tenía preparado. Mis padres estaban afincados ahí desde hacía varios años, pero al poco tiempo de haber yo llegado al mundo decidieron separarse (al parecer, en vez de traer un pan bajo el brazo, traje a sus vidas el cisma y la discordia). Mi padre, italiano, se quedó en Córdoba algunos años más; mi madre, ecuatoriana, viajó conmigo y con su madre (no se asuste, Rolando, me refiero a la madre de mi madre, no a la suya) a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde fui bautizado. Antes de volver a la Argentina pasé con ellas todavía una temporada en Ecuador. Finalmente, aterrizamos en Buenos Aires. Si mal no recuerdo, fue en 1977. Sí recuerdo bien el Mundial de Fútbol del año siguiente, los festejos alrededor del Obelisco —con sus bocinazos y gritos y cantitos— y el llanto inexplicable en el que prorrumpí al verme en medio de tan insensato espectáculo, llanto que el tiempo y la historia después me aclararían. 

 

 

 

-RR: Contemos que estuviste dedicado a la música. ¿Durante qué lapso, de qué modo? ¿Con qué tipos de música te has ido sintiendo más próximo desde tu infancia hasta la actualidad?

 

-FC: Así es, estuve ligado a la música desde muy temprana edad. En primer lugar, como oyente (confieso que sigo siendo un melómano irredento); en segundo lugar, como compositor e intérprete. Toco algo la guitarra y canto, lo segundo —según dicen— medianamente bien. Pasé por varios estilos musicales, trazando una curiosa parábola que va del punk rock al jazz, y que pasa por el hard rock, el soul  y el funk. Desde luego, me quedo con lo último que hice, ya que tengo una marcada inclinación por la música negra. La música clásica por su parte, en especial Beethoven, siempre fue el refugio al cual retornaba luego de una dura jornada. Fue un período de más de quince años que me brindó muchas satisfacciones, incluso de aquellas que no me convendría mencionar. Sin embargo, me distrajo de mi actividad literaria e intelectual, que es lo que realmente me define y me completa.

 

          Considero, Rolando, que la música es la más completa y sublime de  las artes y, por tanto, que las demás deberían imitarla. En mi caso, cuando escribo, intento que mis textos estén de alguna forma atravesados por la música, ya sea sometiendo la eficacia del verso o el período elegido a una natural y universal eufonía, ya sea simplemente haciéndola aparecer como asunto. “Ama tu ritmo y ritma tus acciones”, decía el pitagórico Darío, pues bien, a mí no me quedó más que obedecerlo. Aunque no siempre lo logro en los ensayos; los datos duros que recopilo usualmente carecen de melodía, y admito encontrar muchas veces cierta desafinación en mis conceptos.

 

 

 

-RR: Durante un período del “legendario” ciclo de poesía “Maldita Ginebra” acompañaste a su fundador, Héctor Urruspuru, en la conducción. Un ciclo que tuvo muchos tramos, varios coconductores y una sostenida singularidad. Es bastante probable que allí nos hayamos saludado por primera vez, en los últimos años de nuestros tan argentinos y descalabrantes noventas. Ese “ciclejo” —al decir del propio fundador—  merecería no sólo lo que módicamente  te voy ahora a pedir —una semblanza, tus recuerdos como asistente y como coconductor—, sino un verdadero ensayo (y vos serías, considero, el más idóneo para producirlo). 

 

-FC: Sin dudas, Rolando, y es una asignatura pendiente, aunque desconfío de mi capacidad (no así de mi desfachatez) para llevar adelante tamaño proyecto.

 

“Maldita Ginebra” fue un ciclo excepcional. A fines de los años 90 supo ser un nicho de resistencia cultural que le daba a la poesía de los márgenes un lugar de preeminencia. Esto, claro está, en un contexto socioeconómico complejo que permitía que muchos jóvenes  (y no tan jóvenes) vieran en la poesía una alternativa a la realidad asfixiante que los relegaba día a día. Conjeturo que ése fue el sello distintivo del ciclo, pero también el del gran poeta Héctor Urruspuru, amén del resto de particularidades que hicieron de esa propuesta una leyenda.

 

Guardo muy gratos recuerdos de esos años. Conocí ahí mucha gente valiosa (amigos que aun hoy conservo, como vos, como también gente entrañable que se ha ido). Cada vez que pienso en “Maldita Ginebra” me sobreviene una inenarrable sensación de camaradería. Por razones que no vienen al caso señalar tuve que alejarme de la coconducción, pero seguí yendo en calidad de espectador en sucesivas oportunidades. Entiendo que el ciclo continúa, y de seguro continuará mientras que Héctor esté con vida.

 

-RR: La vez que me invitaron a leer al ciclo “El Zoológico de Poetas” me parece que no estabas en la conducción. Como sea, coordinaste allí junto a Coni Banus e Ignacio Osorio. ¿Cómo evaluás ese paso tuyo? ¿Y cuándo integraste la “Contraferia del Libro”? ¿En qué consistió, en qué año, cómo fue planificado ese ámbito de “resistencia”, por quienes? Y enlazando con la pregunta anterior, ¿no has fantaseado con la concepción de un trabajo reflexivo sobre los alcances de los cafés literarios, ciclos de narrativa, festivales de poesía?

 

-FC: Mi participación en “El Zoológico de Poetas” fue en principio tangencial. De hecho, recién estuve de manera regular en el último tramo del ciclo. Posiblemente por eso no nos hayamos visto cuando fuiste invitado a leer. No obstante, estuve. Hay fotos que pueden probarlo.

 

Pese a su nombre, el Zoo en algún punto quiso brindar una propuesta un poco menos “salvaje” que la que ofrecía “Maldita Ginebra”, pero para nada acartonada, como pueden serlo otros ciclos del ambiente. Coni e Ignacio son excelentes conductores, dueños de una dinámica interpersonal envidiable. Ellos le aportaban una cuota extra a todo lo que ahí ocurría. Creo que mi modesta contribución estribaba en darle un “toque intelectual” al negocio, algo que, por supuesto, ninguno de nosotros tomaba demasiado en serio. Los chicos continúan con el Zoo en otro lugar, ya que “El Empujón del Diablo”, que era donde se realizaba el ciclo inicialmente, cerró por razones asimismo “diabólicas”. Recuerdo que el poeta Gerardo Lewin también colaboró con nosotros en algún momento.

 

La Contraferia del Libro fue otra cosa, algo que quizás empezó como una bravuconada de borrachos, pero que paulatinamente fue convirtiéndose en una causa con muchos seguidores, tal como ocurre, sin ir más lejos, con la mayoría de las gestas. Pues bien, la idea de la Contraferia del Libro surgió también a fines de los 90, y fue llevada a cabo, por más de dos años, por un grupo conformado por poetas, docentes y estudiantes (dentro del cual estábamos, entre otros, Esteban Charpentier, Héctor Urruspuru, Daniel Perrota, Esther Pagano, Horacio Pérez del Cerro, Ignacio Osorio y un servidor). El reclamo que le hacíamos a los responsables de la Fundación El Libro se basaba en lo siguiente: entrada libre y gratuita, posibilidades concretas de difusión para los autores jóvenes y para las pequeñas editoriales, y un programa inclusivo de actividades, sin costo adicional, para cualquiera de los posibles visitantes a su evento central. De más está decir que la Fundación intentó acercar posiciones ofreciéndonos un puesto dentro de la Feria. Ofrecimiento que fue instantáneamente rechazado. Un libro de adhesiones, donde constan, entre otras, las firmas de Olga Orozco y Federico Andahazi —gente que en principio integra el gran mercado del libro, pero que supo solidarizarse con nosotros— es lo que queda como legado de esa fantástica ocurrencia.

 

Ahora bien, más allá de la experiencia de la Contraferia, está claro que  la Feria del Libro de Buenos Aires opera como un agente difusor del concepto hegemónico de cultura. Es por eso que, aún hoy, me parece valido revisar críticamente lo que ese gran símbolo de la industria cultural representa. Digo, si en verdad queremos darle un definitivo sentido de emancipación a la cultura y liberarla así de su condición histórica de fetiche.

 

En fin, tarde o temprano voy a tener que escribir acerca de todo esto, y por qué no también acerca de los ciclos literarios, como bien me sugerís. Intuyo que son temas que de una u otra manera están relacionados.

 

 

-RR: En 2006, además de participar como conferenciante en las Jornadas de Poesía para Docentes, organizadas por la Asociación de Poetas Argentinos, realizadas en la Legislatura Porteña, viajaste a Cuba invitado por la Revista “Casa de las Américas”, representando a la publicación uruguaya “Diégesis”, donde colaborabas como columnista. Por un lado, Flavio, me gustaría saber cómo han repercutido en vos estas experiencias, y por otro, cómo aquella otra en 2009, cuando convocado por el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), participaste en las mesas redondas acerca de Literatura de Vanguardia en Latinoamérica. 

 

-FC: Sí, tuve la suerte de participar en diversas actividades de debate y reflexión, cosa que agradezco enormemente, ya que no concibo el trabajo poético sin la posibilidad de pensar y desarrollar una teoría que lo justifique, y que ésta, a su vez,  pueda exponerse ante un público más o menos receptivo.

 

          La jornada organizada por APOA, por ejemplo, fue muy interesante en ese sentido, ya que me permitió evaluar en tiempo real el alcance de mi exposición. Recuerdo haber preparado un material escrito sobre el papel de la imagen y la metáfora en los textos poéticos que se distribuyó entre los casi doscientos asistentes (dignas maestras argentinas en su mayoría). Creo que el resultado fue positivo, al menos no recibí ningún insulto.

 

Mi viaje a Cuba se llevó a cabo en el marco de la gira presentación de la revista “Diégesis”. Gracias a esto, no sólo conocí la isla, sino también a Roberto Fernández Retamar, quien me felicitó por mi libro “Íngrimo e insular”, aunque cuestionó, no sin ironía, el epígrafe de Guillermo Cabrera Infante que elegí. Afortunadamente, para tranquilidad de CNN, no sufrí ningún apremio ilegal por parte de los temibles cubanos.

 

En Oaxaca fui panelista en una mesa dedicada a vanguardias latinoamericanas, que proponía abordar temas tales como el sentido de la poiesis continental, la interrelación americana entre mito y relato histórico, la actividad del escritor como actividad filosófica, el valor del juego como actividad reveladora de otras realidades, la reivindicación de una estética latinoamericana y el desarrollo de una teoría crítica integradora que pueda dar cuenta de ella. Pero como te imaginarás, Rolando, mi intervención se limitó a hablar de mí, puesto que soy el único tema que domino con mediana idoneidad.

 

Dejando las bromas de lado, y tal como creo haberlo expresado más arriba, considero que este tipo de actividades son el correlato necesario para quien se dedica tanto a la crítica como a la creación literaria. Resta decir que espero que instancias como las que describí se sigan realizando a lo largo y a lo ancho de nuestro continente, fundamentalmente en tiempos convulsivos como los que corren.

 

-RR: En el prólogo de tu primer libro, el poeta Daniel Barroso afirma: “Los temas recorren la impronta metafísica; la vulnerabilidad de las cosas, el imaginario personal y una cosmogonía entre solemne e irrespetuosa. La sorna y el sarcasmo, prodigan un equilibrio inestable…”, y en el prólogo del segundo, advierte el poeta Horacio Pérez del Cerro: “El mundo debería tener la prudencia de no molestarle las espaldas a Crescenzi […], incomodarle con sonseras como la esquirla cotidiana, el estampido de su propio silencio”. ¿Cómo considerás que prosiguió tu poética en los siguientes dos libros publicados, y en lo que tengas inédito? Y, claro, si tenés ya algún poemario listo, ¿cuál es su título?

 

-FC: Bueno, a decir verdad, creo que los primeros dos libros fueron intentos, búsquedas de una voz, digamos, personal. El resultado es apenas anecdótico.

 

Mi primer libro me parece hoy por hoy completamente extraño, escrito por alguien que no tiene nada ya que ver conmigo. Creo que el germen de lo que sería una estética propia sólo puede verse en uno o dos poemas. Coincido, no obstante, con las palabras de 

Daniel, quien quizás por generosidad, quizás por los  vinos prometidos, supo definir aspectos que aún hoy persisten en mi escritura (y quizás incluso en mi vida), sólo que en aquel entonces no sabía bien cómo plasmarlos.

 

“La gratuidad de la amenaza” fue algo diferente. En ese libro intenté abandonar la retórica que predominaba en el primero en beneficio de una poética más agresiva, donde los elementos surrealistas que supuestamente me caracterizan comenzaban a ordenarse y a mostrarse. Fue un libro profético en algún punto. Su aparición coincidió con el fatídico 2001 y creo que en cierta forma sus páginas están impregnadas del espíritu insurrecto de la época.

 

“Íngrimo e insular” fue un libro meditado, un libro que podríamos tildar de conceptual. Es con el que llegué a encontrar mi propio lenguaje poético, la gramática personal tan arduamente perseguida. De hecho, lo concibo como mi primer libro verdadero, aunque sé muy bien que fue la síntesis de un proceso dialéctico constituido por “Por todo sol, la sed” (la tesis) y “La gratuidad de la amenaza” (la antítesis). A partir de ahí, tomé plena consciencia de lo que quería hacer con mi escritura, escritura barroca, surrealista, latinoamericanista, a contrapelo de las modas imperantes, si se quiere, pero mía.

 

“La ciudad con Laura” sólo se publicó en México y, por lo que tengo entendido, tuvo bastante aceptación. Estuvo en la Feria del libro de Guadalajara el mismo año de su aparición e incluso estuve invitado por el editor para hacer una presentación, aprovechando el auspicioso contexto. Mis compromisos laborales me impidieron asistir. Con respecto al contenido, sólo puedo decirte que sigue la estética del poemario anterior, con la diferencia que en el último incluyo prosas poéticas (de largo y corto aliento). El título alude, como podrás apreciar, al libro [“La ciudad sin Laura”] de Francisco Luis Bernárdez; sin embargo, la pequeña diferencia que se advierte marca una distancia no sólo vivencial, sino también estilística. Mi ciudad cuenta con una Laura (mi mujer), y mi estilo difiere ostensiblemente del de Bernárdez. En definitiva, se trata de un libro intimista y metapoético, y quizás también un intento de polemizar con un difunto.

 

Un quinto libro está en preparación.  Probablemente lo titule “Jazz mood”, y constará de breves textos en prosa que, por un lado, le rindan homenaje a las grandes figuras y temas de este género que me apasiona, y por el otro, den cuenta de lo que el jazz me produce como escritor y como ser humano. Un trabajo que remite a mi pasado y a mis gustos musicales.       

-RR: ¿Qué se siente —más allá de la obvia satisfacción—, que unos meses después de su edición (y con el respaldo de la Biblioteca Nacional de la República Argentina) ande socializándose tu primer volumen ensayístico? ¿Prevés la reunión en otro de tus artículos publicados en la Red? ¿Cómo podría titularse ese volumen?

 

-FC:   Honestamente, Rolando, siento que un círculo por fin se cierra para que otros, inimaginables, comiencen a abrirse. “La poética surrealista. Panorama de una experiencia inacabada” fue el resultado de una serie de cursos que dicté sobre el tema durante 2012 y 2013. Desde luego, ante la propuesta por parte de Editorial Quadrata de hacer un libro, me esmeré para darle un poco más de enjundia a los apuntes que oportunamente le había preparado a mis alumnos. El producto final es bastante atractivo, sobre todo porque le ofrece al lector la posibilidad de tener un muestreo bastante amplio del movimiento surrealista; pensá que es el único libro publicado en la Argentina que se ocupa del surrealismo desde su protohistoria, auge y caída en Francia, hasta su paso por España,  Latinoamérica y Argentina. No es la primera vez que la editorial trabaja con la Biblioteca Nacional, sin ir más lejos, ahí tenemos la conocida colección Pensamientos Locales. Pues bien, mi libro integra una colección similar, llamada Claves de Lectura.

 

Con respecto a mis artículos publicados en la Red, confieso que sí me interesaría reunirlos en un libro alguna vez. Podría llamarse “Elogio del buen lector”, o algo así. Creo que hay material de sobra. No sólo están los artículos que escribo para La Tecl@ Eñe, por ejemplo, sino también algunos prólogos sueltos que me parecen rescatables. Pensar que a la Tecl@ la conocí por vos, Rolando, por tu intermedio, por tu desinteresada gestión.

 

 

-RR:En una entrevista “sin desperdicio” que Federico Zambrano realizara a Daniel Freidenberg, éste declara: “Una de las cosas de las que más me alegra haberme desprendido es lo que llamo “la política de la poesía”. Y después explica lo que para él sería ese concepto. ¿Qué sería para vos, Flavio, a qué te remite “la política de la poesía”?

 

-FC: Qué interesante. Estoy familiarizado con el concepto de “poesía política” (aunque quizás toda lo sea), pero no con el de “política de la poesía”. Supongo que tiene que ver con el lobby que hacen ciertos poetas con los grupos de poder, con las camarillas que supuestamente otorgan consagración y prestigio. Aunque parezca mentira, este tipo de prácticas existen en el mundillo literario y a veces alcanzan ribetes de profundísimo descaro. En los ochenta y noventa esto era moneda común. Hoy en día quizás haya adoptado formas más estilizadas.

 

-RR: Muchos escritores han sido alguna vez “libreros”, vendedores de libros, propietarios de alguna librería o han tenido a su cargo un puesto de compra, venta y canje de libros y revistas en Ferias Artesanales o conjunto de puestos totalmente del rubro (una: en nuestra porteña Plazoleta Primera Junta). Vos lo has sido. Y con diversidad de tareas. Te pido que compartas con nosotros dónde lo has sido, cómo te fue, qué te pasaba cuando facturabas literatura basura o autoayuda. 

 

-FC: Fui librero por un período de aproximadamente doce años. Los primeros diez como empleado; los últimos dos como dueño de una pequeña librería que no obstante tenía  elevadas pretensiones. Cometí desde un principio el error de creer que una librería era un templo del saber y de la cultura, cuando, en el mejor de los casos, es un lugar donde se venden libros.

 

Desde luego, los libros que más se venden no son los que uno recomendaría. Esto es un hecho sin lugar a dudas frustrante, hecho que no supe afrontar siquiera cuando tuve mi propio local. Supongo que tiene que ver con lo que hablábamos antes, digo, con  la industria cultural y con la dinámica que exhiben sus múltiples manifestaciones.

 

Por otra parte, saber que mucha gente está dispuesta a pagar una cifra descomunal por un libro de autoayuda o por una novela de suspenso mal traducida, pudiendo adquirir por menos de la mitad de ese precio alguna buena obra literaria o filosófica me llena de indignación. Ni hablar de la venta de poesía. Cuando decimos que “la poesía no se vende”, no sólo estamos haciendo alusión a las virtudes éticas del género, sino también a una incontrovertible estadística de mercado.  

 

-RR: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

 

-FC: Considero que todo autor, independientemente de las influencias que haya recibido, debe procurarse un estilo. Ahora bien, no debemos confundir “búsqueda de estilo” con “esteticismo”. Lo segundo, en efecto, paraliza, y hasta conspira en contra del lector. 

 

Creo que lo que a veces sucede es que las “maneras” se vuelven “amaneramiento”, y esto hace que el autor se vea poco creíble, poco genuino. Ocurre con frecuencia también algo distinto: que el lector, acostumbrado a formas más bien simples, ve cualquier intento de superación discursiva como un exceso, como un innecesario barroquismo. Resabios, pienso yo, de la lógica utilitarista en la lectura poética que, por el contrario, debería ser plenamente desinteresada. 

Flavio Crescenzi selecciona para esta entrevista, realizada en julio de 2014, cuatro poemas de su “La ciudad con Laura”:

 

 

 

 

Arte poética

 

                                                                       Escribir, pintar, hacer arte es sorprender la cosa en su momento metafórico.

                                                                                                                                                     Francisco Umbral

este puño de óleos y tijeras

esta tinta de hambrunas transformada

el gozo estrellándose en el lienzo como una gran prudencia

se agitan frente al aire y aire azul son en su idioma

porque la lengua es ya palabra que mancha sus raíces

 

de ser cierto el ojo y su arrebato

el mundo sería un  mantel de furias o dinteles

piedra inacabada que habremos de esculpir en los follajes

con una ausencia de aves provisoria

hasta que nos llueva un puente de azúcar o silencio

 

es en lo blanco en donde el papel se abriga

se asoma mercenario del alba con sus frases

como un dilema de astucias entrando en su coherencia

y una música de ámbar o cuchillos

a punto de confesarnos en ciernes su bravura

 

mirar la tarde de la letra en su apogeo

tardes de niños pecosos y en polainas

dándome ya un bullicio pueril de arroyo intacto

miel que se me antoja un suave aroma

para que el color adquiera su forma verbal definitiva

 

*

 

Paisaje de lluvia y flânerie

 

                                                                                                        La lluvia registra los días hasta el fondo de los ojos

                                                                                                        que viajan a la velocidad de los ritmos conocidos 

                                                                                                                                                                  Juan Larrea

 

 

 

fluye una saliva vertical un tiempo roto

tiempo o quejido quebrándose en dos ya por el aire

temblor seguro o mancha o pliego yerto

ojos rapaces en marcada actitud mesopotámica

sutiles ojos anteriores a la invención de la imprenta

 

la lluvia es una maltrecha realidad de bronce y humo

el día es un sopor ardiendo incluso más por sus costados

un giro gris un improbable y último drenaje

luctuoso rostro que le lame los labios al hastío

porque el hastío es ahora un saco de azúcar y hemorragias

 

no alcanza ya la música ni el labio demorado

el día irrumpe livianísimo con sus frailes y sirenas

las calles insisten en huir al sur por otras calles

como serpientes únicamente hambrientas de su espejo

ya que no hay más ventanas dispuestas al sólido beso de un ladrillo

 

fluye una saliva vertical un tiempo roto

una flauta dibuja la lluvia que las palomas inventan

 

*

 

Oda a Enrique Molina

 

 

y justo al decir amor hermano mío

el mediodía se nos cagó de risa en pleno rostro

abrió sus venas como exclusas o calandrias

porque sabía que un barco se llevó nuestros nombres en su huida

y porque no hay incesto mayor que el del viento y el oleaje

 

la memoria danza todavía sobre sus pájaros largos

como en una serie tropical de goce indefinida

y es tan vegetal el cuello amado su piel su cabellera

tan beduina su ansia cuando se nos escapa el mundo

que es imposible no fundirse esperanzado a los caprichos del verbo

 

yo comparto tu sed tu mar tu laberinto

me inmolo en los papeles tardíos de mi hartazgo

surco las normas con un espanto dulcísimo

hasta que podamos pintarle en los párpados al planeta sus temblores

ni bien un volcán se haga riesgo o beso en mis heridas

 

tu nombre guarda en sus tres sílabas una amistad y un guante

es menos una mano que un racimo de dedos señalando

señala puertos cuando son tímidos adioses o pañuelos

la materia vuelta espejo o agua o sueño esquivo

el breve salto a lo profundo del que hablaban las sirenas

 

*

 

Nocturno de fuego y de caballos

 

 

                                                                             Un caballo que relincha es un alma en pena, y es también un metal noble.

                                                                                                                                                           Eduardo Chicharro

 

 

 

 

qué clase de sombra piafa ahora por los callejones nocturnos

qué asordado tropel de amianto o de topacio

si hay crines azules clavadas a lo ancho de mi sangre

metálicos cascos por mis venas de azufre cabalgando

como si fuera yo también un hipódromo de cobre que no duerme

 

ya he dicho que galopan millones de equinos por mi sangre

que un triunvirato de furias se escapa azul por mis rodeos

que no tengo más audacias en mi lengua que un quebranto

durísimo quebranto que en su sed de tropa se apresura

arrasando a su paso con el frío mineral y la prudencia

 

a veces el destino de mis lágrimas asciende

al nivel del éter del mar del plenilunio

corrompe con su asfixia las ventanas

y unos párpados se cierran ya dolidos

al tiempo en que el metal se funde con un nombre

 

qué clase de sombra piafa ahora por los callejones nocturnos

una que ampara en su espuma sus relinchos

 

 

 

*Poeta

 

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Flavio Crescenzi y R. R., julio 2014.

 

 

Flavio Crescenzi: nació el 20 de julio de 1973 en la ciudad de Córdoba, capital de la provincia homónima, la Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es Instructor Superior de Lengua y Literatura, habiendo además realizado posgrados en Perfeccionamiento en Corrección de Textos y en Redacción Institucional y Corporativa. Durante más de tres años ha sido Coordinador del Área de Comunicación Institucional del FyMTI (Festival y Mercado de Televisión Internacional). Ha dictado cursos y seminarios de literatura a nivel medio y universitario, y coordinado talleres de escritura creativa, escritura académica y cursos de apreciación literaria en centros culturales de su ciudad y del Gran Buenos Aires. En la actualidad se desempeña como corrector de textos y como prologuista freelance para diversos sellos editoriales. Desde 2009 colabora en http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene con artículos de crítica cultural y literaria. Fue incluido en la antología bilingüe español-italiano, “Italiani D’Altrove” (traductor: Milton Fernández; Rayuela Edizioni, Milano, Italia, 2010). De sus cuatro poemarios publicados, los tres primeros, “Por todo sol, la sed” (2000), “La gratuidad de la amenaza”  (2001), “Íngrimo e insular” (2005), lo han sido por Ediciones El Tranvía, y el último, “La ciudad con Laura” (2012) por Sediento Editores. En febrero del año en curso, a través de Editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional, apareció su ensayo “La poética surrealista. Panorama de una experiencia inacabada”.  

 

Cadaver exquisito de Valentine Hugo, André Breton, Tristan Tzara ,
Greta Knutson

Ilustración de Ludwig Zeller.

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