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El baile del gaucho y la arenga nacionalista

Frente a la trascendencia del festejo alemán ante la puerta de Brandeburgo, el debate sobre el peligro del racismo germano se reavivó. Se escucharon voces que relativizaron los cánticos y el “baile del gaucho” y otras alertando sobre las filtraciones nazis en ese acto. Luego de Auschwitz todo esfuerzo parece poco, cualquier gesto puede convertirse en un símbolo aberrante o un acto discriminatorio. El nacionalismo alemán tiene sus grietas por donde traficar segregación y racismo.

 

 

 

 

Por Rodolfo Yanzón*

(para La Tecl@ Eñe)

Terminado el mundial de fútbol y con los resultados a la vista, se continuó debatiendo acerca de lo que el balón dejó. Para la FIFA –así al menos lo publicitó- el mundial fue una oportunidad de luchar contra el racismo. Capitanes de selecciones leían en sus idiomas textos alusivos antes de cada partido y los jugadores sacudían sus manos saludando a los contrarios. Al concluir el mundial comenzaron investigaciones para dar con quienes se dedicaron a la reventa de entradas, por no mencionar negocios más turbios como el de la trata de personas con fines de explotación sexual. El final del campeonato también expuso a los argentinos con nuestros propios fantasmas. Luego de casi un mes de alentar a la selección con cantos dudosamente chistosos y que incomodaban lógicamente a los dueños de casa, muchos se rasgaron las vestiduras al saber que buena parte de los fans brasileños, ya fuera de la copa, hinchaban en la final por Alemania en vez de hacerlo por la Argentina. Entonces Brasil terminó siendo doblemente atacado por no aceptar la burla ni el sometimiento, una variante del síndrome de Estocolmo. Mientras, fans de otros países latinoamericanos torcieron a favor de la selección albiceleste para compartir la alegría de que la copa se quedara en el continente. Pasear, por ejemplo, por una ciudad mexicana días después de la refriega futbolística más importante implicaba recibir la solidaridad y los halagos de buena parte de los amantes del fútbol. En definitiva, un mes en el que gustosa y conscientemente, nos entregamos al sopor de la pelota dejando de lado los temas acuciantes.

 

Mientras los partidos se desarrollaban Israel bombardeaba Palestina dejando un saldo aterrador de escombros y muerte y haciendo oídos sordos a los insistentes reclamos de la comunidad internacional para cesar el fuego. Mientras tanto, se escuchó criticar hasta el insulto a Pedro Brieger calificándolo de judío cómplice del antisemitismo, como si condenar crímenes de lesa humanidad y de guerra estuviera emparentado con alguna forma de racismo; como si se necesitara avalar las atrocidades del Estado de Israel para no ser acusados de antisemitas o, lisa y llanamente, de nazis. Y, mientras tanto, los mexicanos, entre otras problemáticas que aquejan a su sociedad, presencian el mutismo de los gobiernos mexicano y norteamericano –también de los centroamericanos- por la migración de niños hacia EEUU –un 35% de los migrantes que intentan ingresar al país del norte son niños, de los cuales 4 de cada 10 son menores de 12-, que terminan padeciendo la burocracia y el maltrato estatal en los engorrosos trámites de repatriación mientras son alojados en las denominadas estaciones migratorias o estancias provisionales privándoselos indebidamente de su libertad, o son abandonados durante el trayecto quedando en estado de total indefensión. En esos lugares de encierro a la espera de ser relocalizados, las autoridades dicen que los estimulan a jugar, muy probablemente muchos de ellos juegan a la pelota a la espera de mejores noticias, mientras los noticieros y los diarios apenas tocan el tema y los dirigentes políticos miran para otro lado.

 

                Con buen tino, a través de su cuenta de twitter, Brieger se dedicó más a comentar los partidos del mundial que a contestar las diatribas en su contra, mientras muchos otros utilizaban el ambiente futbolístico para pasar del aliento deportivo a la arenga nacionalista. De eso, los argentinos conocemos bastante. Pero cuando a partir del gol de Goetze comenzó a perfilarse el campeón, los epítetos arreciaron hasta culminar en furibundos análisis sobre los festejos alemanes en su propia tierra. Muchos los tildaron de racistas y otros tantos recordaron el nazismo y los campos de exterminio para explicar esas reacciones. El jugador argentino Martín Demichelis restó trascendencia a lo ocurrido al decir que los cánticos frente a la puerta de Brandeburgo  son los mismos que se utilizan en la liga local y no tienen connotaciones ofensivas contra los rivales ni significaciones racistas. Horacio Verbitsky acordó con esa opinión y mencionó los esfuerzos de Alemania, con su pasado a cuestas, para generar su reflexión y autocritica, a la vez que recordó la integración del plantel alemán para concluir que no se lo puede acusar de segregacionista, y que Berlín es la segunda ciudad del mundo en absorber inmigrantes. Concluyó que mucho más fuerte es la discriminación en países como Italia o Francia, o en Buenos Aires mismo, donde muchas veces los árbitros deben detener los partidos por el contenido racista de algunos cánticos. Coincido con Verbitsky en cuanto a Berlín, al esfuerzo alemán, a Italia, Francia y los cánticos xenófobos y racistas de las hinchadas argentinas. Sin embargo, después de Auschwitz todo esfuerzo parece poco, cualquier gesto puede convertirse en un símbolo aberrante o un acto discriminatorio. El nacionalismo alemán tiene sus grietas por donde traficar segregación y racismo. Francia también tiene jugadores negros, pero la ultraderecha ha llegado a ganar elecciones. En la Argentina son habituales los cantos xenófobos en el fútbol y no por ello dejan de ser graves, sino todo lo contrario. Mi amigo Ingo Malcher es periodista alemán y vive en su país. Presenció de cerca los festejos por la obtención del campeonato. Cuando leyó la nota de Verbitsky dijo “no estoy de acuerdo”. Aunque considera excesivo decir que los festejos fueron nazis –Víctor Hugo Morales (VHM) los llamó “nazis asquerosos”-, estima que el denominado “baile del gaucho” –como lo llaman en Alemania- tiene connotaciones racistas porque la intención fue resaltar cierta superioridad aria por sobre el “gaucho” argentino. Y acordó con algo que dijo Víctor Hugo Morales: si tienen esos comportamientos despreciativos hacia los demás es porque saben que hay caldo de cultivo favorable, hay una parte de Alemania que aún persiste en reivindicar ese pasado.

 

                Para Ingo hubo una bisagra con el seleccionado que dirigió Klinsmann, con el que todos los alemanes estaban encantados. Era una obligación hinchar por el equipo nacional. Ingo recuerda haberse enfrentado con muchos que insistían en minimizar el pasado alemán y que nada malo había en besar la bandera o, incluso, cantar el Deutschland über alles. “Para mí es un modo de relajarnos con nuestra historia. Y yo creo que tenemos la obligación de no relajarnos con nuestro pasado” dice Ingo, que agrega que hoy Alemania quiere cambiar de imagen y el fútbol es ideal para ello, tener una referencia positiva de nación, querer volver a la normalidad, tener una nación normal, lo que después de Auschwitz es imposible. Y, como detalle, tal vez casualidad, Ingo recuerda que en los festejos tenían puestas camisas negras como la SS.

 

                Que los niños palestinos puedan patear alegremente una pelota junto a los niños israelíes. Pero la alegría no está en la cárcel ni en la guerra.

 

 

*Abogado- Fundación Liga por los Derechos Humanos.

 

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