Lo que contó su confesor
Aquel agosto de Eva
Contradijo su propio destino de niña pobre, una más de las tantas que crecen a la sombra de feudos sin tradición; contradijo al General cuando los conspiradores arreciaban; contradijo a Bertolt Brecht cuando éste aseguró que solo los que luchan toda la vida son los imprescindibles. Cuando aquel agosto del ’51 el pueblo, sus descamisados, le rogaban sea Vicepresidenta, ella no quiso contradecirlos, pero su cuerpo no se lo permitió.
Por Hugo Biondi*
(para La Tecl@ Eñe)
Corría el mes de agosto de 1990 y Menem ya había definido el rumbo de su gobierno.
Un grupo de estudiantes de la Carrera de Comunicación de la UBA, que aún no tenía egresados, estábamos participando de Talleres de Escritura, bajo la Coordinación de Vicente Zito Lema, que generaban algunas notas para la flamante revista Fin de Siglo, que el Poeta dirigía.
En una de esas clases, que se dictaban en el altillo de un centro de exposiciones de arte sobre el pasaje Lezica, Vicente nos propuso que para el número de octubre pensáramos en una edición que rememorara la gesta peronista del ’45: “Busquen mucho material, testimonios, artículos……propongan ideas. Tenemos que denunciar, advertir, prever. No podemos ser socios silenciosos de este suicidio colectivo”, nos dijo.
Ése número de Fin de Siglo de octubre hizo ruido. “La sociedad argentina está loca” fue su título catástrofe debajo de la foto central: un busto del General San Martín sobre una bandeja de plata, rodeado de comida y tenedor y cuchillo relucientes.
El impacto (más mediático que social, vale aclarar) impulsó al empresario Fernando Sokolowicz entonces accionista mayoritario del diario Página 12, a proponernos un libro bimestral, del estilo y formato que suelen acompañar a las revistas, cuya temática debía recorrer aquella idea. Denunciar, advertir, señalar escarbando en la historia, evidenciando contrastes con un modelo que avanzaba inexorable.
El primer personaje que surgió fue Evita. Nadie como ella encarnaba la iconografía laica y la acción concreta. Nadie como ella era el reverso de aquella moneda que empezaba a circular bajo el manto protector del peronismo.
“Eva Perón hoy” anunciaba la portada de aquel libro inaugural. Entre las varias técnicas periodísticas utilizadas, la entrevista fue la más recurrente. Políticos, Artistas, Intelectuales, Gremialistas y antiguos pobladores de su Junín natal ofrecieron su palabra.
Pero alguien dijo “yo conozco al Padre Hernán Benítez. Anda con ganas de hablar. Le voy a preguntar si quiere participar”. Y quiso. Nadie podía conocer mejor la esencia de Eva.
Irrevocable y Definitiva
Corría el 22 de agosto de 1951 y el pueblo se reunió en la Plaza de la República, donde se había montado un inmenso palco de espaldas al edificio de Obras Públicas, para pedirle a Evita que aceptara la candidatura a la vicepresidencia. Fue la mayor concentración popular que recuerde la historia en un acto político. Dos millones de personas, afirmó el diario La Razón
Había sido convocado por la Confederación General del Trabajo para proclamar la Fórmula de la Patria Perón-Evita. El acto comenzó cuando llegó Perón con todo su gabinete.
Habló primero el secretario general de la CGT, José Espejo, pero el pueblo interrumpía al orador reclamando en la plaza la presencia de Evita.
Caía la tarde cuando el General hace su ingreso al solitario escenario. Desde unos altavoces se escucha la voz de Espejo, “Mi General, notamos una ausencia: La de vuestra esposa, la de Eva Perón, la sin par en el mundo, en la historia, en el cariño y veneración del pueblo argentino”.
Alrededor de las 18 horas Perón es advertido en el palco de la llegada de su esposa. Cuando la masa organizada la vio allí paradita, algo frágil, visiblemente emocionada, estalló en el grito más estruendoso jamás escuchado. Luego se produjo un diálogo extraordinario, solo entendible por lo que generaba Esa Mujer.
“Mis queridos descamisados. Yo les pido a los compañeros de la CGT, a las mujeres, a los niños, a los trabajadores aquí congregados que no me hagan hacer lo que nunca quise hacer.
Les pido que para una decisión tan trascendental en la vida de esta humilde mujer me den por lo menos algunos días para pensarlo”.
“Noooooooo” respondió al unísono la multitud.
“Compañeros, les digo que yo tenía tomada otra posición, pero haré al final lo que el Pueblo diga. Pero, ¿ustedes creen que si el puesto de Vicepresidente fuese una carga y yo hubiese sido una solución, no hubiese contestado ya que sí?”.
Se produjo un breve silencio entonces. Insólito, inaudito para semejante concentración de personas. Evita volvió a tomar la palabra, “Mañana cuando….”, un “Hoy, Hoy”, fue la reacción que provino desde la avenida.
Entonces Eva pide un lapso de dos horas para pensarlo y se compromete a dar su respuesta por Radio Nacional.
Corría el 31 de agosto de ese año fatal, y una voz apesadumbrada, que se entrecorta por la emoción, anuncia el Renunciamiento Histórico.
Sobre lo que sucedió durante esos nueve días en los alrededores y en la intimidad del Poder se ha escrito y especulado ya demasiado.
Se sabe que Evita meditó su decisión final, que discutió fuertemente con el Presidente (carácter y verba no le faltaban) y también que en un momento dado se desparramó envuelta en llanto en los brazos de su amado compañero.
Esto pasó, y solo el General y este hombre conocieron la causa de aquella encrucijada de su alma.
No tenemos por qué llorar
El Padre Hernán Benitez fue el confesor de Eva Duarte.
Cuando le propusimos una Entrevista para el libro referido, aceptó sin vueltas, aunque aclaró: “no esperen que diga más de lo que hasta aquí dije y escribí”.
Fuimos entonces a su casita de la calle Blas Parera, en la localidad de Florida, con la expectativa recortada por aquella advertencia. Sin embargo el Padre Benítez habló. Con esa voz firme, levemente intimidadora, que parecía provenir desde el fondo de los tiempos, habló.
Lo que ocurrió entonces no puede narrarse. Me declaro incompetente.
Reproduzco aquí, fiel a lo publicado, una parte de lo que aquella tarde nos contó:
“Evita me enseñó más que los propios Libros Sagrados el amor hacia los pobres. Nunca vi a nadie sufrir tanto por los olvidados, los enfermos sin recursos, por los excluidos. Ella era consciente del papel que Dios le había encomendado. Lo supe muy bien cuando, por pedido expreso del Presidente, yo la había acompañado durante su gira por Europa; en una ocasión nos quedamos a solas en medio de una sala gigante del Palacio Pedralbes en Barcelona, me tomó fuertemente las manos y me dijo llorando, ‘¡Que a mí, una india de Los Toldos, una bastarda, me hagan estos homenajes!’. Ahhhhh, pero enseguida se repuso, tomó aire y salió a saludar al pueblo español con una potencia y convicción insuperables. De regreso en la Argentina fui consejero espiritual de la Fundación Eva Perón, y allí se produjo nuestra comunión definitiva.
(….) Un mes y medio antes de aquel maravilloso encuentro cara a cara con el Pueblo, había sentido en su organismo el primer síntoma serio e inequívoco de su grave mal. Se lo comunicaron bastante después…..pero lo supo desde entonces.
(….) Cuando regresó de emitir su mensaje al pueblo renunciando a la Vicepresidencia, me pidió que la acompañara a su habitación. Nuevamente tomó mis manos con fuerza y me dijo, ‘Padrecito, las puntadas se vuelven cada vez mas frecuentes. El dolor ya no me dará tregua. Por favor, acompáñeme en todos los momentos’. Y así lo hice. La vi desfallecer y revivir furibunda cuando corrió el rumor de que estaban conspirando contra el Gobierno. Parecía imposible que aquel cuerpo diminuto, transparente y convertido en llaga pudiera sostener ése espíritu incandescente. (….) Pero quedarse sola la desesperaba. Muchas noches me llamó por teléfono para pedirme: ‘Padre, recemos juntos’. Comenzaba yo y ella repetía en voz casi inaudible la oración que le había escrito y a la que llamé la Oración de Evita, cuya idea central era que Dios se la llevaba porque estaba enamorado de ella, porque la quería a su lado en la cima de su belleza, en la gloria de su esplendor, y que al partir de la tiniebla de su vida a la luz que es la vida del Señor, sienta que se funde su cruz en la Cruz Divina. Eso rezó Eva en los últimos meses de su vida.
(….) En los primeros días de julio Evita me llamó. Al entrar en su habitación me saludó con estas palabras, ‘Padre Benítez (el modo en que me nombraba denotaba siempre su ánimo) Usted sabe que estoy en un pozo, y de este pozo ya no me saca nadie, ni los médicos ni nadie….solo Dios’. Despidió a Cámpora y Aloé que la acompañaban y se quedó a solas conmigo. Cuando entró el General adivinó que ella acababa de preparar su alma para la eternidad. Perón se acercó, se inclinó sobre el lecho y abrazó y besó a Evita. Lloraron juntos los dos un buen rato en mi presencia. ‘No tenemos por qué llorar. Me siento inmensamente feliz. Dios ha colmado todos mis anhelos. Me ha dado todo lo que este mundo pudo darme…a mí, una pobre chica. Ahora puedo morirme. Será el último regalo de Dios’. Susurró después Evita. Su rostro reflejaba esos inconfundibles destellos de beatitud que encienden la Fe cristiana y llenan el alma de felicidad, por encima de los terribles sufrimientos corporales y la angustia de la eterna despedida”
El Padre Hernán Benítez se desplazaba con cierta dificultad, lento y algo encorvado. Miraba directo a los ojos cuando hablaba, y era dueño de una memoria extraordinaria.
Tenía entonces 83 años.
*Periodista, Escritor y Docente.
Autor del libro “Sin Renunciamientos” - El cine según Leonardo Favio-