2015, entre estar y pertenecer.
A un año de la renovación presidencial el kirchnerismo continua siendo la principal fuerza política del país. Dispone de un electorado consolidado y cercano al 30%, aunque le resulta difícil aumentar en 15 o 20 puntos el apoyo adicional necesario para aspirar a un triunfo. En esa limitación que enfrentaría el kirchnerismo es donde Scioli marca la diferencia dentro de la compleja aritmética que implica contar con el apoyo eventual de una parte del FpV junto a la necesidad de aumentar su caudal de votos dirigiéndose a captar a un sector del electorado ubicado históricamente al centro derecha.
Por Francisco Balázs*
(para La Tecl@ Eñe)
El debate abierto hacia dentro del kirchnerismo acerca de quién debiera ser el candidato que en las elecciones presidenciales del año 2015 garantice la continuidad y profundización del proyecto político iniciado en el año 2003, es motivo de profundas y, acaso, angustiosas cavilaciones centradas, fundamentalmente, en la inquietante figura de Daniel Scioli.
Luego de once años de permanecer en el espacio del Frente para la Victoria ocupando cargos de relevancia - vicepresidencia en el período 2003 y 2007 - y la gobernación de la provincia de Buenos Aires entre 2007 hasta la actualidad, Scioli no ha logrado ser considerado, dentro del electorado kirchnerista, como el candidato que represente la acción y el ideario político que caracterizó a los fuertes liderazgos de los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández.
Ante esto, cada vez que Scioli es interpelado respecto a su pertenencia al kirchnerismo, su habitual y conocida respuesta por el todo es la de “haber estado siempre”. Tal definición reviste una gran complejidad, y es allí donde se abre y acrecienta el interrogante que da lugar a reflexionar sobre lo que implica tal definición.
“Haber estado siempre” procura, en una primera lectura, una declaración de lealtad, valor que tributa en la tradición simbólica del peronismo. Pero, a su vez, también revela una decisiva cuota de pragmatismo al no apartarse de un proceso político como el kirchnerista que, a partir del exiguo 22% obtenido en 2003, logró consolidarse como la principal y más potente fuerza política de la Argentina de las ultimas décadas, llegando ocho años mas tarde al notable 54% de los votos que permitió la re elección de Cristina Fernández. Como contrapartida, la centralidad del kirchnerismo implicó para el resto del arco opositor una creciente debilidad y dispersión como para constituirse en una opción que pudiera disputarle poder. Para quien posee manifiestas y postergadas ambiciones presidenciales, tal el caso de Scioli, el escenario planteado no justificaría margen de corrimiento o alejamiento alguno del FpV. Esto se comprueba aún en la actualidad. Luego del triunfo del arco opositor en las elecciones legislativas de octubre pasado, se auguraba una masiva fuga de los principales referentes del kirchnerismo al Frente Renovador de Sergio Massa. Nada de eso ha sucedido, sino que, por el contrario el Frente Renovador es quien viene perdiendo aliados.
A un año de la renovación presidencial, y enfrentando uno de sus periodos más difíciles, el kirchnerismo continua siendo la principal fuerza política del país. Dispone de un electorado consolidado y cercano al 30%, aunque le resulta, por ahora, difícil aumentar en 15 o 20 puntos el apoyo adicional necesario para aspirar a un triunfo.
En esa limitación que enfrentaría el kirchnerismo, es donde Scioli marca la diferencia. Además de contar eventualmente con el apoyo de una parte del FpV, su caudal electoral aumenta dirigiéndose a captar a un sector del electorado ubicado en la ancha avenida por la que transita históricamente al centro derecha.
En esa línea de pragmatismo puro, Scioli sería, sin duda, el mejor candidato que podría disponer el FpV para hacer frente a una sociedad que mayoritariamente vuelve (una vez más) a ser seducida por los influjos y postulados cliché de la derecha. De este modo, se llegaría a la rápida conclusión que es preferible un triunfo de Scioli antes que el del Frente Renovador de Sergio Massa, o de Mauricio Macri en alianza con la derecha del radicalismo y el socialismo conservador.
El capital que dispondría Scioli como el candidato moderado del kirchnerismo ha llevado a que en varias oportunidades se pretenda establecer un paralelismo con lo que fue el alvearismo respecto del irigoyenismo dentro de la Unión Cívica Radical en la década del 20. Si bien la analogía es interesante, y podrían identificarse muchos puntos en común con aquel proceso histórico, de persistir en esa línea argumentativa no debería soslayarse que el periodo de gobierno de Alvear implicó un debilitamiento político en la consolidación del campo nacional y popular, cuyas consecuencias tuvieron mucho que ver con el posterior derrocamiento a Irigoyen en 1930.
Más allá de estas breves consideraciones, quedan por delante elementos que requerirán prudentes análisis respecto al futuro del kirchnerismo en relación a Scioli. Una de ellas surge de observar el elevadísimo nivel de aprobación social de las principales medidas implementadas por el kirchnerismo durante estos once años: estatización de las AFJP, Asignación Universal por Hijo, Ley de Medios Audiovisuales, Derechos Humanos, Matrimonio Igualitario, incremento del presupuesto destinado a la educación (6% del PIB), creación de nueve universidades nacionales, estatización de YPF, el proceso de desendeudamiento externo, la revalorización del un Estado presente y activo, y el proceso de integración regional. Todas estas medidas, entre algunas de las más destacadas, son reconocidas como importantes logros y avances a sostener en el futuro.
El kirchnerismo es un proyecto político que permanentemente explicita con precisión lo que queda por delante, los desafíos pendientes para avanzar en el proceso de desarrollo económico con inclusión social. Es la única fuerza política que destaca como eje fundamental de su proyecto de país la soberanía económica y política. En los momentos de mayores dificultades prevaleció a partir de reafirmar sus convicciones y no de adaptarlas a las presiones del poder económico y la demandas de la “gente”. Cuando eligió candidatos híbridos, destinados a seducir a un electorado que tiene preferencias claras en referentes de la derecha, el resultado fue el de la desorientación.
Para lograr mayor adhesión, para aumentar su base electoral, y fundamentalmente para sostener su identidad, deberá dirigir sus esfuerzos en volver a convocar a muchos de quienes se han alejado, los que se encuentran en una periferia crítica, más allá de circunstanciales diferencias. No debiera dejar de avanzar en la dirección de consolidarse como la única fuerza del campo nacional y popular dispuesta a enfrentar el retorno al pasado, o de ver licuadas sus mayores conquistas.
Será un paso significativo que el candidato del FpV sea quien privilegie las convicciones por sobre el haber estado siempre, sin necesidad de, para ello, caer en sobreactuaciones destinadas solamente a reforzar al núcleo duro.
Mientras tanto, Scioli tiene por delante la tarea de dejar en claro que es más que la temporalidad de estar.
*Periodista