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Ignacio-Guido: La identidad y el futuro

La argentina es una república compleja en cuanto a la conformación de su identidad. Mal suele decirse que el país es un crisol de razas, argamasa de hechura foránea y de periplo interoceánico para llegar a otro (mal) dicho popular que la historia oficial supo grabar en el imaginario colectivo como un daguerrotipo indeleble. Venimos de los barcos. La República supo tener una población negra y mulata que la hegemonía blanca, y su cultura, se encargó de borrar –  y que los mismos hombres negros, para tratar de integrarse o confundirse al menos, asimilaron. Y antes de la República, y luego también, hubo y hay pueblos originarios que guerrearon y aún pelean por su derecho a la identidad.

 

A este ya complejo panorama hay que añadir la larga sucesión de interrupciones político-institucionales que se produjeron a manos del partido militar, y en la mayoría de las ocasiones, con complicidad civil. La mano del verdugo obedeciendo los dictados del poder económico y de clase.

 

Los años felices del pueblo conformaron una identidad de orden nacional y popular, con un fuerte proceso de inclusión de las mayorías y con un marcado desarrollo de la movilidad social ascendente. Hablamos de los años del peronismo, el hecho maldito en el país burgués.

Años de mayor grado de complejización social, con nuevas capas medias y una fuerte clase trabajadora organizada en torno a las reivindicaciones obreras, hicieron del país una experiencia revolucionaria por su carácter transformador.

 

Pero la democracia siguió siendo una excepción en la vida nacional. Y aquellas capas medias, sus jóvenes, iniciaron el recorrido hacia la experiencia de la lucha por un país con independencia económica, soberanía política y justicia social. Lucha armada y militante, se entiende. El general Juan. D. Perón fue la figura convocante para ese proceso, truncado, de trasvasamiento generacional. El mismo Perón que había leído a Mao Tse Tung y a Ho Chí Min, el que desde Madrid alentaba a la rebelión popular, pero que a la hora del retorno comprendió que en el contexto político regional y global la situación para los movimientos transformadores venía plagada de malas noticias: Salvador Allende asesinado en Chile; Cuba asediada por el bloqueo norteamericano; el Che Guevara muerto en Bolivia; la CIA y los EE.UU operando en todo el continente, entre otros episodios. El General veía la situación global y planificaba a futuro, tratando de afincar el proceso democrático nacional, y para ello su plan estratégico: En el Ministerio de Economía, el empresario de filiación comunista, José Bel Gelbard, con un programa económico (Plan Gelbard) basado en la redistribución del ingreso desde el sector rural al urbano industrial; la expansión del empleo y el aumento de la participación del sector público en la economía. Y en el plano de la organización del movimiento obrero, Perón sostuvo y apoyó a José Ignacio Rucci, líder de la CGT y del peronismo ortodoxo - las 62 organizaciones-, hombre político resistido tanto por las organizaciones armadas como Montoneros y ERP, y también enfrentado al fundador de la CGT de los Argentinos, Raimundo Ongaro y a Agustín Tosco,  Secretario General del gremio de Luz y Fuerza de Córdoba.

 

La coyuntura política del momento y el fervor de la lucha por logar un país más justo, junto a la vejez y enfermedad de Perón, agudizaron las contradicciones y los enfrentamientos. Podemos arriesgar hoy que el plan de Perón, el de afianzar la democracia y las relaciones económicas regionales, no fue comprendido.

1976 es el año del corte final, del abismo; el país se convierte en un gran estado de excepción; los campos de concentración donde se detiene, tortura y desaparece a militantes de base y de las organizaciones armadas, como también a parientes, empresarios y gente del común, brotan por todas las regiones de la nación. El país se debate entre el terror, la complicidad y la indiferencia.

 

En ese marco es que son asesinados Laura Carlotto y su compañero Walmir Oscar Montoya. Ambos militantes Montoneros. Laura, antes de ser asesinada, dio a luz a un hijo, y su deseo fue que se llamara Guido, como su padre, secuestrado también por la dictadura cívico-militar y liberado tras 25 días de torturas.

A su abuela, que comenzaba a unirse a otras madres desesperadas ante la desaparición de sus hijos, le entregaron el cuerpo sin vida de Laura. De su nieto no hubo noticias.

 

Ignacio-Guido

 

El nombre es el principio y no el final de una definición, tampoco es inmutable. Y la identidad ya no es una equivalencia de lo permanente, de lo estático, sino de una construcción. La identidad personal es una tabla rasa que se va componiendo de narraciones, actos y ausencias. Ignacio ha sido narrado y así fue construyendo el ser que conocimos el viernes 8 de Agosto último. Guido llega a la vida de Ignacio con una nueva historia que le será narrada y que no necesariamente debe reemplazar la anterior sino complementarla.

 

Por Conrado Yasenza*

(Para La Tecl@ Eñe)

 

Luego de 36 años de búsqueda y 113 nietos recuperados y restituidos en su verdadera historia, el miércoles 6 de Agosto supimos que se había confirmado la identidad del nieto 114, que fue filtrada por la ansiedad de una jueza que entiende de primicias y tiempos informativos, y que produjo una gran conmoción social: Ignacio Hurban se realizó voluntariamente el ADN y confirmó así su identidad: Guido Carlotto Montoya. Ese nieto era Guido, el nieto que Estela de Carlotto buscó y esperó incansablemente durante 36 años. El nieto al que le pidió que la buscara, que nunca dejara de buscarla. Y que ella tampoco cejó en su búsqueda. 

 

Desde ese vital momento y hasta la Conferencia de Prensa que Ignacio Hurban o Guido Carlotto dio junto a Estela, y rodeado de los amigos y afectos de su vida anterior, que sigue siendo presente, junto a la numerosa familia que lo aguardó y deseó, Ignacio dijo estar feliz por haber encontrado esa luz inicial de un sendero a recorrer. 

Al iniciar la conferencia Ignacio dejó en claro que por ahora prefiere mantener su nombre, el que lo definió durante todos estos años. Guido es parte de un proceso de asimilación que Ignacio afrontará con la calma y la inteligencia con la que se lo vio respondiendo preguntas en la tumultuosa sala. Estela de Carlotto, la Abuela que esperó, sigue aprendiendo cuando la vida le ofrece uno de los momentos más intensos y más aguardados: Su nieto es Ignacio Guido.

 

El nombre es un signo que distingue, que define, que identifica a cada una de las personas. Pero es el principio, sólo el principio. En ese sentido, y ante la brutal anomalía que los hijos y nietos sufrieron como consecuencia de un plan sistemático de aniquilamiento y desaparición de nombres e identidades que la dictadura cívico militar ideó como siniestra herramienta para anular todo rastro militante o subversivo, el nombre ya no es rasgo distintivo de individualización permanente, inmutable, que nos define en el comienzo de la vida y para siempre. Ignacio- Guido es una muestra más de ello. Pero también Ignacio-Guido es la potencia de un símbolo que en nada opaca las anteriores restituciones, pero que genera un profundo cimbronazo porque ese nombre es el nombre que pedía ser buscado y que buscaba, es aquel que buscó con miedo de no hallar, es el que encontró a una abuela que es eso y mucho más: Una mujer, una abuela que constituye junto a las Madres, uno de los pilares centrales de la sustitución de un orden identitario basado en familia- dios y tradición por otro enlazado a la vida, el orden de la identidad que aún busca consolidarse, el orden cuya razón es Memoria-Verdad y Justicia.

 

Guido-Ignacio es paciente, conoce aquello de ir de la palabra al silencio para regresar de él a la palabra, y por eso no da por seguro nada y todo lo interpreta y siente como una “maravilla de la vida con la que se ha encontrado”. No sabe si es “memoria genética”, si es “la fuerza de la sangre”; no lo sabe pero sí entiende que las preguntas son puentes, partes del lenguaje, como la música. Y si el lenguaje es un acto político, la música, como lo expresó Guido-Ignacio, también lo es. Difícil de demostrar pero inquietante ya que esa definición que él dio es parte inicial, justamente, de una pregunta: Cómo habiéndose criado en un hábitat o medio que lo destinaba a la actividad rural, eligió la música; partió de su pueblo hacia la periferia de la Gran Ciudad, y una vez allí estudió música para transformarse en pianista, ese que aún arropado por la felicidad del hogar de crianza supo tener dudas, nubes que lo acechaban, vientos que lo acercaban a una búsqueda incierta; el pianista que aún en la penumbra de un sueño no dejó de tocar y de participar en conciertos organizados por Abuelas de Plaza de Mayo. En ese encuentro es donde el arte bordonea su fisonomía de acto político. No de otra manera se relacionó Guido-Ignacio con la búsqueda de la identidad que las Abuelas y Madres han fijado como la matriz para reconstruir la nación. La cantante Liliana Herrero dice que la música es una forma de pensar la Patria. “Es una vibración de la historia que condensa los dilemas de la vida cultural y la memoria poética de nuestro país”. Y ello es un acto político. 

 

Como el nombre es el principio y no el final de una definición, y como tampoco es inmutable o invariable, como hemos visto en el caso de Guido y de los otros 113 nietos recuperados, también es un derecho. Y la identidad ya no es una equivalencia de lo permanente, de lo estático, sino de una construcción; una melodía abierta, una búsqueda, un movimiento. La identidad personal es una tabla rasa que se va componiendo de narraciones, actos y ausencias. Ignacio ha sido narrado y así fue construyendo el ser que conocimos el viernes 8 de Agosto último: Respetuoso, calmo, directo, veloz e inteligente ante las preguntas, sincero, prudente, divertido. Ese es Ignacio, el mismo que ha dicho que está muy feliz por haber hallado la verdad; el que se preocupó por recalcar que el haber encontrado una respuesta a sus dudas lo colmaba de felicidad por él y porque la fuerza simbólica de ser el nieto de Estela de Carlotto puede contribuir a cicatrizar las heridas del pasado nacional.

 

Guido llega a la vida de Ignacio con una nueva historia que le será narrada y que no necesariamente debe reemplazar la anterior sino complementarla, enriquecerla; internalizarla para darle forma y sentimiento a esa identidad total que seguirá en movimiento, quizás una obertura por ahora inconclusa que deber esperar a que el tiempo se recupere del feroz hachazo del verdugo y la muerte que lo salpica.

 

Hoy Guido está feliz junto a esas historias y afectos que irán escudriñando el futuro.

 

 

*Licenciado en Periodismo, Poeta .Director de la Revista La Tecl@ Eñe.

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