El sino entre la izquierda y la derecha
El sino que enlaza contradictoriamente las confrontaciones entre izquierdas y derechas las torna interdependientes, y las sociedades con democracias estables y mediana calidad institucional son las que pueden alcanzar una mayor calidad comunitaria, pues si bien el “conflicto” es el eje de la evolución humana no es una cuestión menor la forma de encauzarlo, ya que entre las oscilaciones de esas intensidades, nace, transcurre y se extingue la vida de las personas.
Por Raúl Lemos*
(para La Tecl@ Eñe)
El espacio en que transcurre la disputa por el poder es el escenario de confrontación entre el discurso de izquierda y derecha, pero además, de la mutua interpelación conceptual de quienes personifican esa lucha, se expresan en la base social dos tendencias o estilos de vida que son constitutivas del esqueleto de la civilización.
La contingencia de existir impone a todos los seres vivos una prioridad que es sobrevivir y la conducta de la especie instintivamente asociada a esa necesidad, es la idea extendida y sobreentendida de la conservación del status quo con prescindencia de su calidad, en principio tan solo porque nos es conocido.
Entre el extremo de la parálisis ante el riesgo de lo desconocido y el del arrojo propio de una disposición franca y abierta al cambio, hay un amplio abanico de conductas, pero mas cercanas al primero de esos polos. Esto explica, aún en la adversidad, la aparente verosimilitud de que lo conocido es mejor que lo que no lo es, incluso a riesgo de sellar con la inmovilidad un resultado (seguro) probablemente adverso. Y esto prefigura de antemano al comportamiento instintivo humano como aliado natural del discurso de derecha.
Mientras la izquierda debe describir con implacable lógica el edificio fundante de su discurso desde los cimientos mismos, el despliegue argumental de la derecha posee un carácter menos definido y autónomo, pues la fortaleza estructural de su eficiencia depende básicamente de esa alianza mecánica con la idea de lo conocido y lo seguro, que anida en la inmensa mayoría de la sociedad, primordialmente en sus capas medias.
La primera tiene un compromiso con el rigor de sus hipótesis, que derivan sin solución de continuidad en la imperiosa demostración de aquello que propone. La segunda deambula en los aledaños de ese territorio cuidándose muy bien de no ingresar en él, pues su verdad la construye con velada adulación del estereotipo de lo que el rebaño elije a la medida de su temor.
Para ello, poseen habilidades diferentes: la izquierda apela al convencimiento que emana de la fuerza de lo razonado meticulosamente, mientras la derecha utiliza la sutileza gestual de los ademanes hablados, propios de un “arte” que por excelencia practican: el de la apariencia.
Ciertamente y al margen de estas cavilaciones, casi nadie pone en juego pródigamente los bienes afectivos o materiales que posee sin un mínimo de confianza y explicitada consistencia, que sustenten desafíos de cambios para un futuro mejor.
En cambio ese arte que requiere de la presentificación, lejos de un pasado abjurado y mucho mas acá de un futuro gesticulado como amenaza, permea en el espacio que queda luego de esa disección temporal, una exaltación vaga y edulcorada de lo obvio, que fluye sutil y sin sobresaltos entre los hilos del tan custodiado sentido común. Así se ejerce el oficio de no disentir con lo convencional, y a su vez, las expresiones de ese discurso, que bajo un prisma más agudo puedan parecer inexactas, no rigurosas, incongruentes, superficiales o confusas, son las que por los resquicios de esa imperfección “no casual sino causal”, conducen al corral al extendido ejército de incautos que por diversísimas motivaciones rechazan complejidades.
El discurso de derecha, que conoce este rasgo, saca provecho de esa precariedad al desplegar ese talento innato de la simulación que poseen sus portadores, para contagiar a una masividad desprevenida aunque no inocente, la sensación de ser parte de algo especial, selecto, esencialmente por qué la ansiada exclusividad encierra en su reverso una contradicción que estigmatiza a los sectores medios como a ningún otro: hasta ahora, la movilidad social ascendente de la clase media es inversamente proporcional al sentido de pertenencia a su propia casta.
Esto se traduce en que el sujeto tipo que la integra, cuando está en procura de objetivos materiales y no tanto, más que como parte de su manada se sitúa en la planicie de la realidad como un lobo solitario ávido de una importancia que le exige cada vez más en un frenesí poco menos que insaciable. Un mal de todos los tiempos, que quizá haya que rastrear en la idea de Nietzsche, de que el poder es la pulsión más fuerte del ser humano, aún más que la de vida o libertad.
Allí subyace el mayor capital consensual del discurso de la derecha, al asociarse el instinto básico de conservación o supervivencia de los individuos y el deseo de obtención o preservación de bienes como pilar funcional de la sociedad que el capitalismo fue modelando a través de los tiempos.
Por ello, esa extendida individualidad despojada de un sentido más reflexivo y comunitario, es socia espontánea del discurso de derecha que objetivamente expresa los intereses del poder económico excluyente, pues ambas habitan el mismo lugar básico y rudimentario que yace en el inconciente de la especie, su costado más visceral con menoscabo de la racionalidad civilizatoria.
Mas allá o más acá de la inexorable confrontación entre izquierda y derecha, el sino que las enlaza contradictoriamente las hace interdependientes y las sociedades con democracias estables y mediana calidad institucional que accedan a esa manera de procesarlo, son las que pueden alcanzar una mayor calidad comunitaria, pues si bien el “conflicto” es el eje de la evolución humana no es una cuestión menor la forma de encauzarlo, ya que entre las oscilaciones de esas intensidades, nace, transcurre y se extingue la vida de las personas.
* Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad.
** Carolina Antoniadis: Nació en la Ciudad de Rosario, Santa Fé. Actualmente reside en Buenos Aires donde tiene su taller.
Obra de Carolina Antoniadis.**