Sombras chinescas
La reciente devaluación de la moneda en China generó una reacción en cadena y produjo la baja en las cotizaciones bursátiles de las bolsas a nivel internacional. China no devaluaba su moneda desde el año 1994, en que se estableció el actual sistema de paridad administrada por el Estado, y los analistas coinciden en que a mediano plazo esta devaluación implica un gesto ante las instituciones financieras internacionales, especialmente ante el FMI.
Por Alberto Elizalde Leal*
(para La Tecl@ Eñe)
El 11 de agosto pasado, los operadores bursátiles, las agencias de noticias y las redacciones del mundo no podían creer lo que aparecía en sus pantallas con la contundencia de lo inesperado: China devaluaba su moneda frente al dólar. Como en una reacción en cadena, las cotizaciones bursátiles comenzaron a caer y las pantallas de las bolsas de Singapur, Hong Kong, Nikkei (Japón), Yakarta y Euro Stoxx vieron poblarse sus pantallas de cifras en rojo, aumentando la inquietud en un mundo financiero ya suficientemente perturbado por los procesos del default y el salvataje griego y el amesetamiento general de los indicadores productivos internacionales. La inquietud cobró dimensiones de alarma cuando se sucedieron dos devaluaciones más, el miércoles 12 y el jueves 13, que llevaron la paridad del renminbi con respecto al dólar más del 5 % por debajo de su posición anterior.
Moneda, economía y estrategia
Es de destacar que China no devaluaba su moneda desde el año 1994 en que se estableció el actual sistema de paridad administrada por el Estado, que compra y vende divisas para mantener una paridad virtualmente fija, operaciones que son posibles por la fabulosa posición de las reservas chinas que rondan los dos billones de dólares. La preocupación del mundo occidental radicaba en que el contexto macro de la economía china distaba de ser brillante. De hecho, el PBI del gigante asiático apenas había llegado al 7% de crecimiento –muy lejos de las tasas de dos dígitos de años anteriores- y las previsiones para el 2015 lo ubican en cifras muy parecidas al de 2014. La devaluación no sólo fue inesperada, fue brutal para los cánones del mundo financiero cuyas previsiones eran que China devaluaría progresivamente alrededor de un 2% en todo el 2015. Informes previos hablaban de caídas en la producción de cemento, contracción en la industria del acero y un estancamiento notorio en la generación y consumo de energía.
Los analistas financieros y bursátiles consideran que en lo inmediato, la devaluación china puede ser una medida defensiva para inyectar vitaminas a una economía en retroceso vía el aliciente extra a las actividades exportadoras y detener un cierto retraso relativo del tipo de cambio que estaría generando una indeseada apreciación del renminbi y, por lo tanto, una evolución al alza de los costos salariales. Hay que recordar que la gigantesca población económicamente activa de China (más de setecientos cincuenta millones de personas) está conformada en un gran porcentaje por trabajadores de origen campesino que reciben habitualmente retribuciones por debajo del promedio del mundo occidental y sufren condiciones de trabajo que colisionan con las normas existentes a nivel internacional. Los bajos salarios, la abundancia de mano de obra y un régimen laboral “amigable” con el capital han sido el gran atractivo para la captación de capitales en una escala que no tiene antecedentes históricos.
Más a mediano plazo, hay coincidencias en que las autoridades chinas buscan con esta devaluación mostrarse ante las instituciones financieras internacionales (básicamente el FMI) y los centros de poder como más flexibles en su política de abandonar progresivamente las “rigideces” del control cambiario estatal y reemplazarlo por la “mano invisible de los mercados”. La frutilla del postre de esta estrategia sería la aceptación del renminbi como moneda de reserva internacional, integrando así la “canasta de monedas” que conforman actualmente los Derechos Especiales de Giro: el dólar, la libra esterlina, el yen y el euro.
Por supuesto, los movimientos chinos son seguidos atentamente no sólo por EE UU y las potencias europeas; sus socios del BRICS tienen también motivos para preocuparse: los problemas económicos y financieros de Brasil –que está siguiendo el camino chino devaluando su moneda-,y las peripecias rusas, sufriendo las presiones de las sanciones económicas de Occidente y lidiando con los bajos precios del petróleo, son una muestra de que la interdependencia global generada por la fase avanzada del sistema imperialista contagia, amplifica y profundiza los fenómenos monetarios y financieros originados en estructuras económicas de diversa conformación y desarrollo.
Perspectivas
El crecimiento del capitalismo chino ha pagado costos enormes en términos ambientales, habitacionales y sociales. La construcción de megaurbes, la reducción de la superfice sembrada, la degradación del medio ambiente y el desapego por la seguridad y el bienestar de la población (patentizados en las recientes explosiones en los complejos químicos de Linfen y Tianying) generan un débito ambiental y social que hipoteca el futuro de la población china.
Otro de los factores condicionantes del modelo de desarrollo chino es que –consecuencia de la nueva división internacional del trabajo y los flujos de capitales y mercancías- en el país se produce lo que no se consume, ya que la incipiente clase media consumidora china no es un mercado alternativo a los mercados mundiales que podrían estrecharse si la crisis global no se supera y las tendencias devaluatorias originan una “guerra de monedas” que haga aún más difícil vender sus productos. La renta per cápita sigue siendo muy baja (3.330 dólares anuales) y el gran desafío es cómo incentivar el gasto sin que ello signifique alimentar tendencias inflacionarias o –como sucede en la actualidad - derivación de enormes masas de dinero a las actividades especulativas en el sector inmobiliario y el bursátil. Hasta ahora, la respuesta oficial del gobierno ha sido bajar las tasas y aflojar los encajes bancarios como estímulo al consumo. Para detener la corrida bursátil generada a partir de la devaluación y sostener la cotización del renminbi en el nivel de cierre del día 13 de agosto, ha vendido cuatrocientos mil millones de dólares de sus reservas (sí, leyó bien, 400 mil millones de dólares, el 75 % del PBI argentino.
El marco global no es muy alentador. Por primera vez desde la crisis de 1998, las economías emergentes y en desarrollo tienen problemas, básicamente vinculados a la caída drástica de los precios de los commodities y las materias primas. El petróleo, los metales y los granos se encuentran en niveles similares a los del inicio de la década. No es ajeno a este fenómeno la desaceleración del crecimiento mundial que llevó a las grandes economías (China entre ellas) a reducir la demanda de esos bienes.
Con los países emergentes en crecimiento, los capitales fluyeron en esa dirección y las empresas y Estados se endeudaron en divisas que ahora, a caballo de la crisis, tienden a seguir el camino inverso.
La casi segura elevación de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal agrega una cuota de incertidumbre a este panorama poco alentador. La única duda existente es si el aumento se verificará este mes de setiembre o se concretará hacia fin de año. En cualquier caso, las consecuencias para las economías endeudadas en dólares será el aumento del costo de sus servicios de deuda a la vez que se intensificará el flujo de capitales hacia EE UU (que muestra claros síntomas de recuperación económica amén de haber logrado una potente posición de autoabastecimiento energético mediante el uso masivo del fracking) y los países desarrollados. De continuar los procesos devaluatorios cruzados, la “currency war” puede desatar una guerra comercial cuyo resultado previsible es la continuidad del estancamiento y la aparición de tendencias proteccionistas en el comercio mundial.
Buenos Aires, 1° de septiembre de 2015
*Periodista