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Mirarse el ombligo o los peligros del espejismo discursivo

Junto a la necesidad del ejercicio permanente de las prácticas políticas en todas sus modalidades, ha llegado el momento de aprender a poner un paréntesis a los discursos políticos a los que adscribimos. No se puede terminar de construir un país más justo mirándose el ombligo. Hay que seguir construyendo, hacia adelante. A lxs dirigentes que sigo admirando y defendiendo, les dejo su propia autocrítica.

 

Por Alejandra Cebrelli*

(para La Tecl@ Eñe)

Lo que voy a escribir sale de una impotencia y de un temor raigal de quien siente que la derrota de un candidato puede ser la condena del país en el que vive, transita y ama. Surge, también, de la necesidad de explicar(me) y explicar una situación que se venía anunciando pero que no pude leer. Y no lo pude hacer, como muchos otros argentinos, porque estaba en la trampa del discurso político, de la pasión que confunde lo colectivo con la única verdad posible y, lo que es peor, la transforma en la única voz audible.

 

Una colega escribía en estos días que su muro de Facebook es como un espejo que repite una y otra vez lo mismo. A riesgo de traicionar sus palabras, traduzco: allí tienen rostro y voz nuestros propios ideales y nuestras propias utopías. Allí nos comunicamos con ‘amigxs’ que, en el lenguaje feisbuquero, significa el cómodo capullo de quienes piensan y sienten más o menos lo mismo que nosotrxs.

 

Sabemos, desde hace mucho, que la lógica de la reiteración es el principio básico de la construcción del valor de creencia y del valor de verdad. Lo sabemos, lo racionalizamos, pero nuestras propias pasiones -esas que marcan y atraviesan nuestros cuerpos- lo dejan en el olvido. Y no está mal, ese es nuestro carnet de humanidad pues nos recuerda que todos somos iguales sin importar las diversidad de nuestra experiencia social ni la jerarquía que ocupamos según los valores de la hegemonía de turno. Y pasa lo mismo entre los militantes, aunque no utilicen redes sociales porque esas redes no son únicamente virtuales ni se establecen gracias a la tecnología. Sucede en el roce diario, cuando elegimos con quiénes nos comunicamos en el trabajo, en la calle, en la propia casa. Lxs elegimos porque nos sentimos cerca, porque nos une algún tipo de identidad compartida y ambas cuestiones, lo sabemos, tienen un carácter inexorablemente ideológico. Y lo ideológico y sus componentes representacionales, funcionan como fuertes filtros de lo real. El gran desafío es aprender a correr(se). Como decía Michel De Certeau, a mover(se) de la foto para agrandar foco y perspectiva. Y añadir audibilidad, agrego.

 

No pretendo analizar si se equivocaron nuestros líderes y dirigentes en las campañas que desembocaron en las últimas elecciones y, en ese caso, cómo y cuánto. Se lo dejo a especialistas en sociología, política, marketing o publicidad. Pretendo, en cambio, analizar(nos) como militantes, sabiendo de la heterogeneidad raigal de esa categoría, sobre todo para el peronismo. Por eso, y a conciencia de no poder abarcar todas las posibilidades de variabilidad, hablo en primera persona, como un modo de hacer hincapié en que esto no pretende tener un tono científico o de verdad ‘universal’ sino de verdad individual, en este caso, la mía. Y la comparto en el convencimiento de que ahora, más que nunca, tenemos que empezar a escuchar(nos) más allá de las consignas, más allá de los discursos partidarios que –por definición y tal vez por necesidad- son siempre dogmáticos. Pero, lo que es peor, nos hacen creer que nuestro ideario político es el único posible, el mejor, el incuestionable y, por lo mismo, innegociable. Y nos olvidamos de que la hegemonía consiste más que en la construcción del consenso, en la construcción de un horizonte de objetivos comunes en y desde la misma disidencia. Claro, es muy difícil pero se puede. Nuestra historia reciente lo ha demostrado.

 

Tenemos –y también me lo digo- que comenzar a escuchar a parientes o amistades cuya ideología nos molesta y nos enfurece al punto de obligarnos a escribir en sus muros o a decirles palabras duras frente a frente, palabras de las que luego nos arrepentimos y, si podemos, borramos. Escuchar a vecinxs que se quejan de las grietas que estos 12 años de políticas públicas no alcanzaron o no pudieron suturar. Escuchar a lxs taxistas que elogian las promesas de medidas de seguridad que, encerradxs en nuestra falsa idea de invulnerabilidad, nos espantan y nos suenan represoras. Porque quien nos habla, vive en la calle, expuestx a esa (in)seguridad que ninguna política social pudo solucionar del todo. Y no por eso estoy de acuerdo con sacar el ejército a la calle o atentar contra los derechos de ciudadanía sino que, tal vez, haya llegado la hora de ver cómo podemos construir soluciones más o menos consensuadas con quienes piensan y viven experiencias dispares a las nuestras.

 

No sé cuál será el resultado de estas elecciones. Trato de militar, con todas mis fuerzas, para que triunfe el proyecto más alejado del neoliberalismo aún sabiendo que, gane quien gane, vamos a tener que ejercer una atenta vigilancia y estar dispuestos a salir a la calle para defender los derechos que sean conculcados sin importar la bandería política de lxs atropellos. Lo que no quiero es perder de vista lo que acá estoy escribiendo con una lucidez que, seguramente debí haber tenido mucho antes: nada se puede construir sin escuchar realmente las otras campanas. Y el pecado capital que hemos cometido quienes nos embanderamos en el ideario nacional y popular es pensar que lxs otrxs son solamente lxs invisibilizadxs, lxs más vulnerables del tejido social. Y eso estuvo bien. Por eso soy peronista y lo seguiré siendo. Lo que nos faltó, el desafío que tenemos que vencer, es aprender a escuchar, a aprehender e interpretar lo que nos dicen quienes piensan diferente: esos que llamamos ‘gorilas’ (odio esa palabra), ‘conservadores’, ‘fachos’ y hasta ‘traidores’.

 

El gran desafío es tratar de entender por qué sostienen esas banderas, cuáles son las experiencias que llevaron a enarbolarlas, más allá de los intereses económicos y la disputa por los poderes (ambas cuestiones ineludibles en el juego político). Sobre todo cuando ese discurso está en boca de quienes menos tienen, aquellos que –a nuestro juicio- fueron lxs grandes beneficiarixs de las políticas de estos últimos doce años.

 

Vivimos en un mundo y en un país sin garantías. Pese a la necesidad del ejercicio permanente de las prácticas políticas en todas sus modalidades, me parece que ha llegado el momento de aprender a poner un paréntesis a los discursos políticos a los que adscribimos. No se puede terminar de construir un país más justo mirándose el ombligo. Aunque los doce años vividos nos (me) sigan demostrando que no estábamos errados. Pero hay que seguir construyendo, hacia adelante, y no nos podemos dar el lujo de equivocarnos. Nosotros, lxs militantes que llevamos banderas o carteles caseros en los actos políticos a los que nuestras obligaciones y posibilidades económicas nos dejan asistir. A lxs dirigentes que sigo admirando y defendiendo, les dejo su propia autocrítica.

 

Salta, 16 de noviembre de 2015

 

 

*Docente e investigadora Universidad Nacional de Salta – ANPCyT @alejaceb

 

 

 

 

 

 

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