Lo pérfido de la utilización de la figura de Hitler y el nazismo (I)
Desmontar la maquinaria de confusión ética e ideológica de algunos funcionarios y comunicadores sobre un tema fundacional para la democracia argentina post-dictadura cívico-militar como lo es la política de Derechos Humanos, constituye una responsabilidad social ante un discurso que porta el rostro pérfido de funcionarios del gobierno de Cambiemos pero que no se agota en ellos.
Por Angelina Uzín Olleros*
Especial para La Tecla Eñe.
“Invisible Auschwitz, en su horror visible.
No hay nada por ver que no haya sido visto ya.
Serenidad del mal”. Edmond Jabès
De un tiempo a esta parte hemos visto, escuchado y leído una seguidilla de argumentos e imágenes en las que se utiliza el concepto de nazismo y la figura de Hitler para representar el mal, esto se realiza desde una irresponsabilidad teórica y práctica[i] preocupante. La banalización de este período de la historia se debe a la ignorancia en algunos casos de lo que significa el nazismo y en otras circunstancias a la actitud canalla de mostrar a sujetos y a grupos como la expresión más deleznable de la condición humana.
Uno de los tantos ejemplos que podemos dar guarda relación con la película alemana estrenada en el año 2004 sobre los últimos días de Adolf Hitler, uno de sus tramos ha sido adaptado para parodias en las redes sociales, éstas resultan sumamente populares al hacer bromas sobre temas muy diversos. Cada una de las parodias es de la misma escena de la película “La caída” (Der Untergang), en ella vemos a un furioso y derrotado Hitler interpretado por Bruno Ganz, el personaje actúa un discurso apasionado y colérico dirigido al resto de su grupo refugiado con él en el búnker. Cualquier tema puede ser subtitulado lo cual causa -lamentablemente- diversión a muchos espectadores, por el contraste con el intenso dramatismo de la escena, ese trayecto del film es hábilmente editado y subtitulado.
¿Algunos son más responsables que otros ante esta utilización del nazismo y de la figura de Hitler, de lo que ambos representan? Considero que todos son responsables de sus dichos, ya lo dice el refrán popular: “el pez por la boca muere” y muere en su falta de dignidad argumentativa cuando realiza comparaciones y ejemplificaciones brutales y descolocadas de lo que acontece. En este punto podemos hacer una serie de distinciones y puntualizaciones sobre quién habla y para quiénes habla. Un intelectual, un docente, un profesional, un funcionario, un periodista, un comunicador, un político, un filósofo… cuánto puede pensar, analizar, descomponer, reflexionar sobre la materialidad del discurso, sobre la necesidad de sostener y sostenerse en sus dichos, en sus afirmaciones y en sus negaciones también.
No ignoro los diferentes niveles de argumentación, pero aún sin ser historiador o sociólogo o politólogo, un ciudadano puede encontrar la gravedad de las comparaciones entre un momento tan desgraciado de la historia pasada y la actualidad, entre un partido político o un movimiento social y lo que fue el nazismo en Alemania con sus repercusiones a nivel mundial.
El filósofo Emmanuel Lévinas en su artículo “Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo” publicado en 1934 dice: “.... la fuente de la sangrienta barbarie del nacionalsocialismo no está en ninguna anomalía contingente de la razón humana, ni en ningún malentendido ideológico occidental. Hay en este artículo la convicción de que esta fuente se vincula a una posibilidad esencial del Mal elemental al que la buena lógica podía conducir y del cual la filosofía occidental no estaba suficientemente a resguardo”… “Posibilidad que amenaza además al sujeto correlativo del ‘ser-a-reunir’ y ‘a-dominar’, el famoso sujeto del idealismo trascendental que, ante todo, se quiere y se cree libre. Debemos preguntarnos si el liberalismo satisface la dignidad auténtica del sujeto humano. ¿El sujeto alcanza la condición humana antes de asumir la responsabilidad por el otro humano en la elección que lo eleva a ese nivel? Elección que proviene de un dios –o de Dios- que lo contempla en el rostro del otro ser humano, su prójimo, lugar original de la Revelación”.
Aquí en este segmento del texto ya surge una polémica que está presente hasta hoy sobre lo que definimos como “humano” e “inhumano”, “racional” e “irracional”. Porque el nazismo no es la expresión de una patología irracional e inhumana: la paradoja hitleriana nos muestra que el hombre, el ser humano es también capaz de realizar la más brutal de las acciones, y que puede llevar a cabo un genocidio desde la racionalidad e incluso utilizando los “avances” científicos para maximizar los alcances de su crimen.
Las repercusiones han sido y son tantas de lo que hizo el nazismo que todo queda bajo un manto de sospecha, y lo más estremecedor: el hombre mismo, la humanidad toda queda bajo esa sospecha. Somos o podemos ser capaces de eso. La racionalidad moderna, el pensamiento ilustrado, el estado-nación, y todas las instituciones que hemos inventado en la civilización pueden matar o dejar morir, racional y científicamente. En síntesis, el nazismo no es la obra de un loco.
Todo juicio universal deja en los márgenes a algunos particulares, en el caso argentino esto se hace patente con lo sucedido en el siglo XIX con los pueblos originarios. El antropólogo Walter del Río, Co-director de la Red de Estudios sobre Genocidio en la política indígena argentina sostiene que a diferencia de los Juicios a las Juntas Militares de la última dictadura argentina, en 1985, o los Juicios de Nuremberg a los nazis, entre 1945 y 1949, no hubo una instancia similar de juzgamiento a los responsables de implementar políticas y prácticas genocidas contra los pueblos originarios porque nunca cayó el régimen que implementó las campañas militares de fines de siglo XIX y principios del XX que derrotaron la autonomía indígena, a fuerza de masacres, para consolidar al Estado Nacional. El Estado nace de un genocidio y extiende esa lógica durante todo el siglo XX.
El sujeto que termina siendo objeto de un crimen masivo no escapa a la denominada civilización que enfrenta a una barbarie; ya lo sabemos a esta altura de la historia, civilizados y bárbaros están siendo definidos y señalados por un poder que se arroga el derecho de aniquilar por la fuerza a esa “otredad” que considera un peligro para los destinos del programa civilizatorio de Occidente.
En su ya célebre libro Homo sacer III Lo que queda de Auschwitz, Giorgio Agamben, aborda la comprensión del significado ético y político del exterminio; desde su perspectiva, Auschwitz no se presenta sólo como el campo de la muerte, sino como el lugar de un experimento sobre los límites de lo humano. El homo sacer -que está fuera de la ley- es asesinado sin que ese asesinato constituya delito. Los campos de concentración o de exterminio y no la ciudad, son lo que constituye el paradigma de nuestra modernidad.
Es la nuda vida o la vida desnuda, la existencia despojada de todo valor político, de todo sentido ciudadano. El campo de concentración o de exterminio es el espacio más radical donde se ejecuta la biopolítica contemporánea; donde la vida, privada de todo derecho, puede ser objeto de todos los experimentos. Es esa humanidad lesionada en las cámaras de gas y en las salas de tortura. Un cuerpo lastimado, herido, ultrajado; y lo terrible de esto es que es el alma desnuda, lastimada, herida, ultrajada del ser humano la que queda existencialmente derrumbada.
Es nuestra responsabilidad, desde el lugar que ocupamos en una sociedad y en una institución, debatir, desmentir, desmontar esta maquinaria de confusión política, ética e ideológica de algunos funcionarios y comunicadores que lanzan juicios de valor tan tremendos, tan crueles. La “perfidia” que habita sus palabras y sus ideas desde su etimología nos ilumina en la advertencia: la perfidia es la ausencia de fe a la que se debe el hombre, en definitiva la fe en lo más sublime del ser humano.
Alguien debe oponer a “lo pérfido” de ese discurso de un posible “nazismo que no mata a judíos” una palabra, un argumento, un discurso que llegue a las entrañas de la dignidad humana y lo enfrente a ese pérfido rostro portador de semejante afirmación a su propia miseria.
Buenos Aires, 1 de febrero de 2016
*Dra en Ciencias Sociales . Máster en Filosofía. Docente en UADER y UNR. Escritora.
[I] Pérfido del latín perfidus. Significa desleal, infiel o traidor, que falta a la fe que debe.
[II] La palabra “práctica” hace referencia aquí a la moral.