La primavera camporista de Clarín
El periodista Ariel Hendler realiza una evocación del momento en que el idilio entre el gobierno de Néstor Kirchner y el diario Clarín finalizó en forma abrupta. Hendler afirma que “nos arrebataron la feliz primavera camporista de Clarín antes de la existencia de La Cámpora”.
Por Ariel Hendler*
(para La Tecla Eñe)
Empiezo por aclarar desde dónde hablo: el escritorio donde me siento todos los días está en el diario Clarín, empresa a la que entré a trabajar en 1997. Como todo el mundo sabe, en esa época Héctor Magnetto era también el dueño de Página 12, y Daniel Santoro investigaba sobre contrabando de armas que iba a derivar en el procesamiento de Carlos Menem. Cinco años más tarde, en 2002, empecé a escribir en el suplemento de Arquitectura (actual revista ARQ), donde sigo firme hasta hoy. Un trabajo honrado.
Todos éramos felices allá por 2003, pero en nuestro caso también éramos parte del proyecto nacional y popular. Repasemos. Un colaborador habitual del diario, el constitucionalista Rafael Bielsa, que escribía cada semana una columna en la que aparecía su foto (y además era el coautor junto a Eduardo van der Kooy de La vida en rojo y negro, libro sobre Newell’s), había sido nombrado canciller por Néstor Kirchner.
Al mismo tiempo, una compañera de nuestra redacción, Hinde Pomeraniec, conducía Visión 7 Internacional sin apartarse en lo más mínimo de la línea editorial del diario en esa sección. Y una alta funcionaria del gobierno de Aníbal Ibarra tenía un vínculo familiar directo con uno de los jefes más encumbrados del diario Clarín. No hace falta dar nombres. Lo importante es entender que fue en este contexto, y muy lejos de ser un hecho aislado, que en 2007 el gobierno le concedió a Multicanal la fusión con Cablevisión.
Por eso, es lícito decir que los trabajadores de Clarín fuimos quizás los primeros en vivir nuestra propia primavera camporista cuando todavía ni existía La Cámpora. Y que nada, en esos tiempos felices, nos hacía sospechar la tormenta que se nos avecinaba.
Hasta ese momento, lo que conocíamos era casi un juego. Estaba el caso de Julio Ramos, el dueño y director de Ámbito Financiero, pionero en la batalla cultural contra Héctor Magnetto, a la cual dedicaba grandes espacios de su diario cada día; pero esa situación nos dejaba bien parados, porque era el diario reaccionario por excelencia, devoto de la dictadura de Videla y la de Pinochet, de los carapintadas, de Menem, de Bush y de Fujimori.
De hecho, la guerra personal de Ramos contra Clarín incluía la acusación de que el diario de Magnetto apoyaba a todos los regímenes socialdemócratas, socializantes, socialistas y hasta comunistas y fundamentalistas islámicos del mundo. Incluido obviamente al gobierno de Néstor Kirchner. ¿Cómo olvidar esa breve nota en la tapa de Ámbito en la que se maliciaba, como al pasar, que Eugenio Zaffaroni, juez propuesto por el gobierno para integrar la Corte Suprema, era “soltero”? Sin embargo, el diario de las charlas de quincho jamás sufrió cuestionamientos del gobierno por sus posturas en épocas anteriores.
Ese era el panorama hasta que un día, por motivos que todavía permanecen oscuros (y que sería bueno conocer en virtud de la verdad histórica), a los trabajadores de Clarín se nos vino la noche. Discusiones familiares patéticas. Bullying mediático y virtual. Medidas de seguridad (sí, es una ironía, pero…) en reuniones sociales.
Termino esta breve evocación con una anécdota personal. Hace pocos años tuve que escribir una nota sobre el concurso de arquitectura convocado para construir el nuevo edificio al que debía mudarse una dependencia del gobierno nacional, y que mantengo en reserva, como se verá, para preservar a mi fuente. Como es habitual en estos casos, llamé a la máxima autoridad de esa dependencia para hacerle las preguntas de rigor sobre las nuevas necesidades edilicias, la adecuación tecnológica y demás.
El funcionario aceptó conversar telefónicamente, pero con la condición de que no se mencionara por nada del mundo su nombre, y obviamente le di todas las garantías, como si estuviéramos hablando de un peligrosísimo secreto de Estado y no de un simple concurso de arquitectura. Durante la charla, me dije a mí mismo que a la semana siguiente, cuando la nota ya estuviera publicada, iba a llamarlo otra vez para hacerle la pregunta obvia: “¿Qué reflexión le sugiere el hecho de que usted esté muerto de miedo por una nota inofensiva como ésta mientras yo puedo hablar tranquilamente con quien se me antoje?”
Por supuesto que jamás lo hice, y así los dos perdimos la oportunidad de tener un diálogo franco entre soldados de una guerra a la que nos arrastraron sin consultarnos. En nuestro caso particular, nos arrebataron la feliz primavera camporista de Clarín. Duró relativamente poco, de mayo de 2003 a agosto-septiembre de 2008, pero… ¿quién nos quita lo bailado?
Buenos Aires, 17 de noviembre de 2015
*Periodista