top of page

Porque soy argentino quiero que lo gane Brasil

Estamos, con el asunto del Mundial y el de la Patria Grande, ante una flor de encrucijada. O una pícara paradoja. La pasión del fútbol ha entrado en intenso conflicto con la ideología. Una pregunta de pronto nos arrincona, no pone entre la espada y la pared: pensando en la coagulación de la Patria Grande, ¿quién conviene que gane este Mundial? Para responder a semejante pregunta retomo y amplío un texto que publiqué en el diario Página 12 el lunes 23 de junio pasado. Lo que manda el cerebro no lo quiere, lo rechaza, el corazón. Madremía, jodido dilema. 

 

Por Rodolfo Braceli

(Para La Tecl@ Eñe)

A ver si consigo explicarme: porque soy argentino quiero que a este Mundial, a este, lo gane Brasil.

¿Cipayo de ocasión yo? ¿Sorete vendepatria yo? ¿Desolado desalmado descorazonado infeliz yo?

(( Piedad para el que se confiesa sin retorno, y un poco de paciencia; a ver si consigo explicarme. ))

 

Soy argentino porque nací y aprendí a respirar aquí, cosa que continúo haciendo diariamente. Si soy argentino, de fútbol soy. Más de una vez en mis libros insistí con que el fútbol es una patria más intensa que la patria misma. ¿Exageración?, ¿blasfemia? No lo es y se demuestra fácil: comparemos la cantidad de banderas que asoman en fechas como patrias con las que brotan cuando estamos de Mundial. Si esta evidencia no es suficiente comparemos la duración e intensidad de aquella depresión colectiva cuando nos enteraron  de la capitulación en la desguerra de Malvinas, con la duración e intensidad de la depresión acongojada que nos atravesó en el Mundial de Estados Unidos, en el 94, cuando supimos que el control del pichí de Maradona dio positivo. El dolor por la derrota en Malvinas se traspapeló enseguida, duró menos que la desguerra misma; en cambio la insoportable frustración por la expulsión de Maradona fue un cólico del corazón que todavía nos une más que el espanto.

 

   Si soy argentino y de fútbol soy, no se entenderá, ni con la coartada del delirio, que yo ahora esté pronunciando en voz alta que, porque soy argentino, quiero que a este mundial lo gane Brasil.

   Estoy tratando de explicar lo inexplicable. Si soy argentino (cosa que le puede pasar a cualquiera), soy entonces latinoamericano y soy suramericano. Desde Adán y Eva jamás, como en estos años, la región latinoamericana del mundo funcionó y se activó como una Patria Grande. Jamás, como ahora, se dieron simultáneamente gobiernos que, por fin, vienen siendo gobiernos que no quieren seguir arrodillados, partenaires sumisos del sumo imperio de los genocidios preventivos. En esta última década venimos teniendo gobiernos que no se bajan ni calzoncillos ni calzones, que no se regalan a pasivas relaciones carnales, que no se resignan a ser inodoro y bidé del primer mundo; gobiernos con sabor a dignidad, que brotaron de las urnas, no de la manipulación y los eructos de las embajadas norteamericanas. Estos gobiernos así de dignos vienen sucediendo en Chile, Uruguay, Bolivia, Paraguay (un rato), Venezuela, Ecuador, Brasil.

Nunca las izquierdas tuvieron tal simultaneidad en este sur del sur.

    Por supuesto que las derechas, en descarada alianza con los aterradores pulpos medios de descomunicación, no se duermen en la resignación: conspiran, zancadillan, hasta celebran y magnifican las protestas callejeras que desde siempre ellos condenaron y aborrecieron.

 

   Considerando que Brasil posee un liderazgo indiscutido en la región y presencia entre las diez potencias del mundo, no da igual que allí gobierne la izquierda que la derecha. No da igual para Brasil ni da igual para la consolidación de esta simultaneidad mayoritaria de gobiernos populares en nuestro emergente sur.

    Para decirlo con la síntesis insuperable de la vereda: sería una güevada, grave, que en las próximas elecciones de octubre el gobierno de Dilma Rousseff fuera reemplazado por uno de derecha. Esto podría convertirse en una honda expansiva que afectaría la continuidad de los otros gobiernos progresistas y populares de la región, siempre socavados más que por el ánimo por las ganas destituyentes del tan desesperado como descarado neoliberalismo. Una derrota de Dilma sería gravitante por contagio. Y si Brasil no es campeón siendo local, esto podría pasar.

 

   Arribo a mi argumento: porque de futbol somos, es que uno piensa y siente necesario que (por esta vez) Brasil en su casa, consiga el título mundial. Más que necesario, imprescindible para que siga coagulando el concepto, el hábito de la Patria Grande.

   Y si Brasil no ganara este Mundial, la continuidad de Dilma correría enormes riesgos en las elecciones tan próximas de octubre. Podría ser arrastrada por un desánimo colectivo, que hace un buen rato están fogoneando con alevosía los pulpos medios descomunicadores. Se sumiría en una pesadilla recurrente, la del tan mentado fantasma del maracanazo de 1950, cuando Uruguay consiguió el resultado imposible. La derrota del fútbol, por contagiosa, se trasladaría a las urnas. Sin un gobierno de izquierda en Brasil, los otros gobiernos populares de la región quedarían desguarnecidos. Algo así como un efecto dominó empujado por el neoliberalismo que lejos está de resignarse.

  

   Por todo lo anterior escribo de salida lo que escribí de entrada: porque soy argentino y entonces latinoamericano y entonces suramericano, digo con todas las letras: quiero que al Mundial lo gane (no lo pierda) Brasil.

    Soy güevón pero no boludo y reitero: por más que argentino y de fútbol soy, quiero que a este Mundial lo gane Brasil, justamente la selección que habitualmente más me gusta ver derrotada entre las suramericanas.

    Debo confesarlo: al decir lo que digo me retuerzo hasta el tuétano, la hernia del alma me estalla, el corazón me estrangula la garganta. Pero le pido a mi corazón, que de fútbol es, que cierre los ojos, que haga una excepción. Le explico que el fin de la historia no sucedió y que las ideologías existen, y por eso, qué vamos a hacerle, que Brasil al Mundial lo gane. Porque si lo pierde malos vientos van a marchitar los gajos de democracias latinoamericanas que hoy atisban.

   

   Madremía, que Brasil alce la Copa. Aunque nos duela en el centro del corazón del alma.

Todo sea para sostener este sueño de pronto encarnado en la realidad. Todo sea para coagular esa utopía ahora ¡por fin! palpable: la tan soñada, la tan postergada, la cada vez más imprescindible Patria Grande.

______________________________________________________ 

*Escritor, periodista, autor de una treintena de libros, entre ellos:

“De fútbol somos”, “Perfume de gol” y “Querido enemigo”.

______________________________________________

* zbraceli@gmail.com       www.rodolfobraceli.com.ar

 

bottom of page