La cultura del miedo legitima al poder
(Violencia e inseguridad en un mundo inseguro)
La inseguridad y la situación de violencia que vemos y padecemos en la Argentina es un tema característico de nuestra época. Es un fenómeno global, con particularidades propias de cada región del planeta, que comienza en los noventa y cuya tendencia creciente no parece haber alcanzado aún su punto máximo. Por ello para analizar la complejidad de los factores sociales, políticos y económicos que se anudan en los hechos de violencia debemos dar cuenta de la base estructural que genera y sostiene una subjetividad construida en la actualidad de nuestra cultura.
Por Enrique Carpintero*
(para La Tecl@ Eñe)
Era de noche cuando, al salir de la casa de un amigo que vive en el barrio de Belgrano. encuentro en la esquina dos patrulleros y una ambulancia. En el suelo estaba un hombre herido en la cabeza; por los comentarios que escucho me entero que le habían robado un bolso y lo golpearon. Me detengo unos instantes para luego subir a mi auto. En un semáforo que me detiene en Villa Crespo miro hacia un costado y observo a varios policías que tienen detenidos a tres jóvenes contra una pared. En ese momento pienso que si me acompañara algún amigo que vive en otro país creería que caminar por la ciudad es un verdadero peligro. Sí llegamos a casa y ve un noticiero de la oposición al gobierno estaría convencido de esa idea. Ni tanto ni tan poco. Es decir, la situación de inseguridad no es como la difunden los medios opositores pero tampoco la negación del gobierno cuyos índices no registran variaciones.
La inseguridad y la situación de violencia que vemos y padecemos en la Argentina es un tema característico de nuestra época. Es un fenómeno global, con particularidades propias de cada región del planeta, que comienza en los noventa y cuya tendencia creciente no parece haber alcanzado aún su punto máximo. Por ello para analizar la complejidad de los factores sociales, políticos y económicos que se anudan en los hechos de violencia debemos dar cuenta de la base estructural que genera y sostiene una subjetividad construida en la actualidad de nuestra cultura.
La subjetividad asediada por la cultura
Como venimos afirmando en otros escritos la cultura del capitalismo mundializado presenta en la actualidad una unidad paradójica, una unidad de desunión.[1] En ella la ruptura de los lazos libidinales lleva a los individuos a la contradicción, la ambigüedad y la angustia, en donde el miedo crea nuevas formas de comportamientos que se in-corporan a las relaciones cotidianas.
El miedo está siempre presente: en las relaciones sexuales; en el trabajo, ya sea por perderlo o por no conseguirlo; en las relaciones familiares; en las calles de las grandes ciudades, etc.
En este sentido la ciudad, debido a la gran concentración de sus habitantes, muestra espacialmente lo que se inscribe en la subjetividad de quienes la habitan. De esta manera, si el concepto de ciudad corresponde a un espacio donde lo particular se integra en lo general y lo público predomina sobre lo privado, se debe reconocer que la ciudad no existe. En la ciudad actual prevalece lo privado sobre lo público y el individualismo utilitario sobre el trato solidario. Pero si bien este es un fenómeno de todas las grandes ciudades, en aquéllas que pertenecen a Latinoamérica aparecen particularidades propias del mundo subdesarrollado.
¿Sería posible diferenciar en la actualidad los miedos del sujeto en relación consigo mismo, con los otros y con su propia comunidad, y aquello que refleja los miedos de la cultura dominante? Tarea ardua sin duda, ya que una respuesta apresurada conduciría a no tener en cuenta que la pregunta es referida a una cultura, cuya manifestación es la disolución de los parámetros en las relaciones sociales e institucionales, condición necesaria para todo sujeto.
En este sentido la fractura de este soporte imaginario crea la sensación de inseguridad.
Esta situación genera la angustia social en la cual la incertidumbre ubica al sujeto en un no saber; en cambio, la certidumbre de un supuesto saber, en el que algo peligroso va a suceder, es objetivado en diferentes miedos donde el vivir en comunidad se transforma en un peligro para su propia seguridad.
Por ello aparecen choques inevitables, como luchas de legitimación personal en las que una diferencia insalvable con el otro se convierte en un desafío al valor del propio yo. La relación yo-otro es reemplazada por lo que metaforizando podría denominarse el juego del yo-yo, donde el sujeto mide el mundo como un espejo de su propio yo, en el que se encuentra atado a un hilo -diferente al de Ariadna- cuyo carretel realiza un movimiento repetitivo que lo encierra en una relación especular.
De esta manera el proceso de desestructuración del tejido social y ecológico se encuentra con una trama subjetiva en la cual el miedo produce efectos: la violencia contra el otro, la violencia autodestructiva, la sensación de “vacío”, de “estar muerto”, de “disociación”, etc.
La sociedad consumista
El grado de integración del sujeto a la sociedad varía según la estructura económica. Es en función de las condiciones objetivas en las que se ejerce la actividad material, de la clase o sector social al que se pertenece y de su modo de apropiación de esas condiciones de existencia. Es decir las relaciones sociales se transforman en relaciones entre las cosas. Las mercancías no se consumen por su valor de uso sino por las características fetichistas que adquieren como valor de cambio ya que determinan quien es el sujeto: uno vale por lo que tiene no por lo que es o lo que hace; lo cual lleva a que el sujeto se exprese por medio de sus posesiones.[2]
Sin embargo la actualidad del capitalismo tardío trajo como consecuencia la precarización de la vida social. No hay orden duradero, el pasado no existe y el futuro es vivido como catastrófico. Esta incertidumbre conlleva la imposibilidad de hacer proyectos a largo plazo. El deseo basado en la comparación, la envidia y las supuestas necesidades que permitían los procesos de subjetivación en otras épocas del capitalismo no alcanzan para vender mercancías. Por el contrario, la angustia y la incertidumbre que la propia cultura genera se ha transformado en el camino del consumismo. Los agentes del mercado saben muy bien que la producción de consumidores implica la producción de nuevas angustias y temores. Por ello en la actualidad no es el goce en la búsqueda de un deseo imposible el motor del consumismo sino la ilusión de encontrar un objeto-mercancía que obture nuestro desvalimiento originario, ya que se repite en la búsqueda de poder resolver lo que quedo inacabado y que la actualidad de la cultura lo pone en evidencia. Es así como el consumo como eje de la subjetivación y de las formas de identificación de la singularidad conducen -al decir de Spinoza- a la impotencia de las pasiones tristes.
De esta manera los importantes desarrollos técnicos no están al servicio del conjunto social ya que su objetivo es que el sistema se autoperpetúe. Dicho más claramente, no es la técnica lo que genera este circuito sino la necesidad de seguir sosteniendo el sistema capitalista. Esta racionalidad de la sociedad consumista se construye sobre la base de una subjetivación en la que se ofrecen mercancías cuyo “valor de cambio” genera la ilusión de una certidumbre tranquilizadora ante las mociones desligantes y destructivas de la pulsión de muerte. El mercado de consumo promete una supuesta seguridad que se puede comprar en cómodas cuotas mensuales. Caso contrario están aquellos que tienen trabajos precarizados y los excluidos del sistema que muestran un futuro posible.
El miedo genera miedo
En el capitalismo mundializado la preocupación por la seguridad adquiere particularidades propias de cada región y en los diferentes sectores sociales. Lo que queremos destacar son sus efectos en la subjetividad ya que las crisis económicas, las tremendas desigualdades y las incertidumbres hacen que se potencia la crueldad con el otro. Esta situación la podemos observar en las múltiples violencias de clase, género y generación.
Dada la brevedad de este artículo vamos a detenernos en algunos hechos donde participan jóvenes. Si hacemos un breve recorrido histórico encontramos que, como señala Robert Muchembled, en las sociedades medievales la brutalidad juvenil era considerada algo normal que se fomentaba ya que permitía formar individuos capaces de defenderse en un entorno hostil. Los ayudaba a soportar una espera prolongada antes del largo rito para la obtención de los derechos completos del adulto casado. En ese marco, su agresividad, que habría podido dirigirse contra padres rudos y exigentes, se desviaba hacia sus pares. Se tomaba como una circunstancia natural que un joven muriera en una pelea. A partir del inicio de la modernidad en Occidente se crea el concepto de “adolescencia”, una edad de la vida mejor definida y encauzada a fin de imponer el poder del Estado y las Iglesias. No se trataba solo de impedir que los hombres jóvenes pusieran en peligro la paz de la comunidad sino de poner su violencia al servicio del Estado que los necesitaba para las guerras políticas. De esta manera la violencia de los jóvenes “poco a poco fue siendo objeto de una prohibición esencial, apoyada por la religión, la moral, la educación y la justicia penal. La cultura de la violencia se fue borrando, con más dificultades en unas regiones o categoría sociales que en otras, para acabar canalizando la potencia física masculina y ponerla al servicio del Estado. No sin dejar de subsistir algunos vestigios de prácticas anteriores, como atestiguan en particular el duelo o la venganza del clan”.[3]
En la actualidad del capitalismo tardío, donde -como decíamos anteriormente- el espacio público se ha privatizado y la solidaridad ha sido reemplazada por el individualismo, la violencia destructiva y autodestructiva de los jóvenes toma diferentes caminos como los accidentes de tránsito, el aumento de la tasa de suicidios o el consumo de drogas legales e ilegales. Lo más desfavorecidos, al no poder participar en una sociedad basada en el consumo debido al desempleo y el miedo al futuro, son excluidos socialmente. Esto los lleva a asociarse en “barras bravas” (usadas por el poder político) o en organizaciones delictivas y del narcotráfico (en su mayoría protegidas por las fuerzas policiales) cuyo único fin es buscar la muerte ya que no tienen un valor para sus vidas.
Pero un ejemplo paradigmático de los efectos de la cultura de consumo en la subjetividad lo podemos hallar en el acoso y maltrato que se dan en las escuelas de nuestro país. En una investigación de reciente circulación, elaborada por la Universidad de Columbia, el científico Robert Faris, concluye en señalar que las situaciones de acoso y maltrato entre niños y adolescentes, están sostenidas y alentadas por el reconocimiento que obtiene aquel que maltrata.
Esto quiere decir que quien es “malo” con el otro, en general es considerado por los demás. Posee una capacidad anhelada. Quien hace sufrir es admirado, reconocido, se vuelve popular. Es así como se logra tener un lugar frente a los otros, muchos desean parecerse. Quien suele ser agredido, es aquel que muestra algún rasgo de lo que se considera una “fragilidad”.
“Ahora bien, no es nuevo en la historia de la humanidad que, alguien considerado débil, reciba humillaciones, que algunos se reúnan para ejercer algún daño sobre otros. Esto es algo que puede rastrearse en todos los tiempos. Lo que nos conmueve en la actualidad, es la naturalización de estas lógicas relacionales, y la resignación de otras propuestas para vincularse. Conjeturamos que esto se ha instalado entre niños y jóvenes a partir de la expectativa de los adultos sobre ellos. Lo han recibido como mensaje.”[4] Este mensaje da cuenta de una actualidad donde no es conveniente ser visto como sereno y amable al dominar una competencia brutal en la que se persigue la necesidad del éxito: los deportistas deben ser “agresivos”; los empresarios exigen a sus empleados que sean “duros”; a los adolescentes se le pide que “se lleven el mundo por delante”. Es decir, se valoriza la dominación del más “fuerte” contra el más “débil”. Por ello no debe extrañar el aumento de la violencia que se conoce como buyiling en las empresas y las escuelas. Este hecho cotidiano a veces adquiere resonancia mediática como el suicidio de un chico de 12 años por acoso escolar, el de un adolescente en La Rioja por el hostigamiento que le hacían el considerarlo homosexual y, para mencionar el último hecho, la muerte de Noira Ayelen Cofreces en la ciudad de Junín por una golpiza que le propinaron tres de sus compañeras.
Llegado a este punto debemos decir que nos encontramos con la hegemonía de una cultura que promueve y habilita una violencia de clase, de género y de generación contra aquellos que al considerarlos “débiles” se los estigmatiza: pobre, joven, “negro”, provinciano, inmigrante de países latinoamericanos, travesti, piquetero, cartonero. Estos son los otros, lo bárbaros de quienes hay que cuidarse.
La solución de la derecha es aumentar las medidas de seguridad con leyes más duras y más policías en la calle. Esto es como poner al lobo a cuidar el gallinero. Su propuesta de implementar nuevamente el servicio militar obligatorio para los jóvenes que ni trabajan ni estudian (planteada por un senador del Frente para la Victoria en el Congreso de la Provincia de Buenos Aires) es tan desmesurado como pretender terminar con la violencia en las escuelas poniendo un policía en cada aula. Esta política del miedo genera más miedo en la población para legitimar un poder cuyas consecuencias aparecen en reacciones como la de un grupo de vecinos en Rosario que asesinaron a un joven cuando trataba de robar una cartera o el intento de linchamiento de un muchacho en el barrio de Palermo. Esta “justicia por mano propia” toma como modelo el “gatillo fácil” implementado por la policía, el cual es avalado por algunos sectores de la sociedad. Una justificación de estos actos lo podemos encontrar en un e-mail escrito para una página web en respuesta a un texto sobre Derechos Humanos. Vale la pena que lo citemos: “Lo de esta teórica se escucha a diario, y cambia el argumento cuando son victimas…hablar de afuera es fácil, tildarnos de ´barras bravas´ es idiota, y esperar que no nos defendamos hartos de ser victimas es una utopía. Estamos rodeados de villas donde habitan indios con códigos diferentes a los nuestros y que consideran que robar es un “trabajo” y que si tienen que matar para no correr peligro lo hacen sin que se les mueva un pelo por que son animales…Por lo tanto, que esta imbécil no venga con pavadas porque los derechos humanos son para humanos y no para las hienas asesinas…” Si los otros no son humanos ya que son unas “hienas asesinas” cualquier método es válido para detenerlos.
Ante esta posición el gobierno sostiene que la seguridad solo es posible con políticas inclusivas. La frase es pertinente, el problema es que se olvida que esta gobernando hace 10 años. Es así como los límites de la política económica y social se ocultan o son tergiversados por las estadísticas oficiales. El sinceramiento de los datos oficiales impide una discusión seria sobre el evidente aumento de la pobreza, el desempleo, el trabajo en negro y tercerizado como afirman las mediciones de la CTA y otras instituciones privadas. Además de la dificultad para conocer indicadores claves como los planes sociales, la actividad económica, la cantidad de abortos, adicciones, etc. De allí que -para citar algunos ejemplos- la Asignación Universal por Hijo (cuyo monto disminuyó en los últimos años), las leyes de género (con un incremento de la violencia familiar), o la Ley de Salud Mental (donde encontramos -entre otras causas- el deterioro de la Salud Pública en beneficio de las empresas privadas de medicina[5]) encuentran un serio obstáculo ante el aumento
Pero la principal limitación del gobierno es apoyarse y promover la cultura del consumo donde el capital financiero sigue haciendo sus grandes negocios. Si en su discurso se opone a las políticas neoliberales, en su práctica sostiene las características propias del capitalismo tardío al sostener el consumismo como eje de su política. Las diferencias con la oposición de la derecha conservadora son como lograr el aumento del PBI. Algo que nadie sabe realmente a quien beneficia aunque debemos tener en cuenta que si baja estamos mal y si aumenta supuestamente andamos por buen camino.
La complejidad de los problemas que venimos desarrollando no pueden encontrar la solución en propuestas que se dirigen a los efectos sin dar cuenta de las causas que la producen. De allí que creemos necesario rescatar la importancia de enfrentar la utilización política reaccionaria de la “inseguridad”. Pero también la política de un gobierno que, al no dar respuestas al aumento de las desigualdades sociales y económicas, genera un futuro incierto que solo beneficia a las supuestas medidas “concretas” de la derecha.
*Psicoanalista. Director de la revista y la editorial Topía. Su último libro es El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, editorial Topía (en prensa).
[1] Entre otros textos podemos citar, Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, segunda edición 2007.
[1]Carpintero, Enrique (compilador), Actualidad de “El fetichismo de la mercancía”, Carlos Marx, Eduardo Grüner, Pablo Rieznik, Miguel Kohan, Oscar Sotolano y Cristián Sucksdorf, editorial Topía, Buenos Aires, 2013.
[1] Muchembled, Robert, Una historia de la violencia, Del final de la Edad Media a la actualidad, editorial Paidós, Buenos Aires 2010.
[1] Bindi, Pablo, “Acoso y maltrato como ´valores` culturales”, Revista Novedades Educativas, Nº 247, julio de 2011.
[1] Para un análisis de la Salud Mental en la Argentina ver Carpintero, Enrique (compilador) “El poder en el campo de la salud Mental” en La subjetividad asediada. Medicalización para domesticar al sujeto, editorial Topía, Buenos Aires 2011.