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Carta II a Jorge Alemán

La correspondencia entre Jorge Alemán y Ricardo Forster avanza en la reflexión, en esta segunda Carta de Ricardo Forster, acerca de las experiencias populistas vividas en Sudamérica, sus logros y sus carencias no en términos de éxito sino en tanto capacidad para desafiar la homogénea dominación del sistema Neoliberal.

 

Por Ricardo Forster

(para La Tecl@ Eñe)

Querido Jorge,

en tú respuesta-comentario a la carta que te envié hay un párrafo sobre el que quisiera detenerme, porque creo que en él se expresa uno de los problemas centrales a los que se enfrenta un proyecto que se quiso y se quiere alternativo a la dominación neoliberal. Te cito: “Pero volviendo a tu carta, como bien señalas, esto que se sobrevalora ahora en los políticos neoliberales se subestimó en la etapa anterior. Doy fe de ello. En cierta ocasión en una mesa redonda que compartí con Álvaro García Linera y Pablo Iglesias, escuché hablar de sociedades "postneoliberales". Esto nunca fue así, jugamos siempre el partido en el interior del Neoliberalismo y así fueron nuestros distintos impases, sin desmerecer ningunos de los logros históricos en los 12 años de kirchnerismo. Esto es importante remarcarlo por lo que dices de la "autoflagelación y depresión" dos afectos que están en las antípodas del pesimismo crítico, que como insistís, se impone en nuestra disciplina de análisis.

 

Pero esto no se supera sumándose sin más a las estrategias del Otro, pretendiendo ser "modernos" asimilando sus formas, sus estilos, sus construcciones mediáticas, como si fueran meras formas que se pueden instrumentar sin estar expuestos a la performatividad que esos instrumentos contemporáneos ponen en juego. Es cierto que vale la pena aventurarse en las redes, en los audiovisuales, en la tecnología en general, pero sin olvidar el límite antagónico  que nos constituye en nuestro discurso político. En este punto habría que tener en cuenta hasta donde ya una modalidad técnica sobredetermina la significación que se desea transmitir. Es un riesgo a correr. Es a lo que haces referencia cuando hablas de "el giro mimético"”. Con los resultados a la vista –principalmente en Argentina y Brasil– se vuelve evidente que eso que algunos llamaron “proyectos postneoliberales” no pudieron romper el núcleo duro y estructural del Sistema. Eso es cierto pero, y acá señalaría un matiz respecto a tus objeciones, no creo que, en un sentido “político”, “jugamos siempre el partido en el interior del Neoliberalismo”. Digo esto porque, quizás, lo más radical en medio de un océano regresivo haya sido, precisamente, el desafío que se lanzó desde algunos países sudamericanos y haciendo pie en la lengua política como lengua del antagonismo. Haber hecho visibles algunas fisuras en el Sistema, esa, quizás, sea la riqueza del desafío populista. Desquiciarlo, incomodarlo, provocarlo… no ha sido poca cosa, por eso tampoco es legítima la depresión que nace de imaginar que nada podía sucedernos. Quienes no reconocen la fragilidad de lo que habita en el tiempo suelen desesperar ante el reconocimiento de las contramarchas, de las derrotas que, para ellos, se vuelven eternas e inconmovibles. Toda derrota es dolorosa, pero no por ello constituye el final. Historizar lo propio es proporcional a historizar el capitalismo desprendiéndolo de su aureola de inmortalidad. El tiempo que lástima también cura las heridas de la desesperación.

 

¿Se podía ir más lejos? ¿había sociedad dispuesta a hacerlo? ¿en los tiempos en los que “la revolución ha quedado a nuestras espaldas” es justo analizar, bajo la lógica del todo o nada, a aquellas experiencias que se atrevieron, con armas limitadas, a poner en cuestión el poderío globalizador del neoliberalismo? ¿no resulta ilusorio realizar el balance de esas experiencias sin tomar en cuenta la envergadura del adversario, su capacidad para absorber a sus críticos, incluso a los más radicales? Siguiendo el hilo de estas preguntas tiendo a valorizar esa intencionalidad, tal vez fallida, de lo “post” neoliberal como síntoma de lo vivido en nuestro continente a lo largo de años de una intensidad única. Puedo, por lo tanto, entender el sentido de la intervención de Álvaro García Linera en aquel debate televisivo que mencionás, su especulación crítica a la hora de intentar denominar el camino recorrido, por ejemplo, en su país (no lo tengo tan claro respecto a la posición de Pablo Iglesias que lidera un movimiento de oposición que todavía, salvando algunas intendencias significativas, no ha tenido la oportunidad de ser gobierno a nivel del Estado nacional). García Linera especula no sobre las ilusiones de algo aún-no-vivido, su lectura es el resultado de una experiencia que lleva más de una década y que ha redefinido las formas del poder y de la disputa hegemónica en Bolivia. La visibilidad de los subalternos, la constitución del Estado Plurinacional, la construcción de un sistema jurídico mixto y electivo popularmente, la redefinición del rol del Estado en beneficio de la ampliación de derechos e, incluso, de la consolidación de formas económicas alternativas, su peculiar modo de abordar las problemáticas ecológicas eludiendo las ingenuidades progresistas pero sin caer en el elogio del  extractivismo (sabiendo, como lo ha dicho muchas veces el propio García Linera, que la minería constituye un recurso sin el cual sería imposible mejorar las condiciones de vida de los más pobres y avanzar en un proceso de redistribución de la riqueza, ya que prácticamente no habría nada para repartir), la proliferación de la lengua política a la hora de nominar la situación y sus complejidades, son algunos de los rasgos significativos que no debemos subestimar. En todo caso, y en eso estaríamos de acuerdo, el proceso boliviano no se ha planteado, independientemente de su retórica “revolucionaria”, ir más allá del capitalismo. Si, me parece, ha intentado sortear el abrazo de oso del neoliberalismo sabiendo, sin embargo, que es complicado sustraerse a sus tentáculos, en particular a esas prácticas propias del mercado que llevan su sello y que impregnan, con sus particularidades, la vida del “emprendedorismo” boliviano (hay vasos comunicantes directos entre la lógica neoliberal que hace pie en la reivindicación del emprendedor como célula de las relaciones económicas en el interior de las prácticas mercantiles, y la larga tradición indígena del altiplano que se mueve como pez en el agua en el mundo del cuentapropismo y del mercadeo –es interesante, en este sentido, el estudio que Verónica Gago ha hecho de “La salada” en su libro La razón neoliberal, mostrando la capacidad de apropiación que los sectores populares han tenido a la hora de aprovechar en su beneficio los resquicios que abre el neoliberalismo. Con lo que no estoy de acuerdo es con la conclusión optimista que saca Gago imaginando que esa apropiación guarda motivos liberadores y resistentes que esos sectores populares movilizarían contra la dominación del capitalismo, no encuentro en ellos su carácter “político” que, en todo caso, haría posible una crítica real de las prácticas neoliberales. Tiendo a pensar que “la apropiación astuta” por parte de los sectores populares de los instrumentos propios del neoliberalismo acaba por penetrar y permear la forma de la representación de la sociedad que esos mismos actores acaban por asumir convirtiendo a esas prácticas en asimilables por el mercado capitalista del que no se proponen salir).

 

El problema, querido Jorge, es el “no hay afuera” del capitalismo en las actuales circunstancias históricas o, al menos, ese “afuera” no tiene el carácter ontológico del anticapitalismo revolucionario. Y si esto es así, y vos has hecho un gran esfuerzo para analizarlo y destacarlo, la valoración de los procesos democrático-populares sudamericanos no debería hacerse utilizando la categoría de “revolución anticapitalista” sino, por el contrario, señalando sus componentes disruptivos e inasimilables para el dispositivo de dominación neoliberal. Algo en el populismo provoca esos desmanes de odio y resentimiento de parte de un poder que nunca ceja en su intento de eliminarlo. Sigo creyendo que hay una relación directa entre esa violencia destructiva que moviliza la reacción neoliberal y aquello que guarda de imposible y provocador el populismo.

La violencia material y simbólica de la que echa mano el macrismo muestra, me parece, hasta qué punto el proyecto kirchnerista constituyó un “hecho maldito”, lo inaceptable en el marco de la globalización. En esa audacia que caracterizó el tiempo kirchnerista (y que se continúa, con sus propias modalidades, en las otras experiencias sudamericanas, particularmente la boliviana y, a su modo y con sus tremendos problemas, la venezolana) hay que leer el prefijo “post”, su intento de ir a contracorriente recomponiendo, con sus limitaciones, un cierto estado de bienestar que, en comparación con la violencia de la restauración neoliberal encabezada por Macri, constituyó un extraordinario logro difícil de sostener en el tiempo pero imprescindible de llevarlo a cabo más allá de sus contradicciones e imposibilidades estructurales. Un dominio de lo político por sobre lo económico, ese ha sido, quizás, el centro de las experiencias sudamericanas y, en particular, de la Argentina de los 12 años kirchneristas. De ahí también su fragilidad y sus enormes dificultades para sostenerse en el tiempo. Así como la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003 fue el producto del azar, aquello que no debía suceder y sin embargo aconteció en medio de un país a la deriva, la prolongación en el tiempo responde más a una ilusión que a la dinámica de un presente atravesado por la potencia de un Sistema que, aunque también es sacudido por sus propias contradicciones y debilidades, sigue estando en el centro del poder. En todo caso, y tal vez estarás de acuerdo conmigo, el deseo de infinitud no se corresponde con lo ineluctable de la eternidad, ni siquiera para un capitalismo que en su fase neoliberal pareciera haber encontrado los mecanismos secretos para su perpetuación. Por eso lo importante de lo vivido en Sudamérica, de sus logros y de sus carencias, no haya sido el éxito, la rentabilidad en el sentido burgués del término, ni su prolongación en el tiempo, sino, antes bien, su capacidad para desafiar, cuando menos se lo esperaba, a la homogénea dominación neoliberal. En fin, apenas algunas divagaciones suscitadas por tus valiosas reflexiones y en días difíciles en los que la violencia estatal, por vía de la gendarmería, la prefectura o la policía federal, se sigue cebando con jóvenes que ponen el cuerpo para defender causas justas mientras se profundiza la impunidad “legislada” desde el gobierno nacional. El neoliberalismo, a secas, mata.

 

Abrazo fraterno,

Ricardo

 

Buenos Aires, 3 de diciembre de 2017

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