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Imitadores e imitados

La asistencia de tres precandidatos presidenciales al programa del conductor bolivariano (¿o se dice “bolivarense”?) para confrontar con sus imitadores, generó un debate tan poco interesante como el contenido de Showmatch. Lograr hacer una caricatura tridimensional de una persona me parece que es un ejercicio artístico notable: Lograr emular a la perfección sus gestos, su modo de caminar y su cadencia al hablar. Pero el humor político es una mirada con humor sobre los hechos políticos, que no es lo mismo que una humorada sobre los políticos

 

Por Conrado Geiger*

(para La Tecl@ Eñe)

Cómo fuera, se puso el énfasis de la discusión en si un candidato debe o no ir a este tipo de programas, cuando, tal vez, lo preocupante sea que desde un programa establezcan cuáles son LOS tres candidatos.

 

Veamos por partes las variables en juego: el humor político, los candidatos yendo a determinados programas y la incidencia de estas intervenciones en los resultados electorales.

 

La polémica comenzó con la presencia de Scioli, Massa y Macri (y la ausencia de Florencio Randazzo) en el programa de Marcelo Tinelli. Yo me lo perdí, porque en casa tengo bloqueado canal 13 por recomendación de mi psiquiatra. Igual, por cómo funcionan los medios en Argentina, no es necesario mirar Showmatch para haberlo visto. Basta con ver cualquier otro programa que se emita después, sea a favor o en contra del animador bolivariano, para ver una antología de los mejores momentos.

 

Si le sirve o no a un candidato ir al programa de Tinelli, no lo sé. A los que seguro les sirve es a los que dedican su vida a investigar ese tipo de giladas (esos que miden las intenciones, que preguntan a un grupo de gente qué piensa hacer para luego sobre eso hacer proyecciones que por lo general nunca verifican). Lo que yo sí sé, es que no hay un nexo lógico entre el voto y el marco justificativo. Durante años me he cruzado con gente que explicaba su decisión de voto con argumentos insostenibles. Yo podía estar de acuerdo o no con lo que votó, pero jamás con los motivos que esgrimía para tal decisión.

 

Recuerdo hace un tiempo en una inauguración de una muestra de arte abstracto, un tipo -copa en mano- comentaba:

 

“Yo ni loco lo voto a Del Sel...no entiendo cómo puede votarlo tanta gente…”

lo miré con mirada de aprobación. Él me miró contento de encontrar un alma paralela y remató:

 

¡Si es judío!

 

Hace poco un taxista me decía:

 

Yo lo voy a votar a Scioli. ¡Es un capo!”

El calificativo me pareció tal vez excesivo, pero, dentro de las opciones en carpeta, estábamos claramente en la misma trinchera. Y prosiguió:

 

¡El imitador le tocaba el culo a la esposa y él se cagaba de risa!

 

Una estudiante de Turismo me decía:

 

Yo pensaba votarlo a Randazzo. Pero me enteré que es de Chivilcoy, como Cassina, el abogado del multimedios… y después supe que Magnetto también es de ahí… ni en pedo lo voto…

 

También me viene a la mente una charla de domingo a la mañana en la fábrica de pastas. Una señora, clásica militante del viejachotismo porteño exclamaba a voz en cuello:

 

Yo lo voto a Macri.”

y cerraba el concepto:

Con toda la guita que tiene, no necesita robar.

 

Por último, hablando con unos pendejos de San Fernando, uno me decía:

 

Yo lo voy a votar a Massa...

 

Siendo Sergio local en Tigre, y el intendente de San Fernando un alfil de éste, me pareció una decisión simple, lineal y previsible… pero concluyó así:

 

“Me mata la cara de boludo que pone cuando dice “tajaí”. La tiene re clara.

 

No se sabe por qué motivo cada uno define su voto. Puede ser profundo o trivial. Sospecho que un pequeño porcentaje de la población tiene realmente conciencia política, mientras que otros votan por motivos más casuales y discutibles. Concretamente: no tengo idea de cuántos habrán decidido votar a Randazzo porque esa noche se quedó trabajando, en vez de ir al programa de un tipo que se empezó a tatuar después de los 50. Ni cuantos consideran que ir a ese tipo de programas es parte del “trabajo” de un candidato.

 

¿Y qué pasa con la confrontación entre un candidato y un imitador? El humor político es una herramienta política interesante. El humor permite decir cosas que dichas de modo explícito pueden tornarse muy rudas.

 

Recuerdo una anécdota personal[1]. Fue en el 90, estábamos en Rock&Pop haciendo “Con Algunas Cosas Claras”. Conducía Gustavo López, opositor al gobierno menemista. Venían invitados dos jóvenes (cuyos nombres no recuerdo) que venían a contar por qué, proviniendo de la militancia peronista,  se habían sumado al proyecto neoliberal del menemismo. La charla era cordial aunque levemente tensa. Ellos exponían y López hacía repreguntas. Yo, como humorista, estaba sentado allí, atento al desarrollo de la conversación. En un momento uno de ellos, comenzó a hacer uso de una metáfora. El país como un cuerpo humano.

 

“Si un cuerpo está enfermo, y es necesario amputar la pierna… para que ese cuerpo pueda sobrevivir, hay que amputar. Es terrible, sí. Pero es la única posibilidad.”

 

Hubo un silencio. Interrumpí con una pregunta:

 

Perdón. Me perdí en la metáfora. La pierna ¿quién vendría a ser? ¿La clase trabajadora?

 

Silencio breve y carcajada general. No pudieron seguir argumentando nada más.

Un candidato que demuestra que tiene sentido del humor, seguramente es mejor visto que uno que se enoja frente a una humorada. O si no entiende un chiste. Pero el abanico del humor es tan grande como el abanico de políticos, con lo cual es difícil establecer cánones dominantes.

 

El humor de Tinelli es el humor de la cachada. La gastada. El humor de los 90: directo, sin mucha vuelta, sin mucho contenido. El bolivariano sabe que cada vuelta intelectual que se le agrega al producto le va haciendo perder audiencia.

 

Otra anécdota personal: Cena de cumpleaños de un amigo. Llego temprano, y entre los pocos presentes estaba Chacho Álvarez. Cuando se completó la mesa de comensales y llegó el momento de hacer el pedido, él se levantó y educadamente se despidió dándonos la mano a cada uno de los presentes. No pude resistir la ocasión que me estaba dando la vida. Al momento de estrecharle la mano le dije, mirándolo fijamente a los ojos:

 

- ¿Vos siempre te vas antes?

 

Eso es humor político. Una mirada con humor sobre los hechos políticos. Que no es lo mismo que una humorada sobre los políticos. No es lo mismo hacerle una chanza a Cavallo que remita a la estatización de la deuda privada, que gastarlo porque es pelado.

 

A los catorce años empecé a hacer caricaturas, y descubrí algo: el éxito de una caricatura está logrado cuando se ríen todos menos el caricaturizado. Hacer una imitación frente al “verdadero” tiene riesgo artístico. Lástima que los imitadores de Tinelli cultiven ese humor desabrido, carente de contenido, donde lo único que se imitan son las formas. Pienso que si el imitador lograra resaltar los aspectos oscuros del imitado – sobre todo los vinculados a su quehacer político- los candidatos no irían tan alegremente a confrontar. Qué se yo, preguntarle a Scioli si sigue siendo amigo de Menem, a Macri sobre los talleres clandestinos de su esposa, el incendio intencionado de Iron Mountain o la represión en el Borda. A Massa sobre los wikileaks... No existe el humor complaciente.

 

Yo no creo que ir al programa de Tinelli sea peor que ir al programa de Mirtha o a “A dos voces”. Son programas diseñados para que el invitado se luzca. Para que el invitado quede bien parado.

 

Tampoco creo que alguien deba definir su voto por los programas de televisión a los que va un candidato. Asumo que toda acción suya puede sumar o restar puntaje en el conteo que cada uno lleva en su libretita. Pero estoy seguro que los millones de argentinos que disfrutan de Showmatch, aprecian ver a los candidatos allí… y creen que son los únicos tres.

 

*Periodista y monologuista de humor

 

 

 

[1] Disculpen las autorreferencias que haré durante esta nota. Pero son ejemplos inéditos que vienen al caso. Además me encanta hablar de mí. 

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