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Ética, práctica política y lo que cabe en una botella

 

Por Daniel Cecchini*

(para La Tecl@ Eñe)

Se me puso ambicioso de golpe, Cecchini, me dice Argañaraz con una sonrisita socarrona que empieza a sacarme de quicio. Hace apenas diez minutos que llegó y ya va por la segunda medida del Glenlivet de 12 años que no tuve más remedio que pelar para la ocasión. Sobre la mesa hay también dos cazuelas, una con jamón serrano y otra con gruyere, cortados en daditos, y una jarra de agua helada, porque meterle cubitos de hielo a una malta es pecado mortal, no hace falta que Bergoglio lo diga. Todo para la ocasión.

 

Porque esta vez Argañaraz no apareció sin avisar por mi casa sino que lo invité para conversar un rato porque, la verdad, el tema se me venía poniendo esquivo.

 

Así que la cosa viene sobre la ética y la política en la democracia burguesa… pedacito de tema se buscó, insiste Argañaraz.

No me lo busqué, Argañaraz, le contesto, cortante (ya he dicho más de una vez que a Argañaraz lo trato de usted, para guardar las distancias, porque lo peor de mí suele confundirse con él). Me lo pidieron y…

 

Y usted dijo que sí, porque tiene el sí fácil, sin pensar, me gasta.

 

Bueno, le digo, ¿hablamos del tema o no?, porque ya va por el segundo vaso y no avanzamos nada.

 

Está bien, pero vamos despacito, me dice con ese tono doctoral que sabe que me resulta irritante, hagamos como Ortega y Gasset en Meditación de marco y acotemos la cosa a tres pliegos… ¿Usted leyó Meditación del marco, Cecchini?

 

Sí, Argañaraz, en el Nacional lo leí, le contesto. Y si me está hablando de extensiones, acá no tenemos tres pliegos.

 

No, pero los tres pliegos podrían ser lo que dure la botella, me dice y se sirve un poco más de whisky con un chorrito de agua helada. Hace una pausa y sigue. Podemos empezar por la militancia si quiere, dice.

 

Y cómo, le pregunto.

 

Comparando la militancia de los setenta con la de ahora, por ejemplo, me dice.

 

Es que no se pueden comparar, le contesto, son dos contextos completamente diferentes.

 

Sí, pero son prácticas que nos pueden ayudar a pensar la ética o las éticas que subyacen en cada una, insiste.

 

No, Argañaraz, no joda con eso, sería injusto.

 

Usted lo dice porque perdimos Cecchini, me desafía.

 

No, Argañaraz, perdimos porque hicimos las cosas mal.

 

Está bien Cecchini, acepta, pero podemos plantear la cosa de otra manera, sin comparar épocas. Se lo formulo así: poner la vida al servicio de la política o vivir de la política, ahí hay dos prácticas que remiten a éticas diferentes, dice.

 

De acuerdo, le digo, una sería la práctica de la militancia revolucionaria y otra sería la práctica de la política en la democracia burguesa… Pero no es tan así, en este último caso no se puede meter a todos en la misma bolsa.

 

Argañaraz manotea la botella, se sirve el cuarto vaso y, como para justificarse, echa un poco de whisky también en el mío; agrega el agua helada y metiéndose un dadito de jamón serrano en la boca, se toma su tiempo para contestar.

 

Cierto, me dice sin haber tragado todavía, porque una cosa es militar en condiciones desventajosas, enfrentando al poder del Estado, y otra cosa es simplemente disputar espacios de poder dentro del Estado. Ahí cambia radicalmente la cosa, se explaya con tono casi pontificio, porque una cosa es militar para cambiar las estructuras de la sociedad y otra cosa es militar para meterse o mantenerse en esa estructura, incluso con la intención de reformarla.

 

Por más que engole la voz, lo que acaba de decir no es muy original, Argañaraz, le contesto.  Incluso le diría que una de esas dos maneras de hacer política poco tiene que ver con lo que para mí es la militancia. Pero igual me lleva a otro aspecto de la cuestión: una cosa es hacer política construyendo desde abajo, trabajando en la base y otra muy diferente es hacerla desde arriba, montado en un aparato, tratando de cooptar o seducir a la base, le digo. Son prácticas que necesariamente parten de éticas que son contradictorias, por no decir antagónicas, le digo.

 

Argañaraz me mira fijo, quizás un poco ofendido y trascartón, sin sacarme los ojos de encima, me pregunta:

¿No tiene un poco más de queso?

 

Recién con las cazuelas de nuevo llenas, Argañaraz se sirve otra medida de mi single malt, le agrega el agua que ya no está tan helada y me dice:

 

Ya sé adónde va, Cecchini, se trata de considerar al pueblo como sujeto político o de utilizarlo como objeto político, así de fácil, pero si entramos a discutir esto nos vamos a ir al carajo, no nos van a alcanzar los pliegos… digo la botella, y seguro que otra no tiene… o no la quiere sacar.

 

Y qué propone, le digo, porque otra botella no hay.

 

Que miremos lo que está pasando ahora, en plena campaña electoral, me dice. Con repasar la publicidad electoral de casi todos los candidatos alcanza, porque es una falta de respeto…

 

No se me ponga mojigato, Argañaraz, lo interrumpo.

 

No, le hablo en serio, Cecchini. Cuando digo respeto hablo de respetar al pueblo, al electorado, a la sociedad, o como quiera llamarlo, en tanto sujeto político, me dice.

 

Cierto, le contesto y me sirvo un poco de malta antes de que se termine la botella él solito. Fijesé, en las últimas Macri parece casi peronista y promete cosas que todos saben que no va a cumplir… Miente, bah, pero eso no le molesta a su núcleo duro de votantes, que acepta sin problemas que mienta si eso le sirve para ganar la elección…

 

Y no se olvide de la joyita, me interrumpe Argañaraz.

 

Cuál, le pregunto.

 

Esa donde dice que su rebeldía no es contra nadie… lo cual, además de ser un imposible lógico, es una estupidez, me dice.

Otro caso es el de Stolbizer, le digo. Por lo que se ve en los spots, lo único que tiene para ofrecer es honestidad. De propuestas políticas, nada.

 

Y fijesé Massa, se entusiasma Argañaraz, que promete que va a sacar a las fuerzas armadas a la calle y a derribar aviones y no sé cuántas otras cosas que van contra la Constitución.

 

Sí, le digo, y ni hablar de Scioli cuando promete que la Argentina va a ser un paraíso productivo y después sonríe con delay. El problema es que cuando uno va viendo qué ministros va a poner se empieza a dar cuenta de que va a ser el paraíso del ajuste.

Vio, Cecchini, me dice Argañaraz, y ninguno se pone siquiera colorado. Por eso le digo que es una falta de respeto… lo cual, volviendo al principio de nuestra conversación, desnuda una ética, ¿o no?

 

Sí, claro, le digo, la del engaño, que no deja de ser una variante de aquello de que el fin justifica los medios.  Del otro lado, lo que me preocupa es la eficacia. Porque evidentemente esos mensajes tienen cierto grado de eficacia. Entonces hay que preguntarse no sólo por quiénes los hacen sino por quiénes los compran.

 

Sí, claro, me contesta Argañaraz y parece entristecerse. Tal vez por eso, para levantarse el ánimo, se sirve otra medida de Glenlivet. Eso sólo parece reanimarlo, porque vuelve a sus modos de siempre. ¿No hay más agua helada en esta casa?, me pregunta impertinente.

 

Le traigo otra jarra y voy hasta la biblioteca. Le voy a leer un párrafo de una novela que pone en blanco sobre negro, mejor que cualquier libro teórico, el asunto de la construcción de esa publicidad que llaman mensaje político en la democracia burguesa actual, le digo.

 

A ver…

 

¿Usted leyó A tumba abierta, de mi amigo Raúl Argemí? Recién lo publicaron en España.

 

No me joda, Cecchini, me contesta, molesto. No se mande la parte con los libros que le mandan de afuera y yo no puedo leer.

 

Está bien, Argañaraz, le digo. No se caliente y escuche con atención. El personaje que dice esto es un viejo militante de los 70 devenido publicista en su exilio español. Escuche: “Así fue como entré a jugar en publicidad. Sin darme cuenta ya había comenzado a ser otro. Uno que manejaría los hilos para que miles de boludos que creen en la democracia votaran a cuatro ladrones”, le leo.

Me parece que nos fuimos al carajo, Cecchini, me dice Argañaraz después de un minuto de silencio.

 

Bueno, le digo, podemos volver a empezar.

 

No, mire, se nos acabaron los tres pliegos… digo, la botella, me contesta.

 

La próxima podríamos tomar mate, ¿no le parece?

 

No, Cecchini, ni se le ocurra. Si estamos sobrios la gente va a pensar que hablamos en serio.

 

 

 

Buenos Aires, 14 de octubre de 2015

 

*Periodista

 

 

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