Análisis político de la visita sudamericana del papa Francisco
Bergoglio-Francisco y el Vaticano
Terminó la exitosa gira que el papa Francisco realizó por tres países latinoamericanos. Gira exigente, agotadora tanto por los diversos cambios de clima, como por la cambiante geografía y por las alocuciones. Tarea, en síntesis, para un físico joven, lleno de salud. Pero quien realizó esa proeza no fue un joven sino un hombre que ya está en los umbrales de los ochenta. Se trata de Jorge Bergoglio, el otrora cardenal de Buenos Aires y ahora Francisco, papa de la Iglesia Católica y suprema autoridad del Estado del Vaticano. Análisis político de las movilizaciones de masas e interrogaciones sobre los signos cambiantes de la Iglesia Católica.
Por Rubén Dri*
(para La Tecl@ Eñe)
En el púlpito de la Catedral
Nosotros hemos conocido al cardenal Bergoglio. Adusto, siempre serio, cara de vinagre, semblante amargado, firme opositor del gobierno de Néstor Kirchner, primero, y de Cristina, después. Si ponemos frente a frente la figura de ese Bergoglio, cardenal de Buenos Aires, con este Bergoglio que ahora se llama también Francisco, el primer nombre no lo abandonó sino todo lo contrario, lo reivindica renovando su pasaporte de modo que es al mismo tiempo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Jefe del Estado del Vaticano y ciudadano argentino. Si ponemos frente a frente a ambos personajes, sólo las medidas matemáticas de su cuerpo coincidirán.
Efectivamente el avinagrado cardenal de Buenos Aires, al que le pesaban los años, ahora aparece como un joven pleno de sonrisa permanente, amable con todos, activo. ¿Cuál es la clave de semejante transformación? ¿Ha descubierto la fuente de juvencia, tal vez la “flor azul” detrás de la cual se extenuaba Novalis? Él ha develado tal clave: “es más lindo ser papa que ser cardenal de Buenos Aires”. Está donde siempre quiso estar, en el lugar a donde siempre quiso llegar, donde puede desplegar todo su potencial humano y, tal vez, divino.
Tales transformaciones en lo orgánico-corporal se corresponden con otras tantas en su actuación político-religiosa. Como cardenal de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina mantuvo una cerrada oposición al gobierno kirchnerista de tal manera que Néstor llegó a considerarlo, no sin razón, como “el verdadero representante de la oposición”. Época de romance con el macrismo, de tal manera que Macri, el máximo representante a nivel político del neoliberalismo, llegó a considerarlo como su “guía espiritual e intelectual”.
Con verdadera, profunda y apasionada vocación política Jorge Bergoglio transformó el púlpito de la Catedral de Buenos Aires en la principal tribuna política en contra del kirchnerismo, o sea, de los líderes, Néstor y Cristina, del movimiento nacional y popular.
En los ya mitológicos Tedeums, teniéndolo al presidente arrodillado frente a sí, le tira por la cabeza: “la intemperancia y la violencia son inmediatistas” y “nacen de la inseguridad en sí mismo” y le recrimina llevar a la práctica una “reivindicación rencorosa” que “como no se soporta a sí misma, necesita atemorizar a los demás”, todo ello coronado por la acusación de tener “el hábito de polarizar” y de denostar “al que piensa diferente”, acusaciones caras a la oposición.
En el Tedeum del 25 de mayo de 2004 Bergoglio denunció: “el exhibicionismo y los anuncios estridentes de los gobernantes” y el “crecimiento escandaloso de la desigualdad”, y al año siguiente se produce la última asistencia del matrimonio Kirchner al Tedeum. El vocero del episcopado lo acusa de “alentar el odio”.
En el 2007 asume Cristina quien asiste al Tedeum en la ciudad de Mendoza y al año siguiente tiene lugar el magno enfrentamiento entre las corporaciones agrarias, eufemísticamente autodenominadas “campo”, en realidad, la “oligarquía”, contra el gobierno kirchnerista. Fue un momento clave para la autoconciencia del movimiento popular. Por primera vez, luego de la dictadura cívico-eclesiástico-militar genocida, aparecía con claridad el campo social y político popular enfrentado a sus enemigos, las corporaciones dominantes. Era la reencarnación de lo que el primer peronismo denominó como enfrentamiento del pueblo con el antipueblo.
Por primera vez aparecía con claridad para numerosos militantes y organizaciones del campo popular que el conflicto definía y ponía claridad en cuanto a los sectores enfrentados. Era como si el ancho y profundo campo popular saliera a la luz, enfrentado al feroz enemigo que por tanto tiempo lo había sometido.
Pues bien, ¿de qué lado se ubicó la parte hegemónica del episcopado y sobre todo, en qué lado estuvo Jorge Bergoglio? En el lado de las corporaciones agrarias. Mientras diversos obispos dan su bendición al lock out patronal, Bergoglio le pide “un gesto de grandeza” a la presidenta”, recibe a la “Mesa de Enlace”, liderada, como se sabe por la Sociedad Rural, gestor de todos los golpes de Estado y, como broche de oro, al vicepresidente, Julio Cobos, al que felicita, luego de su traidor “voto no positivo” que significó la derrota del movimiento popular.
Ello no amainó los impulsos del cardenal, contrarios al gobierno, y al año siguiente volvió a cargar acusándolo de “la peor enfermedad” que es “homogenizar el pensamiento y provocar la “crispación social”, caballito de batalla de toda la oposición.
Al ser elegido para ocupar la suprema jefatura de la Iglesia Católica, designó como sucesor suyo en el arzobispado de Buenos Aires y, en consecuencia, como heredero del púlpito catedralicio, al obispo Poli, quien se preocupó de aclarar que no era un obispo político como Bergoglio. Está claro. La cátedra se trasladaba de Buenos Aires a Roma.
Bergoglio-Francisco y los movimientos populares latinoamericanos
Al ser nombrado como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, muchos pensamos que lo que había hecho contra el movimiento popular liderado por los Kirchner, lo haría ahora contra los diversos movimientos populares latinoamericanos, especialmente contra los movimientos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
La reciente gira por Ecuador, Bolivia y Paraguay ha mostrado lo desacertado de tales suposiciones. Veamos. Lo más sustancioso de las intervenciones pontificales se dio en la visita a Bolivia. Allí, citando a Juan Pablo II, a quien le da el título de “santo” (él mismo lo canonizó) pidió “humildemente perdón no sólo por las ofensas de la Propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
No sólo eso, sino que llamó a los campesinos, indígenas y trabajadores a luchar por la “triple T”, tierra, techo y trabajo, y los convocó a organizarse para “poner la economía al servicio de los pueblos”, a lo cual agregó que quería “un cambio real, un cambio de estructuras”, porque “este sistema ya no se aguanta más, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, ‘la hermana Madre Tierra` como decía San Francisco”.
En forma clara “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos. Les invito a construir una alternativa humana a la globalización excluyente. No se achiquen”.
En su visita al Paraguay condenó “la adoración del antiguo becerro de oro (que) ha encontrado versión nueva en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro” y pidió a los empresarios “no sacrificar humanos en el altar del dinero y la rentabilidad”.
En todas las intervenciones siempre figuró la preocupación por los movimientos populares constructores de la Patria Grande. Es evidente que quienes han quedado desilusionados son los que conforman la oposición. Si hasta entonces habían contado con su apoyo, si las relaciones de Bergoglio con el kirchnerismo habían sido de confrontación, si los Derechos Humanos nunca habían formado parte de la agenda del cardenal, si nunca había salido de la Catedral para saludar a las Madres de Plaza de Mayo, si sus amigos políticos eran de la derecha, ¿cómo es posible que ahora encuentren en el otrora Bergoglio a un formidable enemigo?
Análisis político
Nuestro análisis no apunta a tratar de averiguar cuáles son las intenciones recónditas de Bergoglio-Francisco. No nos interesa, en estas reflexiones, penetrar en sus intenciones. No analizamos su comportamiento desde lo religioso o desde lo ético. Nos limitamos al análisis político, teniendo en cuenta las consecuencias que sus intervenciones tienen para los movimientos populares latinoamericanos.
La política de movilización de masas que realiza Francisco es una especie de repetición de la que realizaba su predecesor, el polaco Wojtyla, ahora san Pablo II, pero con un signo diferente. En el caso del papa polaco las movilizaciones buscaban la terminación de toda “tentación” comunista y, en consecuencia, la adhesión al neoliberalismo, denominado “mercado libre”, “santificado” en la "Centesimus annus”. La manifestación más clara de esa intencionalidad se produjo en su “visita” a la Nicaragua sandinista. Allí anidaba el demonio del “comunismo”. La imagen de Ernesto Cardenal, que no es ningún “cardenal”, recibiendo de rodillas las severas amonestaciones papales no se borrará nunca de nuestra retina.
El signo de de esas manifestaciones ahora es otro. Es el de apoyo a los movimientos populares latinoamericanos que renacieron desde las cenizas que había dejado la tormenta arrasadora neoliberal. Ello significa un impulso que dichos movimientos no deben dejar pasar de largo. Pero la contraposición señalada debe ser tenida en cuenta para que este impulso no lleve a una nueva frustración.
Desde 1960 a 1980, dos décadas, la Iglesia Católica vivió una verdadera primavera, impulsada por vigorosos movimientos internos a los que la máxima autoridad eclesiástica les había abierto la puerta. Eran momentos de revoluciones, de movilizaciones y luchas populares. Lo que se suele denominar como “Teología de la Liberación” pasó a ser el signo de reconocimiento de toda esa movida.
¿Qué pasó después? La Iglesia sacerdotal, la del poder, la que nació en los siglos IV y V volvió por sus fueros cuando el capitalismo avanzaba en forma avasallante hacia su etapa neoliberal. El peligro de un papa que no había comprendido lo que estaba en juego, fue subsanado mediante una tibia taza de té y sustituido por Wojtyla, hoy “san Juan Pablo II, que procedió a desarticular todo lo que se había construido en las dos décadas primaverales citadas. Las dictaduras militares que asolaron el continente latinoamericano contaron con la complicidad de una Iglesia que había recuperado la vocación de poder con la que había nacido.
Las movilizaciones masivas que acompañaron a Bergoglio-Francisco recibieron una bocanada de aire fresco, pero cometerían un grave error si no tienen en cuenta que ese aire fresco puede convertirse en uno de esos huracanes devastadores que suelen azotar las regiones caribeñas.
No puede escapar al análisis político la especial participación que tiene la Iglesia en la arena política al encontrarse dirigida por Bergoglio, participación que está en abierta contracción –una más- entre lo que afirmaba Begoglio en el Documento de Aparecida y lo que siempre realizó al frente del arzobispado de Buenos Aires y ahora como Sumo Pontífice.
En el citado documento afirma que se había “ido superando los riesgos de reducción de la Iglesia a sujeto político, con un mejor discernimiento de los impactos seductores de las ideologías”, donde en lugar de “ideologías” se debe leer “marxismo” del que estaba “infestada” la Teología de la Liberación. Si hay alguien que reduce, para emplear la terminología bergogliana, la Iglesia a sujeto político es precisamente él. Respira política por todos los poros. Esto no es un reproche. Es sólo resaltar la contradicción de poner en hombros ajenos la propia carga.
La gira por los tres países sudamericanos nos deja abierta la siguiente contradicción: Por una parte, el impulso ya señalado para los movimientos populares latinoamericanos, y por otra, la recuperación del poder de la Iglesia, y ya sabemos lo que significa una Iglesia que recupera poder en nuestros países latinoamericanos. Todos los derechos que tienen que ver con el área que la Iglesia siempre consideró propia - moral o sea, sexo y educación - corre el riesgo de ser configurada de acuerdo al trazado que el poder eclesiástico le impone.
Buenos Aires, 13 de julio de 2015
*Filósofo, teólogo, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.