El enfrentamiento con los fondos buitre
Son momentos cruciales los que vive el país, tiempos en los que se libra la batalla entre el capital financiero, representado por los fondos buitre, y la voluntad política popular de resistir esa ofensiva y avanzar hacía nuevos horizontes de realización. Parafraseando el dilema de Rosa Luxemburgo, la proclama que suena en esta hora es “patria o buitre”.
Por Rubén Dri*
(para La Tecl@ Eñe)
El diablo lo lleva a Jesús “a un monte muy elevado, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dijo: Todo esto te lo doy, si postrado me adoras. Entonces le dice Jesús: Apártate de mí Satanás porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás. Y entonces lo dejó el diablo” (Mt 4, 8-10).
Nos encontramos en un momento especial de la historia de nuestro país y de la Patria Grande Latinoamericana, momento de definiciones en que se decide en gran parte la suerte de varias generaciones futuras. Es el momento de recordar el dilema presentado por Rosa Luxemburgo, haciendo suya una expresión de Engels: “Socialismo o barbarie”. No es exactamente eso lo que está en juego en el dilema en el que nos encontramos, pero los parecidos son evidentes.
Efectivamente, la guerra desatada por los fondos buitre en contra del país nos pone en un dilema que se parece mucho al planteado por Rosa. Sin dudas, la enorme deuda contraída por la dictadura cívico-militar genocida y por los gobiernos que le sucedieron, culminando con el blindaje y el megacanje, ataba al país de tal manera que no era posible comenzar a recuperarse de una devastación que lo había dejado sin vida.
El gobierno surgido en el 2003 elabora y lleva a cabo una reestructuración de la deuda con una quita del 70%. Ello significa decir claramente: ésta es la deuda que el país puede y que nos comprometemos a pagar. La aceptación de un 90% de los acreedores hizo que dicha reestructuración fuese un éxito. De ahí en más, el país se puso nuevamente de pie. No es una maravilla, no se trata de la plena realización, no es el socialismo, pero sí es nuevamente un país en el que vale la pena vivir y en el cual se crean las condiciones para una transformación más profunda, ésa que llamamos “socialismo”, que los profetas hebreos, Jesús de Nazaret y las primeras asambleas cristianas denominaron “Reino de Dios”. De ninguna manera es la sociedad definitiva, porque ésta no existe, no puede existir, porque sería la muerte, el verdadero fin de la historia.
Pues bien, cuando el proceso de reestructuración de la deuda está llegando a su fin, aparecen los temibles buitres exigiendo lo que pretenden que es su parte en el festín, cuando en realidad, al no haber aceptado la reestructuración, no tienen parte alguna. Con la complicidad de un juez paralizan el proceso de pago fijado por la reestructuración y pretenden avanzar hasta hacerlo fracasar por completo, con lo cual volveríamos al punto muerto del que habíamos partido.
Ahora sí, parafraseando el dilema de Rosa, proclamamos “patria o buitre”, vamos al fundamento o nos vamos a pique.
En estos momentos se está librando la batalla entre el capital financiero que, representado por los fondos buitre, pretende hacernos volver a la infausta década del 90, y la voluntad política popular de resistir esa ofensiva y avanzar hacía nuevos horizontes de realización.
Como celebró Greg Palast, periodista de la BBC y The Guardian, “por primera vez tenemos una nación que no está de rodillas y que dice “ésta es nuestra postura, no nos vamos a mover de ella”, posición ésta que hace aparecer a Barack Obama en una situación de debilidad frente a Cristina.
En los inicios de la era cristiana, tal vez en la década del 40 del año primero, en algunas de las asambleas o comunidades cristianas circulaban unas narraciones sobre las tentaciones a las que el demonio habría sometido a Jesús de Nazaret. Una de esas tentaciones El diablo lo lleva a Jesús “a un monte muy elevado, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dijo: Todo esto te lo doy, si postrado me adoras. Entonces le dice Jesús: Apártate de mí Satanás porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás. Y entonces lo dejó el diablo” (Mt 4, 8-10).
El contexto en el que figuraba este relato es la situación del imperio romano cuando Cayo Calígula era el emperador y como tal hijo de Dios, por lo cual había establecido que los reyes, príncipes o funcionarios que fuesen a visitarlo debían someterse a la proskýnesis, es decir, a la ceremonia que consistía en arrodillarse frente a él.
El diablo de la narración, en consecuencia, no es otro que el emperador, rey del mundo. Es necesario recordar que en ese tiempo el imperio romano abarcaba todo el mundo “civilizado”. El “monte muy alto” de la narración es el centro del imperio desde el cual el emperador domina el mundo.
La historia siempre se repite y no se repite. Los sucesos siempre son los mismos pero diversos. Por ello es tan necesaria la memoria histórica que nos hace ver en lo que ya sucedió lo que actualmente sucede y, de esa manera se puede evitar caer en errores que ya se cometieron.
La dominación del imperio romano a mediados del siglo primero abarcaba todo el oikuméne, es decir el mundo que se consideraba habitado por la civilización. Más allá de sus márgenes sólo había barbarie, confusión, caos. El mundo habitado aparecía como un mosaico de reinos dominados por el imperio. El emperador, señor de todo ese mundo habitado, disponía del poder absoluto de donar esos reinos a quien quisiera, pero para ello era necesario someterse plenamente, lo cual se expresaba mediante el gesto de arrodillarse.
Hoy toda la oikuméne o, al menos, la mayor parte de la misma, se encuentra bajo la dominación del imperio. En lugar de Roma ahora es Washington. ¿Qué cambio? Mucho, muchísimo y nada. La historia se repite y no se repite, se repite de diferente manera. Roma dominaba mediante sus legiones. Washington lo hace mediante sus corporaciones, bancos, FMI y naturalmente el ejército. Lo mismo, pero diferente.
¿Qué te dice Washington? Si te arrodillas, conseguirás todas las financiaciones que necesitas, pero si no lo haces, te ahogaremos y, si es necesario te hacemos un golpe de Estado o te mandamos directamente el ejército.
Es una historia que en los últimos tiempos no ha dejado de repetirse, siempre de diferente manera. Irak, Afganistán, Siria, Bolivia, Venezuela y tantas otras naciones han sido y continúan siendo bancos de estas maniobras imperiales.
En diversos lugares de los señalados, Irak, Afganistán, Siria, el imperio ha intervenido directamente con el ejército, pero no siempre esto último es necesario. El poder económico, el poder mediático y el político combinados, conforman una entente terrorífica. De repente la nación que ha caído en sus garras se despierta como de una pesadilla, dándose cuenta que ha contraído una deuda “eterna”, conocida con el nombre de “externa” y, con ello, sometida a perpetuidad. El dominador no quiere que el dominado pague y, de esa manera, salde su deuda, sino que siga debiendo, que se siga endeudando a perpetuidad. Relación del amo y del esclavo en una dialéctica “trabada” que no encuentra la vía de la superación.
Argentina transitó el oscuro camino del endeudamiento a través de la dictadura cívico-militar genocida, continuado por el débil gobierno de Alfonsín y rematado por el humillante gobierno de Menem, para despertar en el 2001 con una deuda que se había convertido en eterna. La primera reacción popular fue “visceral”: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Primera negación.
En el 2003 llega el desconocido político que viene del sur y comienza a producir la segunda negación, es decir, el proyecto para transformar la deuda de eterna en temporal, para lo cual era necesario hacer una reestructuración de la misma. La realiza en dos tandas. La primera en el 2005 y la segunda en el 2010, haciendo una quita del 30 %, con mucho éxito, porque el 90 % de los acreedores la aceptó.
Hay un 10 % que no entró al canje constituido por los denominados “holdouts” y un 1 % conformado por los “fondos buitre”. Estos últimos son los que no hicieron ninguna inversión en el país, o sea, no son acreedores. Compraron bonos completamente devaluados, para hacerlos valer en su momento como si fueran bonos de inversión. Compran títulos de deuda de los países en una situación económica difícil, a precio muy bajo para luego litigar en los foros internacionales e intentar cobrar la totalidad del valor de los mismos.
¿Son los buitres una excrecencia del capitalismo, es decir, algo residual, o forman parte necesaria, constitutiva del mismo? La respuesta que se le dé a tal interrogante depende de otra: ¿Constituye el capital financiero, especulativo, un desarrollo del capitalismo, o es algo anómalo, como un cáncer que el mismo capitalismo debe extirpar?
El capital, el sujeto-capital, nace como un desprendimiento del producto del trabajo. Lo que Marx denomina la plusvalía, el plusvalor, es esa parte del producto del trabajo que se desprende del trabajador, adquiere vuelo propio, se transforma en sujeto que en su proceso rompe las amarras con sus raíces, el trabajo, la producción, y de capital-sujeto-industrial se transforma en capital-sujeto-financiero, capital-sujeto-especulativo que, como ave de presa se lanza sobre sus víctimas.
Pero éstas pueden rebelarse, reaccionar. En otras palabras, las víctimas esquilmadas, endeudadas de por vida, pueden trazarse un plan de salvataje, que no otra cosa es la reestructuración de la deuda. Menester es evitarlo. Allí entran a actuar los buitres, los que hasta ahora han tenido éxito, pues han sometido todos los países caídos en cesación de pago.
Por primera vez se encuentran con un país que los enfrenta, que no se somete, que no se arrodilla, que no acepta las “relaciones carnales”. Menester es doblegarlo, porque constituye un mal ejemplo que puede repetirse.
“Si postrado me adoras”, si te arrodillas, vendrán las inversiones, saldrás del aislamiento, entrarás al mundo. Macri, Massa, Binner, Sanz están ansiosos para arrodillarse. Lo han proclamado y sin duda lo harán. Sería volver a los 90`.
20 de octubre de 2014
*Filósofo nacido en Argentina, teólogo, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.