A horas de la fórmula presidencial Scioli-Zanini
La decisión política
La interna del Frente para la Victoria dejó de existir y la discusión no llegó a abrirse. El mundo kirchnerista quedó en la espera pasiva de las señales que pudiera enviar la presidente. Scioli-Zannini fue la decisión. Es políticamente impertinente preguntarse si está garantizada la continuidad del rumbo político de estos años en el futuro inmediato sencillamente porque la política no tiene garantías hacia el futuro. Sí se puede afirmar que el kirchnerismo es una dinámica política conflictiva y transformadora.
Por Edgardo Mocca*
(especial para La Tecl@ Eñe)
La interna del Frente para la Victoria dejó de existir. Me cuento entre quienes estaban entusiasmados por la oportunidad que teníamos para discutir el presente y el futuro. Para saber qué pensaban Scioli y Randazzo pero también para saber qué pensábamos cada uno de nosotros, los que apoyamos el proyecto político que se puso en marcha en 2003. Dos rostros posibles del futuro kirchnerista: uno que lo proponía como una dinámica transformadora y conflictiva, el otro que prefería una tregua de diálogos y consensos sin dejar de proclamar la necesidad de la continuidad. La discusión no llegó a abrirse, el mundo kirchnerista quedó mayoritariamente en la espera pasiva de las señales que pudiera enviar la presidente. Todos sabíamos que las fórmulas presidenciales serían la forma de esas señales.
Scioli-Zannini fue la decisión. No importa quién la sugirió y quién la aceptó, aunque no es difícil imaginarlo. Es un acuerdo entre dos y cualquiera de esos dos que no lo hubiera aceptado lo hubiera hecho imposible. Scioli logró imponerse como un pasaje ineludible de la experiencia kirchnerista. Y no es tan sorpresivo: en todas las instancias electorales decisivas de los últimos doce años, el ex motonauta ocupó un lugar fundamental en el andamiaje oficialista: fue candidato a vicepresidente, dos veces a gobernador del principal distrito y hasta candidato testimonial a diputado en las legislativas de 2009. Nunca, sin embargo, abandonó su radical ambigüedad. Nunca dejó de ser, al mismo tiempo, un kirchnerista y un amigo del grupo Clarín. Su prueba de fuego llegó en 2013, cuando Sergio Massa empezó el operativo de fuga del kirchnerismo. Scioli tuvo entonces que elegir entre ponerse a la cabeza de un operativo orientado a vaciar al gobierno de los apoyos de la estructura federal del justicialismo o permanecer en la línea sucesoria “natural” de la presidenta. La decisión tardó varios días que estuvieron cargados de especulaciones políticas de las que dan cuenta los diarios de entonces. El gobernador bonaerense ya había hecho reserva el año anterior de su aspiración a suceder a Cristina “en caso de que no se habilite la reelección” y perseveró en esa paciente estrategia, cuyo éxito acaba de consumarse.
¿Qué es lo que permitió el éxito de la apuesta de Scioli? Las pistas habría que buscarlas en la compleja trama de las relaciones entre los líderes de la experiencia política argentina de estos doce años y la estructura justicialista. Se podría decir también de sus relaciones con la tradición peronista. La ambigüedad de Scioli se inserta en otra ambigüedad, la que existe en la relación entre esos dos nombres que organizan la política argentina de esta época: el peronismo y el kirchnerismo. Néstor ganó la elección del 2003 como delfín de Duhalde; antes de ese acuerdo el entonces gobernador de Santa Cruz había ido construyendo un espacio de centroizquierda por fuera de la estructura justicialista orientado a una acumulación progresiva que desembocara en 2007. La crisis sucesoria del peronismo posmenemista aceleró los tiempos y modificó las formas: Kirchner alcanzó trabajosamente la segunda vuelta y Menem se ausentó de un balotaje en el que lo esperaba una segura paliza. Recién en 2008, después del triunfo de Cristina y en medio de los fragores de la sublevación de las cámaras empresariales del agro, el ex presidente asume la dirección efectiva del PJ. Antes habían pasado la transversalidad y la concertación, nacidas como fórmulas políticas propias de la aguda crisis de representación que estalló en 2001. La gran clave de la perdurabilidad del kirchnerismo fue y es la combinación entre la contención de la estructura justicialista y la apropiación simbólica de la tradición peronista con la capacidad de sostener una dinámica política transformadora. Ninguno de esos dos componentes alcanza por sí solo: el kirchnerismo no aceptó ser recluido en el lugar de una fuerza testimonial y pasajera ni en el del peronismo del orden y la gobernabilidad sin aliento transformador.
Sin la posibilidad de la reelección de Cristina y sin haber logrado potenciar un candidato propio surgido de sus propias fuentes, el pasaje Scioli se constituyó en un camino ineludible del kirchnerismo. Claro que no estamos en el terreno de las verdades algorítmicas de la matemática: el pasaje se hizo ineludible en la medida en que así fue considerado por la conducción kirchnerista. La prosecución de las internas y su dramatización político-ideológica era otro camino concebible, pero los riesgos eran muchos y muy graves. Primero porque Randazzo tampoco era, estrictamente hablando, un hombre de las entrañas del kirchnerismo, aunque su discurso y su actitud política estuvieran bien lejos de la ambigüedad sciolista. Segundo porque su competitividad electoral no equivalía, en principio, a la del gobernador. Tercero (y decisivo) porque las estructuras federales del justicialismo se habían ido inclinando claramente a favor de Scioli. Hay que decir al respecto que la candidatura del bonaerense fue clave para el fracaso del operativo de captura de esas estructuras que se proponía Massa; es decir que el fracaso del tigrense y el éxito de Scioli son las dos caras de una misma moneda. Y no estamos hablando de un detalle menor: solamente hay que imaginarse en qué condiciones llegaríamos a las elecciones si hubiera tenido éxito el intento de aislamiento del gobierno respecto de sus soportes territoriales de poder. Hubiera sido la tormenta política perfecta, la consumación del plan A de los poderes fácticos: vaciamiento político del gobierno, caos económico y desorden callejero. Así se creaban las condiciones para una nueva hora cero del capitalismo argentino con ajuste ortodoxo justificado por razones de fuerza mayor y escarmiento efectivo para cualquier intento futuro de retomar el camino del “populismo autoritario”.
Peronismo y kirchnerismo siguen siendo nombres diversos, complementarios. Se alimentan mutuamente y a la vez se contradicen. En la fórmula del FpV está toda esa riqueza. Está el compañero de fórmula de Néstor Kirchner, que seguirá siendo también –más allá del desenfreno un poco sobreactuado de la prensa del establishment en estos días- una esperanza para los que quieren la “normalización” del peronismo y del país en los años que vienen. Y está Carlos Zannini, una figura y una voz relativamente poco conocida para millones de argentinos que es ni más ni menos que el principal dirigente político de la experiencia política de estos años después de Néstor y Cristina Kirchner. ¿Está garantizada la continuidad del rumbo político de estos años en el futuro inmediato? La pregunta, que circula hoy de modo intenso, entre los partidarios del gobierno es políticamente impertinente. Sencillamente porque la política no tiene garantías hacia el futuro. Imaginémonos si nos hubiéramos preguntado si la fórmula Kirchner-Scioli garantizaría todo lo que ocurrió en el país en los últimos doce años.
Claro que el acuerdo político alcanzado tiene en su interior garantías y contraprestaciones. Tiene, entre otras cosas, la vicepresidencia y la composición de los bloques legislativos con una gran influencia del kirchnerismo. Pero todas esas son herramientas. Como tales dependen de la continuidad del impulso transformador en la sociedad argentina y su liderazgo claramente identificado en la actual presidenta. Definitivamente el kirchnerismo no es un objeto fijo, una estructura, una táctica ni una orgánica. El kirchnerismo es una dinámica política. Convulsiva, conflictiva, contradictoria, transformadora. Propia de una época histórica de crisis mundial de un paradigma económico, cultural y político y de transformaciones que recorren el mundo.
Es, en fin, el peronismo de la época.
18 de Junio de 2015
*Politólogo