Lo primero que cambiará es la política
Más allá del resultado del ballotage del 22 de noviembre próximo, muchas cosas cambiarán en la práctica política y especialmente en el espacio cuya meta ha sido perseguir esa frontera móvil que es la justicia social. La dirigencia peronista pudo acumular poder político apoyado en la inoperancia y cortedad de miras de su principal adversario, que mostró en dos oportunidades no tener ni reflejos ni conceptos sólidos para operar en las crisis. Relegar la lucha por la acumulación de poder para cada fracción partidaria y asumir como obstáculo político para el cambio una nueva una estructura de gerentes de corporaciones, con lógica manipuladora y de marketing, serán los desafíos a partir del 10 de diciembre.
Por Enrique. M. Martínez*
(para La Tecl@ Eñe)
Raquel Partnoy
Nos acercamos al primer balotaje presidencial de la democracia, que a la vez es la elección con resultado menos pronosticable que se recuerde. Agregando algún elemento singular adicional, en esta elección confronta una vez más quien representa al espacio tradicionalmente portador de las intenciones de avanzar hacia la justicia social – el peronismo y sus aliados -, pero esta vez no tiene enfrente la fracción política institucionalista, el radicalismo, aferrada al preámbulo de la Constitución de hace 160 años. En su lugar, está el armado que hizo el poder económico más concentrado de la Argentina, a quien no le resultó difícil sumar la burocracia del radicalismo, devenida en una oficina de empleo para su dirigencia.
Ese poder económico construyó y construye su convocatoria utilizando las mismas técnicas que las grandes corporaciones han ido sedimentando a través de décadas del capitalismo globalizado, vale decir: trabajando sobre las emociones más que sobre datos concretos; manipulando voluntades, en la sociedad de masas moderna, donde millones optan por los intereses que los perjudican convencidos de actuar en su propio interés.
Cualquiera sea el resultado muchas cosas cambiarán en la práctica política y especialmente deberán cambiar en el espacio de quienes creemos que la meta es perseguir esa frontera móvil que es la justicia social. Antes de hoy, la dirigencia peronista pudo acumular poder político apoyado en la inoperancia y cortedad de miras de su principal adversario, que mostró en dos oportunidades no tener ni reflejos ni conceptos sólidos para operar en las crisis. También pudo recorrer senderos perversos como el de la traición menemista, sin destruir en el imaginario popular la asociación de la justicia social con el movimiento peronista. A partir de 2003, la elección casi fortuita de Néstor Kirchner, con números endebles, abrió sin embargo un tiempo de reencuentro del discurso nacional y popular con una acción de gobierno efectivamente justicialista. Y así volvió el peronismo, en un contexto mundial bien complicado, que reclamaba menús originales e intelectualmente agresivos. El compromiso social de Néstor y Cristina Kirchner, partiendo de la deprimida situación de 2002, permitió conseguir mejoras concretas en la capacidad de consumo de la sociedad y acumular una serie de derechos ciudadanos de alto valor.
El espacio político configurado en 1945 volvió a ser símbolo de mayorías y con ello resultó – una vez más – un imán para advenedizos del poder, con un aditamento nuevo, la construcción de militancia política desde el calor oficial, bien distinta de aquella que tuvo que resistir desde el llano. La memoria de la reiteración del fracaso radical para administrar el gobierno, complementariamente, contribuyó a generar esa sensación de espacio político “condenado al éxito”, para parafrasear a un caudillo político peronista en decadencia.
Esa hegemonía con rasgos de omnipotencia es la que entra en crisis en la elección del 2015. Pero no obligará solo a planteos más humildes, más estudiados, más consultados con quienes están involucrados como destinatarios de las acciones de gobierno. Obligará además a dos cosas centrales:
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A relegar la lucha por la acumulación de poder para cada fracción partidaria, reemplazándola por la búsqueda obsesiva y sistemática de resultados sociales que se compadezcan plenamente con los discursos. “Mejor que decir es hacer” será casi una consigna excluyente, tal vez acompañada por “Antes que decir y hacer, estudiar”.
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A asumir como obstáculo político para el cambio una nueva forma: una estructura de gerentes de corporaciones, con lógica manipuladora y de marketing, que trasladan casi literalmente las metodologías de la venta de productos y servicios a la práctica política. Que además defienden exactamente los intereses económicos corporativos del capitalismo global, solo que disfrazados con las infinitas variantes que las tecnologías modernas de manipulación ponen a su disposición. Esta estructura es capaz – lo está demostrando – de construir imaginarios de rechazo de la prédica popular, aún en los espacios más humildes, y desde luego en los sectores medios.
Ya no será tiempo de Braden o Perón, porque el “deme dos” de Miami actúa como señuelo de mimetización con los poderosos. Tampoco será cuestión de apelar a figuras como la oligarquía o ningún otro esquema simplificador. Ni siquiera el No al ALCA, que tanto nos llena de orgullo a muchos, tendrá resultados sustanciales si no se lo explica con todo detalle en sus efectos y se muestra sin distorsión, sus resultados negativos en México o en Chile. El movimiento popular debe enfrentar la manipulación evitando por completo manipular. Frente a las consignas evangélicas, los hechos. Frente a las causas falsas de los problemas, la detallada exposición de las causas reales, incluyendo por supuesto las causas estructurales, como la hegemonía de las corporaciones multinacionales, que en 12 años de gobierno no ha aparecido ni siquiera en ámbitos académicos como determinante de nuestro techo de salario real, nuestra recurrencia a la inflación o nuestra restricción de disponibilidad de divisas. Frente a los gerentes administrando el gobierno, más y más formas de democracia semi directa y directa. Consejos de escuela o de hospital; control popular de los presupuestos municipales; planificación compartida de las obras de infraestructura; la lista podría ser muy larga.
Alguna vez leí en un diario conservador inglés que las elecciones con resultado ajustado sirven para estimular la competencia de las dirigencias por conseguir resultados tangibles, mostrables ante sus votantes. En la periferia del mundo, quienes luchan por una mayor justicia social tendrán que competir, de ahora en más, con los modernos encantadores de serpientes que son la primera línea política de la concentración económica y la exclusión. No se llegará a la victoria denunciándolos simplemente, sino haciendo; mejorando la calidad de vida de muchos, en términos de aumento de la conciencia colectiva, para que esos muchos sean los voceros de la transformación.
El mesianismo será cosa del pasado. La participación popular, con estudio y humildad, es el futuro.
Buenos Aires, 13 de noviembre de 2015
* Director del Instituto para la Producción Popular (IPP)