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Los cambios cualitativos asustan pero a la vez entusiasman

El camino elegido para mejorar la condición de vida general, hace ya unos cuatro años que marcó sus limitaciones transformadoras. El paso inicial es ir al hueso y cuestionar el paradigma básico: Admitimos hace años que el tractor del mundo es el capital. Los capitalistas – los que invierten autónomamente en producción de bienes y servicios – son menos del 5% de la población y sin embargo, el grueso de las acciones de cualquier Estado se dirige a seducir, regular, premiar o castigar a ese pequeño universo. Cuestionar el paradigma comienza por hacernos la siguiente pregunta: ¿Y si pensamos en este sistema pero desde el 95% restante de la población?

 

Por Enrique M. Martínez*

(para La Tecl@ Eñe)

Hay varias coincidencias en el imaginario social, que bien vale la pena explicitar, alejándonos para ello de los discursos políticamente convenientes en tiempos electorales, o simplemente, en el clima político habitual en la Argentina.

 

Coincidimos en que 2003 constituyó un punto de inflexión positiva no solo en la economía de un ciudadano medio sino también en sus expectativas personales, tanto para los sectores medios como para todos los ámbitos humildes y de cualquier nivel de marginación o exclusión. También coincidimos – aunque lo digamos menos o esporádicamente – en que el camino elegido para mejorar la condición de vida general, hace ya unos 4 años que marcó sus limitaciones transformadoras. Con tensiones crecientes, permite desde entonces mantener el objetivo de aumento de la inclusión por ingresos, aunque el salario real y otros elementos que la macroeconomía utiliza de manera estándar – y limitada - para medir bienestar, hayan entrado en una meseta.

 

Es que una estructura productiva con altísima concentración, que se extiende hasta la producción agropecuaria, que tiene a su vez una participación hegemónica de corporaciones multinacionales en segmentos claves de las cadenas de valor principales, no permite ser optimista en cuanto a la estabilidad conceptual de la propuesta. No solo es inmediato imaginar inequidades en la distribución de los frutos del esfuerzo común, sino que también reaparece la histórica restricción externa  y está a la vuelta de la esquina. En efecto, no solo se generan asimetrías en los ingresos, sino que las exportaciones de esta economía no generan automáticamente las divisas necesarias para pagar importaciones realizadas por actores sin vocación de sustitución; para la propensión argentina al turismo en el extranjero o a usar el dólar como refugio de valor, más los giros de utilidades y regalías de corporaciones, más las obligaciones aún pendientes de la deuda financiera.

 

La tendencia de la dirigencia política es tratar estos problemas como dificultades de gestión, esto es: se supone o postula que quien está a cargo se equivoca y quien se postula como reemplazo podría hacerlo mejor cerrando alguna válvula y abriendo más otra. Esa es la simple. Pero es difícil creer que esa es la solución cuando los síntomas aparecen muy similares y simultáneamente en Brasil o en los países más débiles de Europa. O cuando China comienza a transitar la imaginable etapa de su ciclo de transformación en una sociedad mega capitalista, generando mega crisis financieras. Es el sistema de acumulación basado en la búsqueda incesante del lucro el que falla, porque pretendemos aún sin decirlo, que la mano invisible que pregonaba Adam Smith nos llevará a la bonanza.

No sucede así. Tres siglos son suficientes para convencerse que eso nunca sucederá de este modo.

 

Podemos refugiarnos en la melancolía y buscar soluciones personales para quedar del lado de arriba. O podemos buscar “países normales” y creer que los sucesivos retoques los harán vivibles.

 

La pregunta que (me) hago, a pesar de tantos años y tantas formas distintas de aparentes soluciones que luego no fueron, es si es válido rendirse. Si debemos estrechar nuestra discusión más y más hasta mirar la realidad por una rendija por la cual solo vemos opciones para monto y fecha de devaluaciones o atrasos salariales, o temas igualmente elementales, aunque bien perturbadores.

Creo que es hora de ir al hueso y cuestionar el paradigma básico. Desde siempre, por derecha o por izquierda, le damos vuelta al capitalismo y de mil maneras llegamos a admitir que el tractor del mundo es el capital. Los capitalistas – los que invierten autónomamente en producción de bienes y servicios – son menos del 5% de la población y sin embargo, el grueso de las acciones de cualquier Estado se dirige a seducir, regular, premiar o castigar a ese pequeño universo. En realidad, a un grupo pequeño dentro de ese universo ya pequeño. ¿Y si pensamos en este sistema – como punto de partida real básico – pero desde el 95% restante de la población?

 

Quiero decir: El 95% de la población es sujeto pasivo del capitalismo. Sus expectativas son simples y elementales, vinculadas mucho más a la calidad de vida propia y de su entorno que a la acumulación de capital a través de la renta. Al menos parte del Estado debería aplicarse a construir escenarios donde las necesidades básicas de esa fracción rotundamente hegemónica de la población se atiendan por su propio esfuerzo, menos y menos condicionado por el restante 5%.

 

Esa lógica, aplicada en forma sistemática a muchas de las facetas de la vida, construiría escenarios nuevos y muy valorables. Todos los ámbitos de producción de bienes y servicios tomarían nuevas fisonomías si el Estado promoviera unidades de producción para la atención de alguna necesidad concreta, en que los actores tuvieran la seguridad de participar en mercados donde se retribuya su esfuerzo de agregar valor a los bienes de uso corriente, sin intermediarios que se apropien renta solo por el hecho de disponer de capital. Si se jerarquiza la atención de una necesidad comunitaria, y la capacidad de hacer eso es lo que se promueve y sostiene, muchas cosas podrían ser distintas. Desde una cooperativa de producción de indumentaria hasta un taxista independiente deberían tener un respaldo oficial – en términos económicos, sociales y culturales – superior al de una marca de ropa sin talleres o un fideicomiso inversor en taxis que luego conducen peones. Aquello que maximice la retribución de quien lo produce de manera efectiva sería bienvenido por todo trabajador. Esa es la esencia de lo que llamamos producción popular y debe avanzar enormemente en visibilidad pública, con los debates necesarios para jerarquizar el trabajo y el saber por sobre el capital. En la agroindustria, en la vivienda, en los servicios personales, en el cuidado del ambiente, hay muchos y muy saludables cambios posibles.

 

Este sector por construir debería sumarse a otro sector nuevo y clave: El de las empresas mixtas de producción de bienes industriales esenciales que requieren inversiones de gran dimensión. Repitiendo con correcciones la experiencia de YPF con mayoría estatal, que debería tener como control y socios a enormes masas de ciudadanos argentinos, se debería incursionar en las energías renovables, las comunicaciones, el transporte ferroviario, aéreo o naval, la industria minera, el diseño automotriz. Cada argentino debería poder ser dueño de millonésimas alícuotas de empresas nacionales que operen en los temas referidos, con tecnólogos nacionales y la asistencia internacional que se quiera contratar, que satisfagan las necesidades nacionales y nos den presencia internacional. Solo una lógica de pocos que deciden y definen la vida económica de todos los millones de ciudadanos impide avanzar en esto. Invertida la mirada, el camino queda expedito.

 

No se trata ya de discutir cómo cambiar un supuesto inútil que hoy administraría mal un sistema que creemos que nosotros manejaríamos bien, o por el contrario, evitar que ese inútil acceda al cargo que nosotros estamos timoneando. Se trata de aprovechar la primera oportunidad de una renovación de gobierno no traumática en 60 años, para identificar los límites de lo que creemos natural y establecido, y cambiar sin destruir. Gran oportunidad.

 

Buenos Aires, 24 de agosto de 2015

 

* Director del Instituto para la Producción Popular (IPP)

 

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