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La industria cultural ¿ya no es lo que era?

En las décadas del ’80 y ’90 del siglo pasado, asfixiado por los tiempos posmodernos y con el neoliberalismo económico triunfante, el término “industria cultural” comenzó a perder aquel sello originario para transformarse en una noción difusa y asimilable. Los fenómenos One Direction y Violetta obligan a retornar a la lectura del texto de los pensadores de la Escuela de Frankfurt. Pero también el Mundial de Fútbol, el éxito de ciertos libros y ciertos programas televisivos, son piezas de un engranaje que tiene componentes que funcionan de manera aceitada en todo el mundo.

 

Por Germán Ferrari*

(para La Tecl@ Eñe)

“El mundo entero es pasado por el cedazo de la industria cultural.” Casi siete décadas transcurrieron desde que Adorno y Horkheimer vislumbraron algo muy parecido a –gracias Eco– el Apocalipsis. La frase del comienzo de este artículo mantiene una vigencia que estremece. No pocas reflexiones contenidas en el capítulo dedicado a la industria cultural en el libro Dialéctica del Iluminismo sobrevivieron al tiempo con un poderío devastador. Muchos otros análisis perdieron vigor y quedaron diluidos con los años. Volver a leer el apartado sobre la maquinaria cultural-económica en el capitalismo es un desafío y una obligación. Cada ciclo lectivo vuelvo a enfrentarme con el texto para preparar las clases en una materia universitaria y siempre encuentro un nuevo reto para contrastar el pensamiento de la dupla Adorno-Horkheimer con hechos y comportamientos de la actualidad.

 

En los últimos años, los fenómenos One Direction y Violetta obligan a retornar a la lectura del texto de los pensadores de la Escuela de Frankfurt. Pero también el Mundial de Fútbol, el éxito de ciertos libros (y no me refiero sólo a los de “autoayuda”) y ciertos programas televisivos (Tinelli, Legrand, Giménez…) son piezas de un engranaje que tiene componentes que funcionan de manera aceitada en todo el mundo (al menos en Occidente).

 

¿Qué queda de aquel carácter peyorativo, condenatorio y revulsivo del concepto “industria cultural”, con que Adorno y Horkheimer pretendieron alertar a sus contemporáneos y a las nuevas generaciones sobre el alcance que esa estrategia del capitalismo imponía cada vez con mayor fuerza ante el avance de los medios de comunicación?

 

En las décadas del ’80 y ’90 del siglo pasado, asfixiado por los tiempos posmodernos y con el neoliberalismo económico triunfante, el término “industria cultural” comenzó a perder aquel sello originario para transformarse en una noción chirle y asimilable. Así, el espíritu de cuestionar la circulación de cultura como mercancía para un adormecimiento social se esfumaba en pos de la integración al mercado y de las posibilidades económicas inherentes a los productos, sin descuidar el universo simbólico que cada uno llevaba consigo. En esta resignificación, la denominación “industria cultural” empezó a mutar en “industria creativa”. Para la Unesco, las industrias culturales son aquellas que “combinan la creación, la producción y la comercialización de contenidos creativos que sean intangibles y de naturaleza cultural. Estos contenidos están normalmente protegidos por copyright y pueden tomar la forma de un bien o servicio. Las industrias culturales incluyen generalmente los sectores editorial, multimedia, audiovisual, fonográfico, producciones cinematográficas, artesanía y diseño”.

 

Por su parte, hablar de industria creativa “supone un conjunto más amplio de actividades que incluye a las industrias culturales más toda producción artística o cultural, ya sean espectáculos o bienes producidos individualmente”. El organismo de las Naciones Unidas especifica el alcance: “Las industrias creativas son aquellas en las que el producto o servicio contiene un elemento artístico o creativo substancial e incluye sectores como la arquitectura y publicidad”.Ese proceso de legitimación de los conceptos “industria cultural” e “industria creativa” llevó a que diversos países incorporaran alguna de esas denominaciones en reparticiones estatales, desde los niveles nacionales hasta los comunales. Y la Argentina no fue la excepción.

 

De acuerdo con el organigrama, la Dirección Nacional de Industrias Culturales depende de la Secretaría de Cultura de la Nación, que desde hace unos días fue elevada al rango de Ministerio.

Su página web indica que “tiene por objetivos generales democratizar el acceso y la producción de los bienes y servicios culturales, promoviendo la desconcentración geográfica y de capital; posicionar las industrias culturales argentinas en el mercado internacional; discutir la situación de la propiedad de las industrias culturales en el marco de las tecnologías digitales, tanto desde la perspectiva de los autores como de los usuarios; analizar y difundir el impacto económico de estas industrias en el ámbito nacional y regional; e incentivar emprendimientos culturales productivos”.

 

Hace pocos días, esta Dirección difundió los resultados de la Encuesta Nacional de Consumos Culturales –en base a datos de 2013–, un aporte valioso para conocer las tendencias de la población en esta materia. Otra iniciativa es el Mercado de Industrias Culturales Argentinas (MICA), que involucra a varias dependencias gubernamentales de distintas áreas a nivel país. Y, además, existen Escuelas de Oficios en Industrias Culturales, que ofrecen “cursos de introducción básica y general a los oficios de libreros, fotógrafos y fotoperiodistas, operadores radiales, luthiers y gestores teatrales, [y] que permiten la profesionalización del sector y abren nuevas oportunidades de trabajo”. Hablar hoy de “industrias culturales” es tener en cuenta que representan, de acuerdo con datos oficiales, el 3,8 por ciento del PBI.

 

La ciudad de Buenos Aires atravesó un cambio significativo al respecto. Durante la gestión de Aníbal Ibarra, existía una Subsecretaria de Gestión e Industrias Culturales, dependiente de la Secretaría de Cultura. Con la llegada al gobierno de Mauricio Macri, el área pasó a depender del Ministerio de Desarrollo Económico y se denominó Dirección de Industrias Creativas y Comercio Exterior. Luego, el organigrama se modificó con la creación de la Subsecretaría de Economía Creativa, en cuya órbita quedó la Dirección General de Industrias Creativas, desdoblada de Comercio Exterior. En el ámbito de esta Dirección funciona el Observatorio de Industrias Creativas (OIC), que se dedica a la “obtención, elaboración y difusión de información cuantitativa y cualitativa sobre las industrias creativas locales”. Según su blog, “además de elaborar índices específicos y procesar datos estadísticos, publica el Anuario de Industrias Creativas, con información sobre valor agregado, empleo, exportaciones, producción, consumo y contenidos para el conjunto de los sectores y sus subsectores creativos. También edita la serie ‘Investigaciones OIC’, una colección de estudios sectoriales que ofrecen diagnósticos, propuestas de desarrollo y herramientas para la gestión”.

 

En sintonía con esta resignificación conceptual, la Universidad de Tres de Febrero dicta desde hace algunos años un Curso de Posgrado en Industrias Culturales, a cargo del equipo de profesionales que trabajó durante la gestión de Ibarra en esa área.

 

“Las reacciones más íntimas de los hombres están tan perfectamente reificadas ante sus propios ojos que la idea de lo que les es específico y peculiar sobrevive sólo en la forma más abstracta: personality no significa para ellos en la práctica más que dientes blancos y libertad respecto al sudor y a las emociones. Es el triunfo de la réclame en la industria cultural, la imitación forzada, por parte de los consumidores, de las mercancías culturales incluso neutralizadas en cuanto a su significado.” Así termina el famoso texto de Adorno-Horkheimer. Un final que aún sigue abierto.

 

 

*Periodista, docente, investigador y autor del libro “1983: el año de la democracia”

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