La balada de los prejuiciosos
Horacio González aborda en este artículo la noción de anti-intelectualidad tomando como punto de partida las opiniones expresadas por Alejandro Dolina sobre lo manifestado por González en torno al tono desgarrado de su voto.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
La fácil y agradable dicotomía que Dolina impuso hace varias décadas –los hombres sensibles frente a los refutadores de leyendas-, ha recorrido, como todas las muchachas, un largo camino. En una de sus extremidades actuales encontramos un sentimiento político ya demasiado extendido en la Argentina y el mundo: un sordo sentimiento antiintelectual. Es comprensible, desde ya, porque el mismo nombre que circunscribe al problema, ya nace con predisposición al descarte o al desprecio. ¡Los intelectuales! ¿Quiénes son? ¿Aquellos a los que falta sensibilidad, los incapaces de leyenda y mito, los que no entusiasman ante unos callejoncitos escondidos en el barrio de Flores? Si hablamos seriamente, no es así. Si Dolina habla también seriamente –sus crónicas son un legítimo llamado al lector universal- hay que convenir que también es así. Los impugnadores de los engreídos –si me permite Dolina tomar uno de sus marechalismos simpáticos y transfigurarlo- a veces nos resultan más vanidosos por su envés: hay un populismo vanaglorizante, que acusa por doquier a quienes ubica como críticos con lenguajes diversos a los suyos, y les descerraja el veredicto supremo: ¡intelectuales elitistas! Esto es propio de cierta ideología repleta de prejuicios pero que los ignora de sí misma, y en la fragua no siempre venturosa de querer hablar como el pueblo –para interpretarlo, para redimirlo-, se logra frecuentemente lo contrario. Es el pobre oportunismo del intelectual que se hace antiintelectualista.
Es claro que hay un dilema con los intelectuales, pues por el sólo hecho de declarárseles tales, ya que parecerían un segmento que se auto-atribuye mayores veracidades que los estamentos profesionales que sin ningún problema se declaran médicos y abogados. Es cierto que es mejor no declararse intelectuales. Pero no menos cierto es que todos los problemas sustantivos de una nación son de naturaleza intelectual, guste o no esa palabra. Y al acusar a los intelectuales de “no saber” lo que Dolina ha aprendido estilizando infinitamente inexistentes cafetines e idealizando barrios con una sensiblería penetrante pero de fáciles empalagos, resulta una pedagogía berreta e injusta. Perdone, Maestro, sé que le dicen así, y yo mismo he frecuentado su programa de radio gustosamente-, pero no deje que su Título bien ganado se pierda en la marea de sus prejuicios. No pase a ser la leyenda refutada de usted mismo encubriendo las operaciones conceptuales que hace en sus relatos bien respetables. No parece éste el camino adecuado para juzgar los problemas reales del país. Personalmente, mi querido señor, me fijo en los gustos culturales de las figuras públicas. No creo que sea por eso que Scioli hizo tan mala elección y hasta él puede creer que Montaner, su amigo, le presta el auxilio de sus boleros repletos de frases pastorales. Yo no lo creo, pero es una discusión en torno a los estratos del gusto de una sociedad compleja como es esta en la que vivimos. No son lo mismo Chazzarreta, Yupanki y Eduardo Falú que el folklore endulzado, pasado por lo más grosero de la industria cultural y lanzado como fórmula de marketing sobre públicos nuevos. Lo mismo con el tango y el rock: la alta poética de García, Páez, Spinetta y Solari tienen entroncamientos con el surrealismo: coaliciones espirituales, morales e intelectuales que Dolina debería tener en cuenta ¡Usted puede, Maestro! Si su basamento es el no tan secreto contacto del rock argentino con los filamentos internos de la trama de tangos líricos que se hallan en la gaveta de nuestras respectivas conciencias.
Lo más llamativo es que Ricardo Kirchbaum también me dice elitista. Repartir improperios es fácil cuando se es un operador periodístico y se agarra lo primero que se tiene a mano para desconocer biografías culturales. Yo voté sin entregarle toda la credibilidad que exige el voto afortunado al candidato Scioli. Representa lo que él quiere representar pero también mucho más. Ese agregado que quizás no tuvo en cuenta, ahora debe acuciarlo. Por supuesto, se trata de sus apresurados nombramientos y demás definiciones, que debería ofrecerlas nuevamente a la discusión y discutirlas de otra manera, si quiere recuperar terreno, junto a todos los que lo votamos con dudas. ¿Interesan sus gustos culturales? Sí, también interesan, porque cerrar la campaña con Tinelli y Montaner es una elección que corta de cuajo todo pluralismo cultural. Y aquí me refiero a un pluralismo no inocente ni resultado de meras sumatorias de corrientes culturales, sino a una proliferación dramática de obras y pensamientos. Así que sin dejar de asombrarme por esta curiosa coincidencia entre el antiintelectualismo de Kirchbaum y el de Dolina (lo digo sin el peso de ninguna gravedad ni tocado por ofensa alguna, es apenas una discusión), vuelvo a afirmar que el candidato que ahora deberá ganar terreno y rehacer no poco de su figura, nada sacará de bueno de su encierro en sus cotos culturales tan notorios como ineficaces. Nada de bueno le hacen a la cultura nacional entornar estas baladas de los prejuiciosos.
Buenos Aires, 26 de octubre de 2015
*Sociólogo, ensayista. Director de la Biblioteca Nacional