Manual de Micro-resistencia
Ilustración del diario La Nación. La tapa del manual. Foto: Captura de pantalla
El diario La Nación publicó en una de sus ediciones digitales un resumen del Manual de Microresistencia. La Nación revela al publicar estas técnicas de la resistencia que la participación sobre el núcleo central del debate político es ejercida por todos sin que existan redes volátiles o comentarios anónimos.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
Algo muy interesante ha ocurrido con el “Manual de Microresistencia”, que circula hace días por las llamadas “redes sociales”. El diario La Nación publica en una de sus ediciones digitales un resumen de ese manual –que entre otras cosas, indica como insertar comentarios específicos en el propio cuerpo de comentaristas electrónicos de ese diario- con el propósito ostensible de ridiculizar esa iniciativa, que parte de la concepción que tiene un grupo social que se siente desprovisto de medios centrales de comunicación general. La primera opinión que nos merece este episodio, es que el manual tiene visiones de mucho interés sobre la política como lenguaje cotidiano, que nos gustaría comentar. Y segundo, que es interesante que un diario de gran circulación, cerrando un extraño circuito, lo haya republicado. ¿Es que no se puede hacer micro-políticas sin que esta sea burlada por un órgano central del actual poder comunicacional? ¿O esta burla, que seguramente será enfatizada por los lectores electrónicos de La Nación, forma parte también de esa misma micro política que se quiere estigmatizar? Es una pregunta para el descifrador de la Esfinge de Tebas o para el lector de La muerte y la brújula.
Veamos inicialmente qué propone el Manual y cuál es su concepción de fondo. Es, sin, duda, un manual de retórica política de sumo interés. Parte de que toda configuración política con sus instituciones correspondientes, tiene como sedimento y ligamen originario una conversación casual, una frase presuntamente acolchonada que va más allá de su propia literalidad, una observación de apariencia accidental. Recomienda, por ejemplo, no decirle a nadie “vio, usted lo votó”, por el carácter ofensivo que tiene esa aseveración, que hace retroceder al dudoso; indica entonces, que hay que tomar parte de su duda: “sí, está bien, pero fíjese en este inconveniente…” La recomendación tiene vigencia desde Aristóteles en adelante, en cuanto a la más rigurosa afirmación del lazo entre retórica y política. La persuasión siempre se inmiscuye en pasiones primigenias y éstas suelen ser muy sólidas y autodefensivas.
No siempre pude cumplirse con ésto en el reino de la agresividad mediática en que se convirtió el país, pero es correcto que la actitud resistente sea no la del agresor sino la del perplejo, la del asombrado por el hecho de que ciertas cosas puedan ocurrir. El resistente actúa en inferioridad de condiciones, por eso aun sabiendo que “esto pasaría” debe asombrarse si efectivamente ocurrió. “Jamás hubiera pensado que hubiera despidos”. El imperio del sentido común. Desde luego, esto es muy convincente como argumentación del débil, pero también lo es del que finge una contaminación que no tiene con la vida cotidiana, haciendo de la conversación un certamen de monólogos inanes, dichos con aire distraído y con capacidad de desviar las verdaderas cuestiones. En esto, el manual de resistencia tiene algo de las famosas recomendaciones de Durán Barba, lo que no le quita validez. Solo que esas “recomendaciones” encubrían su pobre astucia y la real falta de argumentos, y en este caso, el Manual del Resistente entronca con la gran tradición retórica: como dijimos, ver la política en la capacidad de persuasión llevada hasta el último átomo de lo social, en el sillón de la peluquería, en el asiento de atrás del taxi, en el subte con el compañero ocasional de asiento, en el bar con el que agarra el Clarín o La Nación que acabamos de abandonar.
¿Sirve o no sirve esto? La Nación acaba de demostrar que sirve. Ellos saben de qué se trata, pues todo el diario está compuesto de dos grandes partes: la derecha áulica de Morales Solá, escrita con admoniciones programáticas, agrios vaticinios y furia contenida, o la de sus otros ensayistas, que cultivan un desprecio profesional de asalariada precisión. Y en el sub-mundo, el otro segmento oculto, la montaña acumulada de comentarios recogidos en los detritus del magma social, lo que a veces se llamó “humor social”, y que hace brotar la política del termómetro de denuestos de folletín y groseros insultos del bajo fondo, algunos sin duda ingeniosos, que en estos tiempos ha sido el alimento de una derecha cerril que luego pudo terminar en las “civilizadas” frases sibilinas de Macri o en los imprudentes deslices sobre el salario o los fondos buitres que a diario comete Prat Gay.
Llegamos a un punto interesante: La Nación se burla de lo mismo que le da vida, y contribuye a revelarlo. Es uno de sus propios secretos a voces. Esto no quiere decir que la política se reduzca a escribir en el margen de un diario un comentario “contracultural” para que el próximo parroquiano lo lea. Pero son actos de carácter arquetípico, ingenuidades fundadoras, están en las fronteras del sentido. Además de que comprar un periódico por lo menos una vez a la semana también reviste el carácter político de sostener ese periódico y al mismo tiempo retorna a la sólida y ciudadana lectura en papel (aquí se une un “acto de compromiso” con un ideario cultural a contrapelo de la fútil modernidad). Franz Fanon decía que comprar el diario de la resistencia en Argel en épocas de la ocupación francesa era una forma del voto cultural. Nada de lo aquí reseñado deja de convivir con las manifestaciones en plazas. Hay infinidad de mutaciones que adquirirá la forma política, tantas como las que descubriría Ovidio en su libro de las metamorfosis. Pero lo importante de este episodio del Manual de Resistencia por las “redes”, al tomarlo La Nación, revela que no hay en verdad “redes volátiles” o “comentarios anónimos”. Todos participan del núcleo central –siempre en formación- del debate político. Es posible que el Manual pueda ser ridiculizado, pero el juego volátil en que se ha convertido la red comunicacional mundial, hace que todo empalme con todo: lo volátil con lo duradero, y lo ridiculizable con lo más serio que tiene la política, que en definitiva, es el sutil y casi imperceptible arte de la resistencia.
Este artículo, en La Tecla Eñe, forma parte de ella.
Buenos Aires, 13 de enero de 2016
*Ensayista, sociólogo y escritor