El país que no fue
Miguel Prieto: Los lobos del capitalismo
El capitalismo en serio, que no es otra cosa que generar ganancias con la inversión-producción-trabajo, no es el que le interesa a nuestra vernácula clase empresarial dominante. Antonio Gramsci afirmaba que “El Estado no es el aparato de gobierno, el conjunto de instituciones públicas, sino la cristalización de determinadas relaciones de fuerzas”. Y por el mismo Gramsci sabemos que la dominación es ideológica, cultural, y política. Si para las elecciones nacionales los candidatos posibles son decididos por los empresarios del país podemos decirnos lo mismo que dijo Dante Alighieri en la “Divina Comedia” y ante las puertas del infierno: “Dejad aquí toda esperanza”
Por Horacio Rovelli*
(para La Tecl@ Eñe)
La productividad del trabajo, esto es la capacidad técnica de producir con el menor costo y la mayor calidad posible, se obtiene de la combinación de la dotación de capital que se posee (en ese capital se deben incluir los recursos naturales), del conocimiento –tecnología, y de la mano de obra educada y disciplinada para llevarla a cabo
Los países que crecen y soportan en su territorio la competencia externa y a su vez conquistan nuevos mercados, lo hacen en base a la productividad, que a la vez es apoyada por acuerdos comerciales y por los respectivos Estados, lo que en conjunto conforman la competitividad de esa sociedad.
Obviamente que antes se debe pensar y planificar en base a un profundo conocimiento de lo que se puede producir, cómo, con qué medios, para qué mercados (internos y externos).
La República Popular China es un claro ejemplo de lo que decimos. En 1976, tras la muerte de Mao Tse Tung, los que lo reemplazaron tomaron en cuenta que se debía utilizar el potencial chino, una abundante mano de obra con capacidad de adquirir conocimiento, y se prepararon para ser un país industrial, por supuesto a costa de hacer profundas concesiones al capital extranjero que ávido de ganancia no dudó en acordar con el Estado de ese país y en base a la súper explotación de su mano de obra y la “paz social”, que le aseguraba el Partido Comunista chino, lograron y logran estándares de productividad mayor que el promedio mundial, convirtiéndose en el principal exportador del mundo.
Cuentan que en un almuerzo de la primera campaña a la presidencia de Barack Obama, éste comenzó a decir que había que repatriar capitales estadounidenses invertidos en el exterior. Steve Jobs que estaba presente tomó la palabra y le dijo que eso no era posible porque los ingenieros en sistemas de la India hablan mejor inglés que los de EEUU y cobran tres veces menos, y que los obreros chinos, donde se hace el armado de las computadoras Apple, no hablan inglés pero cobran seis veces menos que los trabajadores estadounidenses.
La baratura de la mercancía perforará la muralla de la China, pero al revés, va de China al mundo industrializado, donde el país asiático tiene cada vez mayor superávit comercial con los EEUU, Alemania, Inglaterra y siguen los éxitos.
China, si se quiere, es un ejemplo de un plan, un Estado y una clase dominante capaz de instrumentarlo.
En verdad, si uno estudia la historia va a encontrar que ese patrón se cumplió siempre; fue el Estado de los reyes católicos el que descubrió América y la conquistó, expulso a los moros de España y unificó al país bajo una clase dominante guerrera y expansionista.
Y la Inglaterra de las dos revoluciones industriales amalgamó el manejo de la técnica y un fuerte Estado representativo de su burguesía que llegó a armar un impero donde no se ponía el sol
Pero claro, esos Estados representan a sus sectores dominantes y fueron grandes mientras esos sectores tenían un paradigma a seguir, y dejaron de serlo cuando dejaron de tenerlo.
Hoy lo vemos en los propios EE.UU con una burguesía creadora desde su independencia; basta ver quién era Benjamín Franklin y así podemos entender que de esa sociedad surgieran Thomas Alva Edison. El franco declive que vive hoy EE.UU se debe a la falta de capacidad creativa que supieron tener, aunque con presencia en el mundo de la informática con Billy Gates y Steve Jobs, pero ninguno de ellos hubiera podido desarrollar sus ideas y aplicarlas sin un costoso apoyo estatal. Es el Estado de los EEUU quién envió el hombre a la luna.
La pregunta entonces es por qué somos el país que somos, y la respuesta es que no tenemos un sector dominante inteligente y decidido a hacer pie en la Argentina y enfrentar al mundo.
Lo que se hace es utilizar la capacidad instalada que mal o bien se tiene, la mano de obra disponible y la expansión estatal, para que la mayor parte de la ganancia que se obtiene se fugue sistemáticamente al exterior.
Cuando uno observa la denuncia de dos funcionarios de dos bancos internacionales que operan en la Argentina, HSBC donde el técnico en informática de ese banco, Ingeniero Hervé Falciani, denuncia y presenta la lista solamente para los años 2006 y 2007, de 106.498 cuentas secretas y numeradas de evasores, de los cuales 4.620 son de argentinos que tenían en esos dos años depositados más de U$s 3.500 millones; o la del ex vicepresidente del banco de inversión JP Morgan, el argentino Hernán Arbizu, quién en declaraciones ante la Comisión Investigadora del Congreso de la Nación afirmó que puede dar el nombre de 60 –sesenta- banqueros que continúan haciendo el negocio de abrir cuentas y ocultar la identidad de sus dueños, entonces entendemos que existe un margen de ganancia declarado y otro omitido, fruto de una doble contabilidad que les permite fugar capitales, con lo que no sólo no pagan los correspondientes impuestos, como sí hacen los argentinos de a pie, sino que no invierten en el país. La reticencia inversora es hija de la concentración económica, hermana de la contabilidad oculta y madre de la fuga de capitales.
Eso explica por qué nuestra industria básicamente se reduce a meras armadurías de productos semiterminados extranjeros: Toda la línea blanca de electrodomésticos, toda la industria electrónica y la industria automotriz entre otros ejemplos. Los estímulos que emplea el Estado no se invierten en investigación ni en nuevas técnicas, repitiéndose hasta el cansancio el conocido resultado de empresas pobres y empresarios ricos.
Tenemos un déficit intra MOI (Manufacturas de Origen Industrial) de U$s 25.000 millones por año, y las nuestras son de baja tecnología y dentro del mercado latinoamericano, protegidas además por subsidios y baja competencia.
Seguimos dependiendo de la soja y otros cultivos que benefician a pocos y no generan puestos de trabajo (Preguntémonos cuánta mano de obra demanda por año una tonelada de soja).
Néstor Kirchner, cuando asumió la Presidencia de la República el 25 de mayo de 2003, propuso un capitalismo en serio, que no es otra cosa que generar ganancias con la inversión-producción-trabajo, y esto pasa en forma irregular, y siempre y cuando haya un Estado presente, regulando la actividad, dictando las reglas de juego, como fue durante gran parte del gobierno de Hipólito Yrigoyen, Juan Perón, Arturo Illia, la vuelta del general hasta su muerte, y ahora con los Kirchner, quienes mal o bien defendieron el mercado interno, los salarios y acordaron estratégicamente para garantizar la colocación de nuestra producción.
Pero no es el capitalismo que le interesa a nuestra vernácula clase dominante, mezquina y estúpida hasta el cansancio; sólo ven sus negocios sin saber que los mismos tienen base en este país. Los vemos reunidos en el Foro de Convergencia Empresarial (FCE) presentando un panfleto de una simpleza rayana con el cretinismo que denominaron “El rol del Estado y el buen gobierno republicano” y que no consiste en otra cosa en que el estado desaparezca para que sean ellos, los que tienen mercados cautivos, los que dicten las reglas como hicieron en cuanta dictadura tuvimos y con los gobiernos civiles que claudicaron ante ellos, como fueron las administraciones de Sourouille, Cavallo, etc., para conformar una sociedad de pobres y excluidos y una minoría cada vez más rica.
“Tenemos la obligación de participar y no lo habíamos hecho”, dice Miguel Blanco, presidente de IDEA (cuyo vicepresidente es Gabriel Martino, CEO del HSBC en la Argentina, de frágil memoria ante la Comisión Investigadora del Congreso de la Nación) y uno de los rostros visibles del FCE, impulsado también por la Cámara de Comercio de Estados Unidos y la Asociación Empresaria Argentina (AEA), con fuerte presencia del Grupo Clarín. Por supuesto van a presionar para que el nuevo presidente y sus ministros sean puestos por ellos, el famoso círculo rojo que dice el hijo de empresarios Mauricio Macri.
El ejemplo y modelo a imitar son los países de la OCDE, que agrupa a 34 países desarrollados, donde el 10% de las personas más ricas tienen ingresos 9,6 veces superiores a los del 10% de los más pobres. Esa proporción era de 7,1 veces en los años 80 y de 9,1 veces en los 2000, según el informe de la misma organización.
En esos países las desigualdades son aún más grandes en términos de patrimonio. "Hemos alcanzado un punto crítico. Las desigualdades en los países de la OCDE no fueron nunca tan altas desde que las medimos", dijo el secretario general de la organización, el mexicano Ángel Gurría, al presentar el informe en París junto con Marianne Thyssen, comisaria europea de Empleo a fines de mayo 2015.
Antonio Gramsci afirmaba que “El Estado no es el aparato de gobierno, el conjunto de instituciones públicas, sino la cristalización de determinadas relaciones de fuerzas”. Y por el mismo Gramsci sabemos que la dominación es ideológica, cultural, y política. Si llegamos a las elecciones nacionales y los candidatos posibles son amparados, protegidos y hasta puestos por los empresarios de este país, entonces podemos decirnos lo mismo que dijo otro gran italiano, Dante Alighieri en la “Divina Comedia” y ante las puertas del infierno: “Dejad aquí toda esperanza”.
*Economista especializado en temas fiscales y monetarios. Profesor de Política Económica en la Universidad de Buenos Aires. Ex Director de Políticas Macroeconómicas del Ministerio de Economía