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Del odio al delirio

La manipulación de la información, su distorsión permanente y continuada, las mentiras implacablemente sostenidas por los medios convencionales de la Argentina, explica según Hugo Muleiro cierto estado de delirio de al menos un sector de ciudadanos, que recitan como si estuvieran robotizados las versiones más increíbles o disparatadas sobre Néstor y Cristina Kirchner y, en general, sobre el gobierno.

 

Por Hugo Muleiro*

(para La Tecl@ Eñe)

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El taxi atraviesa las calles de Río Gallegos, en estado bastante deplorable por cierto, una mañana de agosto soleada y amable en temperatura, para lo que es el promedio de la zona durante los inviernos. Son las calles céntricas y de la zona circundante, donde no se observan las montañas de residuos que, según algunos habitantes, se acumulan en sectores más alejados, a raíz de un conflicto salarial con los empleados municipales que lleva varios meses y que causó la caída de un intendente.

  

El destino buscado, una escuela, lleva a rodear el cementerio local y eso deja a la vista la bóveda donde están los restos del ex presidente Néstor Kirchner. El conductor es de la familia de los conversadores y pregunta al pasajero si sabe por qué esa bóveda es absolutamente inexpugnable, por qué está custodiada día y noche por “decenas” de hombres “armados hasta los dientes”. Este pasajero no es rápido para las respuestas y mientras conjetura que una buena vigilancia se corresponde con la investidura de la persona cuyos restos están custodiados, y más tomando en cuenta los lamentables precedentes que la Patria exhibe respecto de la suerte de los cuerpos de algunos de sus líderes políticos, el conductor ya está soltando la respuesta, que desde el comienzo había decidido transmitir al viajero de Buenos Aires:

 

- “Es que ahí tienen la plata… Toda la plata está ahí, por eso”.

  

Un día y medio de permanencia y un total de seis viajes de este tipo bastaron para escuchar también que, en verdad, los restos de Néstor Kirchner no están allí, sencillamente porque no murió, versión esta que viene a emular lo que quiso dar a entender la conductora televisiva Mirtha Legrand cuando, enfurecida por los cientos de miles de personas que en pocas horas salieron a las calles para despedir al ex presidente, quiso poner en duda el fallecimiento con alusiones grotescas a la extensión del féretro.

  

Muy lejos de allí, en plena geografía porteña, en una atildada, confesional y bastante costosa escuela media privada, hay adolescentes -no pasan los 14 años- miembros de familias de muy aceptable pasar, con adultos de supuesta buena educación y con acceso a bienes culturales y conocimientos, convencidos también –estos niños y niñas- de que el ex Presidente sigue con vida, pero van todavía un poco más lejos y demuestran estar incluso avanzados respecto de la perversión típicamente oligarca de la conductora de TV: ellos afirman a viva voz que Néstor Kirchner reside en Europa, llevando una vida de monarca, de lujos sin límite, rodeado de billetes verdes que no encontrará forma de agotar, de tantos que son.

  

La conclusión fácil es que el trayecto del odio al delirio es brevísimo o se transita a velocidades extremas, aún en personas que no están comprometiendo su energía, su dinero, sus perspectivas de acumulación ni en definitiva su suerte personal y de clase en una disputa por el poder.

  

Si bien es de enorme interés científico establecer cómo se desencadenan esos tránsitos y cómo estas personas llegan a padecer el estado de delirio, digamos así en el plano del fenómeno individual (el de estos taxistas santacruceños y el de estos adolescentes porteños), es evidente que ellos son receptores de un alud de mensajes en los que personas que presumen de inteligencia (y la tienen al menos en dosis suficiente para conquistar un lugar de poder en la comunicación) hicieron circular, en gran escala, versiones que si una definición pueden merecer es, justamente, la de delirantes.

  

Saldremos para ilustrar esta afirmación del territorio nacional y de este período electoral, para escapar al ejemplo facilongo de las denuncias incontables contra representantes del oficialismo que jamás pudieron dar un paso hacia su corroboración, sino todo lo contrario. Y pasemos al escenario continental, en el que bueno es recordar que la misma derecha que en estos días reclama en la Argentina la boleta y el voto electrónico, se opuso tenazmente a su aplicación en Venezuela, con el argumento de que el entonces presidente Hugo Chávez tenía todo organizado para cometer fraude. Chávez era llamado dictador, así como es llamada dictadora la presidenta Cristina Kirchner por Legrand, una de las tantas portavoces radicalizadas de estos sectores. Por entonces objetaron los mecanismos previstos, denunciaron manipulación de las máquinas, recurrieron a los organismos continentales como la OEA que, con sus comisiones y relatores, está siempre dispuesta a sospechar de los gobiernos progresistas y es invariablemente cobarde y pusilánime con los conservadores. Uno de los comunicadores al servicio de esta derecha llegó a escribir que cada urna electrónica estaba conectada a una red que desembocaba en un cable submarino que llevaba voto por voto a La Habana, que tenía un centro de cómputos que iba manipulando los resultados que regresaban a Caracas a un centro del Consejo Electoral que así iba a anunciar el triunfo del dictador Chávez. Un artículo con esta descripción fue publicado en un diario de Buenos Aires, incluyendo título de tapa, en octubre de 2012, en vísperas de la votación.

  

Recordando esta clase de mensajes y tomando en cuenta los que son similares en el presente, referidos a los gobernantes y funcionarios repudiados por el sistema de medios convencionales, no puede sorprender que haya personas que den por verdaderas las suposiciones más disparatadas y, peor aún, que lleguen a la osadía de reproducirlas ante interlocutores desconocidos. Es demostrativo de un problema político gravísimo: la circulación de un bien social, como lo es la información, no alcanza estándares mínimos propios de un sistema democrático, justo cuando está concluyendo un período político que tuvo la esperanza de intervenir decisivamente para hacer que esa circulación sea menos dañina para los ciudadanos. No ha sucedido: estos ciudadanos siguen en condición de rehenes, permanecen indefensos y continúan siendo objeto de manipulación.

 

 

Buenos Aires, 30 de agosto de 2015

 

 

*Periodista y escritor, presidente de COMUNA (Comunicadores de la Argentina)

 

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