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Femicidios

La sandia echándole la culpa al empedrado

El 3 de junio de 2015 será recordado como la más importante movilización del colectivo de mujeres. No podemos dejar de señalar que a la súbita toma de conciencia de los femicidios no le ha correspondido la comprensión de que estos son la expresión más cruel de la cotidiana violencia contra las mujeres.

 

Por Jorge Garaventa*

(para La Tecl@ Eñe)

Laura Begoña

El 3 de junio de 2015 será recordado, sin dudas, como la, hasta hoy, más importante movilización del colectivo de mujeres. Luego de casi 40 años de marchas que incomodaban cada vez la geografía política, esta vez buena parte de la sociedad se vio convocada por el ‪#‎niunamenos,

 

Y así como decimos que fue un acto fundamental, nos resistimos a señalarlo como un hito que marca un antes y un después, entre otras cosas porque hay que aceptar que los femicidios siguen ocurriendo con la misma ferocidad y frecuencia, pese a lo cual insistimos en afirmar que se trata de crímenes evitables.

 

No podemos dejar de señalar que a la súbita toma de conciencia de los femicidios no le ha correspondido la comprensión de que estos son ni más ni menos que la expresión más cruel de la cotidiana violencia contra las mujeres. No obstante, es un paso fundamental que obliga a quienes tienen posibilidades de decidir y legislar a encarar formas integrales de resolución.

La solución de raíz es a largo plazo, pero el diseño y aplicación de las medidas ha de ser ya. Han pasado casi dos generaciones de propuestas y reclamos pero la educación con perspectiva de género sigue en el rubro de los pendientes.

 

También es cierto que faltan recursos en el estado que garanticen la efectividad de las medidas de protección. Pero en los recursos que tenemos, pocos pero mal distribuidos, hay verdaderas lagunas de capacitación. No solo no llegan a tiempo ante el llamado de una mujer en riesgo sino que cuando llegan, como ocurrió en varios casos, no toman conciencia de la gravedad de la situación sino que suponen que la reprimenda verbal al victimario y la promesa de este de que no se repetirá son el cierre exitoso de una intervención.

 

La docente asesinada por su ex pareja frente a sus alumnos en el jardín de infantes donde trabajaba murió con el botón antipánico apretado entre sus manos…una muestra de la alarmante insuficiencia de un recurso de protección provisto por la Justicia a las potenciales víctimas, que delega en ellas la posibilidad de percibir la proximidad del riesgo.

 

Cuentan los testigos de la previa de un femicidio en Pilar, que ante el requerimiento de la mujer porque su ex pareja había roto el cerco perimetral y la amenazaba, llegó personal policial. Cuentan también que los agentes lo encararon paternal y persuasivamente y que palmeándole la espalda le decían: “dejate de joder, no vale la pena, te vas a cagar la vida para siempre, ninguna mujer vale la cárcel para siempre”. El discurso fue eficaz y el agresor se retiró. También la policía. Minutos después volvió y la asesinó. Esta vez tomó el recaudo de no darle tiempo a nada. Podríamos hablar de solidaridad de género, que lo vemos socialmente, de cultura patriarcal, que es más de lo mismo de las constantes denuncias y que hubieran empezado a revertirse si ya se hubieran aplicado las imprescindibles políticas públicas educativas que hace décadas se viene reclamando. Pero aquí queda expuesto, sin tapujos, las gravísimas consecuencias de la falta de formación de los agentes del Estado que deben intervenir en la prevención de los femicidios.

Finalmente una tercera muestra. Pese a los antecedentes de amenazas y violencia efectiva la Justicia determinó que el riesgo era leve, no renovó la perimetral ni la exclusión y determinó un régimen de visitas del agresor con sus hijos. Se argumenta que la mujer estuvo de acuerdo con la resolución. Sostener eso es ignorar la situación psíquica que padece una mujer sometida a violencia intensa y constante por parte de su pareja. Con esas garantías se decidió una reunión para acordar la distribución de los bienes. Estaban presentes los abogados y la madre del agresor. No fue necesario demasiado. Apenas un descuido para encerrarla en una habitación y matarla con un cuchillo que llevaba a tal efecto entre sus ropas y que descalifica cualquier intento de hablar de emoción violenta. ¿Es necesario volver a recalcar a cuantos indicadores se hizo caso omiso y que bien hubieran evitado el femicidio?

 

Por eso insistiremos que el 3J fue valiosísimo y necesario, pero que el horror y la conmoción ante el sufrimiento ajeno suele ser tan intenso como  efímero para el colectivo social. Por eso, a riesgo de ser reiterativos afirmamos una vez más que se ha tomado conciencia de los femicidios, pero no que ellos son la fase superior de las violencias contra las mujeres. Y ese es el quid de la cuestión.

 

En este mismo sentido algunas estudiosas de la temática  hablan de “continuum” como una forma de incluir todas las violencias previas que en definitiva constituyen el anuncio del femicidio.

 

Lo cierto es que el combate contra la violencia hacia la mujer y la imperiosa necesidad de establecer políticas públicas a las que nuestro país se ha comprometido en los organismos internacionales choca con trabas del orden político cultural que no parecen aceitarse adecuadamente pese a la cruel presión de la realidad y de la obscena presencia del femicidio cotidiano.

 

Las reclamadas políticas públicas no surgen por generación espontanea. Han de ser producto de tener en claro que es un femicidio, las razones de su acontecer  y cuál es la verdadera magnitud de su incidencia social. El colectivo de mujeres, en especial las ONG ya han hecho muchísimo en las últimas dos décadas para suplir las carencias del Estado, un Estado en mora que ya debe tomar el toro por las astas, lo cual significa, frenar la ola femicida y hacer de la prevención una urgencia. La masiva convocatoria del  #niunamenos  es el capital valiosísimo con el que cuenta para avanzar. Pero bien sabemos que los capitales ociosos reclaman movilidad para no devaluarse.

 

Días después de la convocatoria, dos demoradas acciones tomaron cuerpo. Casi en paralelo el Poder  Ejecutivo y el Judicial , uno a través del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y el otro desde la Corte Suprema de Justicia, anunciaban la creación de los bienvenidos Registros Nacionales de Femicidios. Tal vez, ante la contundencia del asesinato ostensivo de mujeres cueste entender la importancia de estos pasos que son la exigencia más permanente de los organismos internacionales con los que nuestro país tiene compromisos valorables, a través de las convenciones periódicas, sobre todo la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra La Mujer - "Convención de Belem do Pará", que es la primera que incluye la muerte como una de las formas de violencia contra las mujeres.

 

El Registro de Femicidios es mucho más que un mero conteo. Es un invalorable censo de datos que habilita medidas específicas y sectoriales, pero sobre todo, adecuadas a la realidad local.

 

Dolorosamente estamos comprobando que las políticas de endurecimiento punitivo, aunque necesarias, son escasamente disuasivas. Decíamos en un trabajo anterior: “El femicida es fanático de la condena que dispuso y no cejará hasta cumplirla, aún a costa de su libertad, la vida de sus hijos o su propia muerte”. Como descreemos de la recuperación social del femicida, avalamos el rigor extremo de la pena pero que solo tiene eficiencia en el caso a caso. La verdadera solución reclama la implementación sin demoras de la prevención educativa con perspectiva de género que cuestione los estereotipos de varón- mujer, con eje en lo igualitario y un profundo rescate y valorización de la ternura masculina.

 

Si la virilidad y la posesión dejan de ser sinónimo de lo masculino, si la sumisión se cuestiona como intrínseca de lo femenino, se abren otros caminos. Pero no perdemos de vista la dificultad de la tarea ya que estamos conmoviendo las bases del amor romántico y de la cultura patriarcal.

 

Finalmente, ha de quedar claro que entendemos por femicidio. Decimos que no todo asesinato de una mujer lo es, agregamos que son crímenes que apuntan a su esencia de mujer, que ocurren cuando la mujer dice basta, cuando grita, no!, cuando se decide por su autonomía sexual económica, social, o la que fuere, e incluso hemos subrayado “el peligroso destino de portar vagina”. Todas estas definiciones son correctas pero insuficientes ya que finalmente, ponen la carga en las mujeres y trasmiten un mensaje siniestro: si no se hace nada de eso finalmente se vive tranquila, que además de ser una amenaza perversa, no necesariamente es eficaz. Porque lo que hay que subrayar es que lo esencial del femicidio es que hay hombres dispuestos a matarlas. Para terminar de entender lo que ocurre hay que incluir la misoginia, previa al conflicto y el odio concurrente.

 

Volvemos al principio. Según las estadísticas que voluntariamente recopiló la Casa del Encuentro, nuestra sociedad sufre un femicidio cada 35 horas aproximadamente. Estamos rumbo a saber oficialmente cuanto de eso se confirma, aunque somos pesimistas y la cifra aumentará, pero nada de esto nos correrá de nuestra convicción de que son crímenes evitables y que si ese objetivo no se logra los gobiernos deberán rendir cuentas por ello ya que entendemos que la sociedad se pronunció con absoluta claridad y contundencia. Que así sea!

 

Buenos Aires, 24 de agosto de 2015

 

*Psicólogo

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