¿Femicidas y asociados?
La contundente eficacia de la educación patriarcal
El repudio al femicidio no ha hecho sinapsis con el resto de las violencias hacia las mujeres, muchas de las cuales ni siquiera tienen status de tal para no pocos ni pocas de los concurrentes a la concentración. Y esta es una deuda severa.
Por Jorge Garaventa*
(para La Tecl@ Eñe)
“Caminó decidido por el largo y angosto pasillo, su rostro era el retrato mismo de la angustia. Llegó a la ventana iluminada que conectaba con la sala. Lo que vio detrás del vidrio era más de lo que podía soportar. Allí estaba ella, en la camilla, conectada por cables y mangueritas a raros aparatos con luces intermitentes, letras números y signos incomprensibles. Estalló entonces en un grito imposible de alojar…”te amo…mi amor, no te vayas, no me dejes!” y cayó de rodillas. Dos enfermeras piadosas acariciaron su cabeza, lo levantaron y desanduvieron el largo y angosto camino…
Tiempo después la fría presencia de un Tribunal de Justicia se conmueve ante una situación similar. En la soledad del banquillo, también inundado de angustia, intenta relatar los hechos, pero el llanto y la desesperación no se lo permiten. El Presidente del Tribunal anuncia la postergación del testimonio hasta que se recupere…desciende del estrado y se dirige hacia él, acaricia su cabeza, lo levanta de un brazo mientras un conmovido abogado hace lo propio y lo ayudan a dar los necesarios pasos que el dolor traba…
Ella estuvo en la camilla, aislada desde casi el momento mismo del hecho y en coma inducido para que pudiera soportar el tremendo dolor ardiente. No se la podía visitar, apenas verla por detrás del vidrio ya que su sistema inmunológico la hacía fatalmente vulnerable, tampoco acariciarla, el fuego se había llevado su piel, su conciencia y finalmente se llevó su vida.
El 18 de setiembre de 2013 la Justicia condena a Eduardo Vázquez a prisión perpetua por asesinar a su esposa, Wanda Taddei, prendiéndola fuego luego de rociarla con alcohol. El Tribunal incorporó el agravante de femicidio y estableció que el músico de Callejeros había tenido intención y conciencia de matar y que había ejecutado lo prometido en amenazas previas contra su conyugue.
En Argentina se empezaba a hablar de Femicidio por fuera de los círculos militantes, pero nada impidió hasta ahora, que la furia machista se llevara puesta cada día la vida de una mujer. Ni siquiera la marea humana que inundo calles y avenidas el 3 de Junio exigiendo el final de la barbarie femicida.”
Algunos, no pocos, temíamos por el 4 de Junio, desconfiábamos ante el riesgo de una falsa sensación de conciencia colectiva; que se supusiera definitivo lo que en realidad es el comienzo de una larga marcha, porque, bien se sabe, la conciencia colectiva de este tipo de acontecimientos suele ser tan súbita como efímera.
Sin embargo, algunas cuestiones permiten tener un panorama más cercano sobre las relaciones entre la sociedad y las violencias contra las mujeres.
No es necesario pararse en la numerocracia para arribar a una primera conclusión: la marcha fue masiva y contundente, variopinta pero con claras consignas de repudio al femicidio y a la violencia extrema que se ejerce contra las mujeres. Hasta podría afirmarse que en una mirada atenta pueden visualizarse los efectos de tantos años de los colectivos de mujeres puestos en función social.
No faltaron expresiones directas de repudio a la insólita persistencia de la criminalización del aborto, ni tampoco la proliferación de cintas verdes que lo representan.
En síntesis, un muestrario de las históricas luchas de las mujeres que año a año se cristalizan en encuentros nacionales en distintas geografías y que culminan siempre en masivas manifestaciones no precisamente reflejadas fiel y honestamente por los medios masivos de comunicación.
La mala noticia que le trae al patriarcado la concentración del 3J es la masiva presencia de mujeres, sobre todo jóvenes, con innegables muestras de conciencia de las violencias que padecen y del camino a recorrer. Agregado a ello una evidencia de que en el feminismo en particular y en el colectivo de mujeres en general, hay recambio y continuidad.
Todo lo que podemos decir acerca del evento, se inscribe en la casilla del haber. En el debe se anotan las incomprensibles omisiones de quienes tienen poder de decisión y otra parte de la sociedad que no estuvo allí pero seguramente oyó tronar.
Apenas ayer, antes de la marcha decíamos: “Finalmente el colectivo de mujeres, una vez más, desandará las calles del país, reclamando por sus derechos a viva voz...no será la primera marcha masiva ni tampoco la última, lamentablemente, ya que por más zapatillas gastadas que se calcen, nada indica que algo de esto va a mejorar en lo inmediato...nada ha sido fácil ni naturalmente dado en la vida de las mujeres...desde las primeras marchas por el derecho al voto, hábilmente disfrazado de concesión gubernamental, las luchas han recorrido diferentes reivindicaciones donde el derecho a decidir por su propio cuerpo, hoy negado y ninguneado, ocupa un lugar en el centro de los incomprensibles vetos. Pero si algo desnuda cabalmente el salvajismo de las modernidades es que las mujeres deban marchar y concentrarse para pedir que no las maten, que de eso se tratan los encuentros de hoy. Hablamos de las luchas por el derecho a votar porque fue un hito, y por eso decíamos más arriba que se disfrazó de concesión lo que fue un acto inevitable, producto de la lucha...hubo muchas y más variadas en esta travesía reivindicando el derecho a decidir, donde las crecientes 29 marchas de los Encuentros Nacionales de mujeres no son un dato menor.
Hoy las mujeres marchan y se concentran exigiendo el fin de los femicidios y mostrando que no están dispuestas a seguir tolerando esta condición de exterminio, la novedad es que promete acompañarla una gran parte de la sociedad que se presume inocente. Y como siempre decimos, si todos y todas están del mismo lado, del otro lado no hay nada. Entonces marcharán, o al menos posaron para las fotos, quienes tienen o han tenido poder de decisión y no lo han hecho, poder de prevención y no lo han utilizado, poder de represión y han mirado para otro lado, y hasta no sería raro que confluyan quienes luchan contra el acoso callejero y aquellos que afirman que a las mujeres les gusta que les digan en la calle. “qué lindo culo tenés". Y tal vez no se trate de un doble discurso...es probable que todos acordemos en que no hay razón ni derecho al femicidio, el tema es si se advierte o no que el derecho a la vida y el resto de los derechos conculcados forman una continuidad de una cadena que se alimenta desde cualquiera de los extremos de esta serpiente de dos bocas, porque el femicidio, vale decirlo, no es un hecho aislado ni espontaneo, es la fase superior de las violencias contra las mujeres.
Bienvenidas entonces las masivas concentraciones y marchas que hoy protagonizaremos...para las mujeres será un peldaño más en el arduo camino hacia la dignidad plena...para los hombres y una parte de la sociedad será una oportunidad más de repensar los resabios machistas y patriarcales en cada quien...muchos y muchas se quedarán preguntando, junto a Mirta Legrand, que harán estas mujeres para que las maten o esperaran ansiosos la copa América, que ya llega y promete una vez más la fiesta de recorrer las calles con alegría y con la azul y blanca en el pecho...”
Lo arriba citado está lejos de ser un fácil ejercicio de cortar y pegar texto. Creemos ser un poco portavoces de algunas sensaciones previas que luego se confirmaron.
De lo que suponíamos hay algo que necesitamos remarcar: con sus más y sus menos la sociedad ha tomado conciencia cabal del femicidio y de la necesidad de terminar con ello, pero se desentiende de las causas y vuelve a enarbolar la teoría de los monstruos que hay que extirpar.
El repudio al femicidio no ha hecho sinapsis con el resto de las violencias hacia las mujeres, muchas de las cuales ni siquiera tienen status de tal para no pocos ni pocas de los concurrentes a la concentración. Y esta es una deuda severa.
Creemos que no hay conciencia de que el femicidio es la etapa superior de esas violencias que escalan vorazmente desde lo que llamamos violencia simbólica, cómodamente naturalizada y reina de esas pedagogías que comienzan en el chiste, el ninguneo, la descalificación, la burla y que cierran su recorrido en el posgrado femicida.
Podríamos transpolar a nuestro tema la frase freudiana que suponemos bíblica: el femicida no brotó de una piedra ni cayó del cielo. Es un producto social trabajosamente tallado, día a día. Es cierto que la mayoría de los hombres no son femicidas, pero la cultura patriarcal trabaja para ello cuando persiste en la consolidación, difusión y naturalización de los estereotipos de género o cuando pone la mirada en las acciones de las víctimas para encontrar las razones de las violencias, para nombrar solo algunas de las características.
La violencia machista persiste porque, valga la redundancia, la sociedad sigue produciendo machos.
Necesitamos profundizar críticamente en las formas sociales de construcción de la masculinidad ya que esta y machismo no son sinónimos. El machismo es una desviación severa del ser varón y es un ejemplar regado y ensalzado a diario en los medios y en lo cotidiano.
La puerta de salida de este infierno no está en las leyes que las tenemos y de las mejores sino en un trabajo cotidiano de despatriarcalización donde las instancias educativas tienen un rol central e indelegable, comenzando por los ciclos iniciales. Necesitamos rescatar los conceptos de tácticas y estrategias, entender que deben diseñarse políticas a largo plazo pero que también hay que actuar, y con urgencia en lo que ya está circulando y que pone en riesgo a tantas mujeres. Ni la urgencia debe anular lo estratégico, ni lo contrario. Son acciones simultáneas e ineludibles.
Sobre las leyes agreguemos que de nada sirve la legislación más avanzada si no se crean las condiciones y se brindan los recursos para su ejecución. Que luego de tantos años de su sanción la ley que está destinada a prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres no tiene pretextos, explicación ni justificación alguna.
Luego de la concentración, algunos femicidios, un par de ellos con un plus de crueldad espeluznante, apuntan a la sensibilidad y a la desazón: nada sirve ni nada sirvió ni servirá. El femicidio está entre nosotros y vino para quedarse, le pese a quien le pese y se concentren quienes se concentren. De esto hablamos cuando hablamos de los siniestros mensajes de la cultura patriarcal.
Se dice, y en general responde a la verdad, que las mujeres víctimas de estos asesinatos machistas habían hecho las denuncias, muchas de ellas, y que no habían sido escuchadas, o fueron descuidadas, o las medidas perimetrales quedaron a su exclusivo cuidado, lo cual significa lisa y llanamente, a merced del femicida.
Esta catarata de mensajes apunta a llevar una clara advertencia a las mujeres que padecen violencia machista: “quedate como estás porque si hablás sos mujer muerta” diría el texto de la mafia patriarcal.
Es verdad que también nosotros hemos afirmado en otro artículo que el femicida dicta su sentencia y va a intentar ejecutarla a toda costa, aunque en el camino se pierda su vida y la de sus hijos.
Pero estamos lejos de apostar a una fatalidad que intimida y paraliza. El femicida no es infalible ni todo poderoso. Lo que fallan son los mecanismos que se tienen que poner en marcha para proteger la vida de una mujer en riesgo, y a esos mecanismos deben activarlos instituciones formadas por hombres y mujeres con nombre y apellido. En una lectura que puede sonar tremendista, quienes por desidia, impericia, desinterés o irresponsabilidad facilitan el asesinato de una mujer, son femicidas asociados, mucho más hoy que la lógica machista está tan expuesta.
Efectivamente, muchos de los femicidios ocurren, ni por falta de prevención ni de recursos sino porque no se hicieron las cosas que deberían haberse hecho y estaban al alcance de alguien.
Pensar los pasos necesarios para que estas muertes previsibles se eviten implica también abrir la esencia a la sensibilidad y la empatía, antes del hecho…luego, todo es tarde.
“Entró al rancho y cerró la puerta para dar lugar al infierno a su mujer e hijos. Comenzó a golpearla salvajemente hasta que se desplomó. Hasta ese momento, dicen los vecinos, los gritos de la mujer y el llanto de sus hijos se hacían insoportables a sus oídos.
Los niños, aterrados se arrinconaban abrazados. Levantó mansamente a su mujer y la sentó en la silla a la que luego la ató, la roció con combustible y la prendió fuego. Hizo lo propio con el resto del rancho. Salió raudamente sin permitir que los niños también lo hicieran. Ese rancho, hogar donde concibió junto a ella esos dos hijos era ahora una hoguera. El templo del odio femicida. Cuando llegó el silencio, cuando los llantos se acallaron, cuando el humo invadía la zona, los vecinos decidieron que era hora de llamar a la policía porque algo grave podría estar pasando. Rato después la mujer yacía en la morgue y los niños en sendas camillas en el hospital, graves y en coma inducido. El femicida también en otra zona del mismo hospital para curar sus manos quemadas cuando quiso salvar a su mujer del incendio, según dijo: Felizmente estaba fuera de peligro…”
*Psicólogo