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Las victorias de nuestra derrota

Cuáles son las victorias que encierra una derrota que, pese a la sanción de la reforma previsional, no llega a ser estratégica. El sagrado derecho a deliberar, el fracaso del “vote y vuelve”, y el despunte de una nueva polarización política en la Argentina. Un balance provisorio de un diciembre caliente.

 

Por Lautaro Rivara*

(para La Tecl@ Eñe)

El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Mucho antes de aparecer en boca del republicanismo talibán de Elisa Carrió en la Cámara de Diputados, ésta afirmación fundante fue colocada en el Art. 22 de nuestra Constitución como un durmiente de quebracho destinado a sostener toda la pesada estructura de una maquinaria estatal edificada de espaldas a una Nación. Como piedra angular de todas las teorías liberal-republicanas, la expropiación de la iniciativa política y de la capacidad decisoria de las clases populares, presupone la constitución de un Estado clasista, racista, patriarcal y colonial. Pero este artículo constituye a la vez una realidad empírica (efectivamente el pueblo no gobierna en estas latitudes), una expresión de deseos (que más quisiera la burguesía que un pueblo indolente y apático, preso de una subjetividad netamente neoliberal) y una imposible utopía reaccionaria de parte de las clases dominantes (la deliberación nunca constituye un monopolio sin fisuras, y por eso sigue siendo concebible la conquista de un gobierno popular y/ revolucionario). El ideario republicano sólo puede ser mistificador y regresivo en un país en el que los tres poderes de Montesquieu están adheridos en un sólo pastiche y expresan sólo una circunstancial división de tareas en el seno de una misma clase dominante. Y en el que la participación del poder ejecutivo y el legislativo es prácticamente subsidiaria frente al protagonismo tras bambalinas del capital concentrado, de lo que más que un poder republicano es una corporación no electiva (la judicial), y del poder fáctico de la embajada norteamericana y los organismos multilaterales de crédito.

 

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El pueblo argentino, y en esto consiste la primera de nuestras victorias de este diciembre, rompió la inercia a la que nos había sometido la fenomenal iniciativa política conservadora desde la ajustada victoria de Cambiemos en 2015. Iniciativa que alargó el tranco tras la convalidación en las urnas de las elecciones legislativas de este año, y que sólo había encontrado respiro en movilizaciones multitudinarias pero todavía sectoriales como las del 6, 7, y 8 de Marzo. Las clases populares retomaron en estas jornadas su legítimo e inalienable derecho a la deliberación popular, con su carácter callejero, intempestivo y de masas, con sus glorias y sus arrebatos. Y eso es así por más que le pese a los operadores políticos y mediáticos del establishment, y aunque se rasguen las vestiduras con sus lamentos sobre la reincidente barbarie americana, la república mancillada, o nuestro imposible destino de nación civilizada. Una pequeña pero intensa batalla semiótica se libra tras estas jornadas: mientras la casta política y las corporaciones mediáticas insisten con generar un espíritu luctuoso en torno a un diciembre caliente, nosotros debemos convencer y convencernos sobre el carácter esperanzador e incluso festivo de una movilización que contó, solo en la Capital Federal, con medio millón de personas, y que se replicó con multitudinarios cacerolazos auto-organizados en toda la geografía nacional. La estigmatización de propios y extraños en torno a los métodos de la lucha callejera y el espanto previsible de ciertos sectores de la pequeña burguesía, no deben hacernos perder el eje de un balance que corre por otros cauces.

 

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Sin duda una de las más resonantes victorias de estas jornadas, tiene que ver con haber herido decisivamente, y quizás de muerte, a las teorías del “vote y vuelve”, que como un eco pálido, triste e invertido del “luche y vuelve” de la resistencia peronista, recomendaban una paciencia inaudita y una confianza ingenua en el accionar de la oposición (reducida a la “rosca” de la clase política peronista y kirchnerista). Según estas visiones desmovilizadoras, la correlación de fuerzas electoral y legislativa bastaría para frenar y derrotar la ofensiva neoliberal en curso, conforme la minoría parlamentaria de Cambiemos expresaría su impotencia y el deterioro de los índices económicos iría desgranando mecánicamente su base electoral y reagrupándola en torno a la figura de CFK. Esta perspectiva simplificadora ignoró el centralismo persistente del Estado y la dependencia crónica de las provincias, magnificó la vocación beligerante de los conservadores gobernadores peronistas, y no previó el fácil recurso al endeudamiento del que podría echar mano el macrismo. Así como también el sostenimiento de altos niveles de inversión social y obra pública, que tabican, aunque precariamente, la explosión del descontento social. Y, por otro lado, desde un economicismo ramplón, no faltó quién despreciara los factores no estrictamente económicos de la constitución de mayorías político-electorales, como la capitalización de Cambiemos de la crisis de representación de las estructuras partidarias tradicionales, en un país en el que, a diferencia de sus pares latinoamericanos, el esquema partidocrático no fue roto por izquierda (como Venezuela, Bolivia, etc) sino por derecha, con enormes rindes políticos y electorales. Solo así puede comprenderse la magnitud de la crisis orgánica del Partido Justicialista y de la Confederación General del Trabajo, escindidas como nunca en una multiplicidad de orientaciones divergentes.

 

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La defección largamente anunciada de gobernadores y legisladores que no podrían ser acusados de traidores porque nunca compartieron la causa del pueblo, y la certeza de que en relación a las contrarreformas estructurales reducir el combate al recinto legislativo era una estrategia suicida, aguijonearon la movilización popular. Esto no implica ser ingenuos ni imaginar fáciles ni prontas salidas destituyentes: la ofensiva neoliberal en Argentina y América Latina es de largo aliento y excede incluso la permanencia en el poder de una coalición gobernante recientemente refrendada en las urnas. Y que además cuenta todavía con altos niveles de legitimidad entre las clases populares, con un blindaje mediático sin precedentes en su orquestación y su eficacia, con la complicidad de buena parte de las estructuras sindicales y partidarias tradicionales, con el sostén de una casta judicial cada vez más entrometida en los entretelones de la política, y con el apoyo explícito del imperialismo norteamericano. La comparación con la rebelión popular de diciembre del 2001 es estimulante para nosotros y quizás fantasmagórica para la burguesía argentina, pero ante todo es una metáfora. La etapa política abierta tras el balotaje del 2015 es definitivamente otra, y también lo son las coordenadas de la lucha política. Por eso, ya muy lejos de los ecos del “que se vayan todos”, es imposible desmerecer el papel jugado por legisladores kirchneristas y de izquierda que, articulados a la movilización popular, contribuyeron a dar por tierra con la primer sesión tendiente a discutir la contrarreforma. La nueva etapa demanda, entonces, la articulación de distintas estrategias políticas en varias “terrazas”. Por un lado, un énfasis en la organización popular de masas (en particular del dinámico sujeto de la economía popular, en articulación con el movimiento de mujeres y con los sectores más combativos del movimiento obrero organizado), la disputa de calles, y el paciente desgaste y deslegitimación gubernamental en confrontaciones parciales y sucesivas. En este plano es en dónde las clases y las organizaciones populares contarán necesariamente con mayores niveles de autonomía política y organizativa. Y, por otro lado, la disputa institucional y político-electoral, en donde la acción será más heterónoma, supeditada en parte a la acción de las grandes coaliciones electorales, atentos a evaluar la posibilidad de construir una rearticulación antineoliberal que sea competitiva de cara al 2019.

 

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El otro aspecto saliente tiene que ver con que las jornadas de diciembre desbrozaron el camino de una nueva y necesaria repolarización: aquella que conduce de la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, tan cómoda y redituable para el macrismo como para quiénes se creen destinados por la providencia a comandar las tareas de la resistencia, hacia una antinomia que enfrente a un proyecto popular de nación, superador de las taras y los yerros de la experiencia kirchnerista, contra el proyecto neoliberal de las ínfimas minorías del capital más concentrado. Quién haya gastado suela en estas jornadas, sabrá de primera mano y a ciencia cierta que la multitud desplegada tenía las características de una polarización imposible de ubicar en anticuados esquemas, y que su alcance excedió y con mucho al componente orgánico de los partidos, sindicatos y movimientos, contando con la participación espontánea de cientos de miles de personas de todos los sectores de las clases trabajadoras. La vieja polarización, sostenida artificialmente por las corporaciones mediáticas y judiciales con la persecución política a dirigentes de la oposición, conducirá, de sostenerse, una y otra vez a la derrota, como sucedió en 2015 y en 2017. Solo un necio o un desmemoriado apuesta dos, tres, mil veces, por el caballo perdedor.

 

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Este diciembre febril, que contó con todos los condimentos de lo inesperado que ofrece una historia abierta hasta en las más adversas de las circunstancias, reafirma la vulnerabilidad de un proyecto hegemónico y fuerte pese a todo, y la existencia de condiciones para alumbrar una nueva experiencia política en la Argentina, de la mano del protagonismo de la economía popular, el movimiento de mujeres y las fracciones menos integradas y más combativas del movimiento obrero organizado.  Este pueblo supo rendir a sus plantas al león ibérico en 1816, alcanzó a otear un Estado popular y federal asentado en el protagonismo de las masas provincianas, indígenas y pobres del interior en el Siglo XIX, y arañó con las manos el cielo del socialismo nacional en las décadas del 60 y el 70 del pasado siglo. Y también pudo, exhausto y contra las cuerdas tras 25 años de derrotas ininterrumpidas, dar en el 2001 un último y desesperado cross que pareció aniquilar para siempre las tentativas neoliberales en nuestro país. Hemos aprendido mucho desde entonces, y nuestras correlaciones de fuerza son hoy infinitamente superiores, y no alcanzan a ser desmentidas por estos dos años de retrocesos y por la derrota (a un alto costo social y político, todavía incierto) que implica la sanción de la reforma previsional. Porfían y vencen los que tienen esperanza y tienen memoria, y este bravo pueblo mantiene esas dos condiciones intactas. La batalla será larga, y recién comienza.

 

La Plata, 20 de diciembre de 2017

 

 

*Sociólogo y poeta. Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social

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