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Lo que no se puede prever

La noción de Estado tal como la conocemos ha demostrado una relativa esterilidad en sus esfuerzos para frenar la avanzada del gran capital. La restauración de la derecha es posible, antes que nada, porque encuentra un correlato en la necesidad instintiva de conservación de la especie ante una amenaza real o virtual. Frente al botón con capacidad de disparar el miedo a escala global o regional existe el riesgo de que las “almas” con mejor o peor suerte organizadas en torno a las instituciones políticas estaduales y en las de menor grado que articulan intereses, tiendan a replegarse para conservar lo poco o mucho por lo que han luchado en su vida haciéndoles el juego a esas élites.

 

Por Raúl Lemos*

(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Vito Campanella

Nunca quizá, desde la segunda guerra, estuvo el mundo ante una crisis a escala global como la que de manera creciente está causando en este tiempo la agudización del capitalismo financiero hiperconcentrado, versión neoliberal de última generación mediante.

 

Las maniobras que comenzaron en el 2005 con las hipotecas subprime en Estados Unidos y la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y que luego impactaron en la Eurozona, ingresaron en los países menos desarrollados con los holdouts comprando a precio vil sus depreciados papeles de deuda externa, que hoy detentan la impropia denominación de buitres. Pues no hay depredador más insaciable sobre la faz de la tierra que el ser humano y estos fondos están entre los ejemplares con técnica más sofisticada.

A punto tal, que lo que está en riesgo al mediano o largo plazo es la noción misma de Estado tal como la conocemos, puesta en jaque ante la esterilidad de sus esfuerzos para frenar la avanzada del gran capital.

 

En paralelo, hay un instinto de los individuos que integran las comunidades que son el sustrato de los estados nacionales, que es incontrastable, por el que estos tienden en extremo a la conservación y defensa a ultranza de los bienes materiales que poseen, bien sean los esenciales para el sustento de la vida u otros más sofisticados que como especie con un grado de desarrollo cualitativamente distinto del resto, acumulan los seres humanos.

 

Pero ese concepto no es uno estático que se reduce a la mera conservación, sino que se extiende al movimiento sostenido a lo largo de la cadena de apropiación de los mismos en una suerte de sinfín que da sentido y rige la vida de las sociedades, con mayor énfasis en el capitalismo: poder seguir adquiriéndolos es también defenderlos y preservarlos.

 

Ante la perplejidad de esa metamorfosis en la hegemonía planetaria en apariencia inexplicable, ese contexto básico y antropológico, es el que por contraste con toda esa sofisticación del devenir humano en torno al conocimiento y al poder menos conviene perder de vista, para interpretar en principio esa tendencia creciente que ahora se ha desencadenado abruptamente en Latinoamérica, de la que Argentina forma un capítulo primordial.

 

Así, se podrá evitar que conclusiones tal vez acertadas pero ceñidas estrictamente al presente o al pasado inmediato, no permitan dimensionar la dinámica de una realidad cuya actual fase, enteramente democrática, como proceso colectivo arrancó en 1983, y que desde entonces, invariablemente, ha deparado sorpresas que han signado cada etapa y que todo indica seguirán sobreviniendo para menoscabo de un equilibrio que aún se muestra inestable.

 

El avance o restauración de la derecha que resulta inexplicable ante una situación como la de Argentina a la luz de la transformación operada en sensibles parcelas de la realidad, es posible antes que nada, porque encuentra un correlato en esa necesidad instintiva de conservación de la especie descripto, ante una amenaza real o virtual: es entendible que frente al botón con capacidad de disparar el miedo a escala global o regional y en tantos planos como los que se puedan interactuar en una sociedad, que tiene el poder concentrado de las corporaciones vía su brazo mediático, no único, exista el riesgo de que las “almas” con mejor o peor suerte organizadas en torno a las instituciones políticas estaduales y en las de menor grado que articulan intereses, tiendan a replegarse para conservar lo poco o mucho por lo que han luchado en su vida haciéndoles el juego a esas élites.

 

La variación cualitativa en el tiempo de esa respuesta, va a depender más del grado de transformación en la subjetividad ciudadana en punto a la valoración del bien común, que del aseguramiento de una cantidad de bienes que pueda garantizar el sistema capitalista o cualquier otro. Y por ello, de la habilidad de la política para neutralizar la capacidad de deformación de la realidad del brazo mediático, que además en su versión remozada conteste con el “fin de la historia”, simula la dilución virtual del conflicto con el espejismo de su sanateada inexistencia.

 

A este juego, pusilánime, hipócrita y escindida de esa noción del bien común vital para la integridad de una comunidad, asiste la clase política devenida corporación repitiendo el libreto que le dictan.

 

Pero además cuentan con la inestimable complicidad de los estamentos judiciales en absolutamente todos sus niveles y en cualquier parcela de la conflictividad política o institucional: el último episodio vinculado al traspaso de los atributos del mando, por su alevosía, nos conmovió la ya trajinada humanidad pos electoral y le volvió a imprimir una sensación del pasado que ya creíamos extinguida. Pero la historia, ya sabemos, no se repite y en los pliegues de ese y otros barullos, descansan las verdades que más tarde más temprano veremos aflorar.

 

Empero, todo ello y para intranquilidad de los que detentan el poder real, no se agota allí el cuadro en el que se cocina el magma de procesos tan intensos.

 

Sabemos, por experiencias personales inclusive, que el prueba-error que caracteriza por excelencia a la especie en su aprendizaje, posee un vaivén o péndulo invisible, que determina el tempo con el cual fluyen las transformaciones en las que a veces se retrocede un paso para continuar luego con la siguiente fase.

 

Que se sepa, la bola de cristal que podría predecir esos momentos es un invento de la mitología urbana antigua. Hasta allí, por más que quieran no pueden llegar y por tanto no puede saberse si lo que se inició el 10 de diciembre es un retorno al pasado o solo una interrupción temporal con plazo desconocido, vía nueva prueba-error, del rumbo que se inició en el 2003, posibilidad que el ajustado resultado y la masiva movilización a Plaza de Mayo previa, al menos permiten considerar.

 

Y como contratara en esa dinámica, así como toca padecer a los que luchan por la pulsión de vida aquí y ahora, los que pulsan casi excluyentemente por el poder, a veces cual GPS también tienen que recalcular los pasos de su impronta, siendo quizá, por primera vez en nuestra historia política la extravagante explicitud ideológica de la figura electa, un síntoma de ello.

 

Después de todo, no debería sorprender que el derrotero con rumbo de colisión de la fantasía aspiracional centrada casi excluyentemente en lo material de numerosas capas medias tenga como referencia ineludible, la detentación de bienes, valores y poder en un sistema que se promueve, en cuyo centro, inaccesible, nadan peces como el electo presidente.

 

Tienen la ventaja de la organicidad que da a la empresa privada la obtención de la ganancia, que deriva maximizada en la hegemonía económica, para ir por la cultural y luego, como ahora, la política. Pero de este lado está la imprevisibilidad del tempo social y los sofocones que los destemplan en el preciso momento que creen tener seguro al toro por las astas para el remate vil. En el 2003 ni se imaginaron que vendría un cambio y menos aún la invalorable experiencia auto ejemplificadora de haber reconstruido y renovado poco menos que desde cero los cimientos dañados e irradiado con orgullo en un mundo cercado, ases aunque más no sea fugaces, de un inconfundible faro de dignidad.    

 

 

Buenos Aires, 14 de diciembre de 2015

 

 

* Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad.

 

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