Luis Alberto Romero y la historia militante
Custodios del saber histórico, como Luis Alberto Romero, pusieron el grito en el cielo ante la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego. La corriente que representa Romero –Historia Social - es una entre otras que abordan la historia nacional, pero tras un revestimiento de cientificismo oculta sus verdaderas intenciones: el tener una visión del mundo, tan legítima como cualquier otra, y que cuando interpreta los hechos del pasado lo hace desde la política del presente.
Por Rubén A. Liggera
(para La Tecl@ Eñe)
San Martín, Rosas y Perón. Obra de Alfredo Bettanin (1972). Museo del Bicentenario
“La política es la historia del presente y la historia es la política de épocas pasadas”
Arturo Jauretche
Simplificando, podríamos decir junto con Norberto Galasso[i] que las corrientes historiográficas argentinas se clasifican -con sus respectivas variantes- en cuatro grandes grupos: 1) la “historia oficial” o mitrista, 2) el “revisionismo histórico”, 3) la “historia social” y 4) la “corriente socialista, federal-provincia o latinoamericana”.
Sabemos que Mitre falsificó la Historia según necesidades de las élites gobernantes y que ”No es un problema de historiografía sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia (N de la R: cursivas en el original) en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una con ciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la nación”(Arturo Jauretche)[ii]
Sabemos que el variopinto revisionismo histórico surgió como una necesidad de revisar los postulados mitritistas y que, evidentemente, la historia fue un instrumento político –a sabiendas- para combatir las políticas liberales y conservadoras de quienes detentaban el poder.
También sabemos que luego de 1955 (autodenominada “Revolución Libertadora”), con la intervención de José Luis Romero en la Universidad de Buenos Aires y Tulio Halperín Donghi como Decano en Filosofía y Letras y Rector de la Universidad del Litoral en 1957, aparece la “Historia social”, de inspiración socialdemócrata. Los estudios históricos se enriquecen con los aportes de la sociología, la geografía, la demografía, la economía, las estadísticas, etc. Significa una importante renovación metodológica y una nueva revisión de la “historia oficial” pero, “varios factores se conjugan para que esos nuevos instrumentos, tan afinados, en vez de ser abocados a esa tarea, se utilicen al servicio de la ideología de la clase dominante.”[iii]
Lo cierto es que desde los claustros universitarios se impone una historia académica y pretendidamente profesional.
Custodios del saber histórico, como Luis Alberto Romero, pusieron el grito en el cielo ante la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”, a partir de un Decreto del Gobierno nacional en 2011.
Según un dolido Romero “el Estado argentino se propone reemplazar la ciencia histórica por la epopeya y el mito”, que vienen a ser “la prehistoria del saber histórico”. También:” Los historiadores profesionales vivimos en el engaño. Creímos que la investigación histórica científica y rigurosa se había consolidado en las universidades y el Conicet. Computamos como hechos positivos no sólo la excelente formación profesional, sino la ampliación de nuestros temas, inclusive -entre tantos otros-, los referidos a las personalidades mencionadas [San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón y Eva Perón]. Nos enorgullecimos de haber superado viejas controversias esterilizantes. Acordamos que no existen verdades únicas ni definitivas y que el nuestro es un conocimiento en revisión permanente. No sé si efectivamente lo logramos. Pero lo cierto es que hoy hay una enorme cantidad de historiadores excelentes y altamente capacitados, que se han formado y han sido examinados en sus capacidades por las rigurosas instituciones del Estado argentino: sus universidades, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas o la Agencia Nacional de Investigaciones.
Creímos que retribuíamos al Estado lo que hizo por nuestra formación con buena historia, reconocida en todo el mundo. Pero a través de este decreto, la más alta autoridad nos dice que ha sido un trabajo vano, y que sus instituciones académicas y científicas han fallado. Todo lo que hemos hecho es historia ´oficial`, y, peor aún, ´liberal´.”[iv]
Para Romero y Cía., los historiadores revisionistas no serían más que escritores sin método alguno, divulgadores o chapuceros de la historia. El mismo Romero no nos permite mentir: “Quienes hoy hablan en su nombre [el Revisionismo] impresionan por su mediocridad. El decreto los califica de ´historiadores o investigadores especializados´, capaces de construir un conocimiento ´de acuerdo con las rigurosas exigencias del saber científico´. Pero ninguno de ellos es reconocido, o simplemente conocido, en el ámbito de los historiadores profesionales. De los 33 académicos designados, hay algunos conocidos en el terreno del periodismo, la docencia o la función pública. Dos de entre ellos, Pacho O'Donnell y Felipe Pigna, son escritores famosos. En mi opinión, entre ellos hay muchos narradores de mitos y epopeyas, pero ningún historiador. Nada comparable con los fundadores del revisionismo”.[v]
Bien, hasta aquí hemos tratado de caracterizar a nuestro personaje: un historiador portador de apellido, profesional, académico, riguroso, concienzudo, que-según parece- ha hecho de la historia una ciencia aséptica, de “la buena”. Pero Romero-ya veremos-dice una cosa y hace otra al borrar con el codo lo que escribió con la mano. ¿Acaso será porque le resulte imposible ocultar debajo de su toga doctoral una gruesa e hirsuta pelambre?
En efecto, y a modo de ejemplo, podríamos repasar algunos artículos de opinión que nuestro historiador escribiera para el diario La Nación de Buenos Aires.
1. “Sin Freno. Los malos finales de los gobiernos peronistas”, (02.09.14): todos los gobiernos peronistas terminaron mal. Perón, en 1955; Isabel Martínez, en 1976 y Menem que preparó la caótica salida de De la Rúa y el fin de la convertibilidad en 2001. Pero, para poder hacerlo con la Alianza, Romero fuerza la interpretación histórica al incluir al vicepresidente “Chacho” Álvarez, ex peronista, Gobernadores y Senadores del PJ, intendentes, etc.
Lo más grave es que justifica los golpes ya que el General, desgastado y sin entusiasmo alguno por gobernar, “empuja a la oposición al golpe militar”. Si bien Perón dejó atrás su facciocidad, el tercer gobierno es un verdadero cataclismo y el final fue anunciado con un “clima favorable” para los genocidas de 1976.
Pero Romero va aún más lejos al asemejar al peronismo con el nazismo (¿?): “Muchos de quienes hoy rodean a la Presidenta ya especulan con el pos-2015, pero no se animan a abandonar el búnker [Cristina Fernández y colaboradores, igual que Hitler], atemorizados por su poder de fuego. Ella no conoce el freno y no es fácil saber por qué. Quizá sea cálculo político, similar al de Perón en 1955: un final wagneriano, que esconda sus culpas, y luego una resurrección como la del ave Fénix. Quizá sea ceguera ideológica y pulsión destructiva, ya no moderada por su difunto compañero. Quizá simplemente, como Isabel, obtusa terquedad.
“En suma, estamos ante otro final peronista, que dejará a sus supervivientes un país complicado, para decirlo de manera suave. Decididamente, los peronistas no han gobernado bien. No son los únicos, pero eso no los hace mejores. Por suerte, y a diferencia de 1955 y 1976, hoy no existe la opción militar, que transformó aquellos finales en verdaderas catástrofes….” y ya decididamente en campaña finaliza su nota de opinión de esta manera: “Ojalá nuestro actual gobierno deseche las pulsiones catárticas que hoy parecen animarlo y no haga las cosas tan difíciles para sus sucesores. Ojalá que quienes acostumbran votar a `los que saben gobernar´ esta vez lo piensen bien”
2. “Nacionalismo. Entre la Vuelta de Obligado y los buitres”, 06.08.14: Según Romero, parece ser que la Vuelta de Obligado no fue una victoria argentina sino bonaerense y luego una construcción histórica de los historiadores revisionistas por lo que “la derrota de 1845 fue convertida en victoria de la Nación”. Prosigue el razonamiento con la Guerra de Malvinas, cuya soberanía tiene “discutibles razones históricas (¿?) y a la vez desconoce los derechos de los habitantes”. Recuerda el apoyo que reciben los dictadores en La Plaza de Mayo el 2 de abril: “Nuestra cultura política está saturada con estas imágenes y sentimientos acerca de la nación, su destino y sus enemigos. Se dirá quizá que son los militares o los peronistas. Pero no es así: ideas similares pueden encontrarse en buena parte de las fuerzas políticas. En alguna medida, están en la cabeza de todos nosotros. Por eso son la base para un discurso político de eficacia formidable.”
Sería aconsejable que Romero recurra a alguna terapia para erradicar de sí mismo al “enano nacionalista” que suele atormentarlo.
Pero hay más. El republicano Romero justifica o atempera crímenes de lesa humanidad: “Si hubieran ganado [la guerra de Malvinas], o por lo menos alcanzado un resultado honroso, probablemente, los argentinos les habrían reconocido el mérito, atenuando u olvidando sus otros crímenes.” Cinismo puro. Increíble pero cierto. Y escrito está.
Finalmente, Cristina Fernández utiliza idéntico recurso nacionalista que la Vuelta de Obligado o la Guerra de Malvinas, bajo el slogan “Patria o Buitre” contra “poderes concentrados que conspiran contra nuestra grandeza”. Todo es hecho con naturalidad y comodidad por el gobierno-como en el caso YPF, -subraya- y vivido con culpa por los opositores: “No hubo cuestionamientos frente a esta manipulación del nacionalismo, que coloca una cuestión contractual en el ámbito de la moral y de los sagrados intereses de la patria. La Argentina razonable -se constata una vez más- está floja de convicciones y de argumentos”. Sin comentarios.
3. “17 de Octubre de 1945. El día que nació un nuevo país”, 16.10.13: Para Romero parece ser que el 17 de octubre se produjo curiosamente como resultado de un “largo proceso de crecimiento y movilidad social” (¿de los gobiernos conservadores de la década infame?) y ensaya una explicación “científica”: fueron decisorios el “carácter fuertemente igualitario, integrador y democrático de esa sociedad y los potenciales conflictos que eso supone” y “la inseguridad identitaria” de su protagonistas. Aunque, si bien, había otras opciones, Perón supo decir lo que esa sociedad quería oír. Y, “A diferencia del resto del mundo occidental de posguerra, donde el liberalismo dio nueva vida a la democracia, el peronismo reformuló y revitalizó la propuesta nacional y popular y la ensambló con la polarización cultural espontánea, que enfrentaba al pueblo y a la oligarquía. Ambas polarizaciones se reforzaron y configuraron una perdurable matriz política y social, conflictiva y facciosa”. En el medio cuenta el cuento de la familia que está sentada en un banco, la empujan hasta desalojarla (clásica figura de la “invasión bárbara”) y se caen debido a “la presión quizás algo agresiva de quien no pedía permiso” ¡Ay!, notable razonamiento “clasemediero” para un historiador académico. Eso sí, su artículo tiene un final esperanzado ya que”la matriz política y discursiva surgida en la sociedad democrática todavía nos acompaña”. ¡Qué alivio!
4.”La ilusión de una alternativa socialdemócrata”, 22.07.14: Dejamos para el final el análisis de esta pieza ideológica ya que sin disimulo-al igual que los denostados revisionistas atacados por el virus letal del nacionalismo-deja al desnudo su pensamiento político y su actitud militante. Luego de realizar una breve historia del nacimiento de la socialdemocracia europea y su estado actual, se confiesa: “Visto desde la perspectiva de la ilusión socialdemócrata, de la que participo, es un resultado desalentador. Pero visto desde la perspectiva argentina actual cabe pensar: ¡ojalá tuviéramos esos problemas!”. En un ejercicio de historia contra fáctica lamenta el fracaso de la Unión Democrática: “La tradición socialdemócrata, que pesó poco en nuestro país, tuvo una oportunidad en 1946. Desde hace [hacía] diez años, acuciados por el fascismo, los socialistas venían confluyendo con radicales, comunistas, sindicalistas e intelectuales, en un frente antifascista. En la elección de 1946 esa idea tomó forma con la Unión Democrática, cuyo programa sumó al antifascismo las ideas socialdemócratas de posguerra, que ya había plasmado el laborismo inglés. Perdieron frente a Perón, que ofreció otra versión del discurso de la justicia social, envuelto en la doctrina social de la Iglesia y sumando los motivos populista y nacionalista. (…)Perón construyó un Estado de Bienestar singular, con poca igualdad y muchos privilegios corporativos, manirroto y poco previsor, despreocupado de la eficiencia económica y de la democracia institucional. Selló la alianza entre el peronismo, los trabajadores y amplios sectores populares, y ya no hubo futuro para la socialdemocracia.” Pero siempre hay esperanzas ya que “La Argentina es hoy un país devastado” (…)” Los militares son responsables de una parte, pero a treinta años del retorno democrático se puede decir que los peronistas lo hicieron, menemistas y kirchneristas. Sin duda, son los principales responsables del estado actual del país.
“Frente a ellos coexisten diversas corrientes de opinión y distintas fuerzas políticas. Entre ellas están las que se identifican con la tradición socialdemócrata. Todos coinciden en algunas cosas básicas: respeto a la institucionalidad democrática, sensibilidad social y aprecio por el saber técnico y burocrático.
“Es alentador, porque de todo eso necesitará un gobierno de reconstrucción”.
En otra nota, Romero había confesado que, ante la disyuntiva entre el historiador o el ciudadano comprometido, eligió a este último. No está mal. Todos tenemos derecho a opinar y participar de la política actual. Pero lo que no pueden hacer los historiadores “profesionales” (Romero, Halperin Donghi et alt.) es ocultar sus verdaderas intenciones: que poseen una visión del mundo, tan legítima como cualquier otra, y que cuando interpretan los hechos del pasado lo hacen desde la política del presente. Toman una posición y no lo disimulan, aunque pretendan lo contrario.
En suma, aunque renieguen en público, son fervientes militantes de cierto modelo de país –creíble o no, posible o no- que perdura en gran parte del “sentido común” (por ellos construido) y que aún disputa poder. Y a eso contribuyen políticamente. Como cualquier hijo de vecino, es decir, nosotros.
PD: Quizá no valga la pena, pero si el lector se anima a revisar estas notas de Luis Alberto Romero en la página digital del diario centenario se encontrará con la opinión de los lectores. Una verdadera expresión de “letrinet” (según denominación feinmanniana): odio visceral, descalificación, violencia verbal y simbólica, racismo, discriminación, irracionalidad antidemocrática. En fin, pura bosta. Eso es lo que despiertan en ciertos lectores estas columnas tan sesudas.
Notas:
[i] Galasso Norberto, Cuadernos para la otra historia Nº 1, 2 Y 3, Bs. As. 1999(2001)
[ii] Jauretche Arturo, Política nacional y Revisionismo histórico, Bs. As., 1982
[iii] Galasso, Norberto, “La Historia Social”, Cuaderno para la otra historia Nº 2, Bs.As., 1999(2001)
[iv] Romero, Luis Alberto, “El estado impone su propia épica”, La Nación, 20.11.11
[v] Romero, L. A., ibídem