La nitidez de la fotografía
En toda experiencia histórica, social y política es saludable realizar autocríticas porque los proyectos políticos siempre son perfectibles. También es necesario hacer una valoración equilibrada entre lo concretado por ese proyecto – en nuestro caso, las realizaciones logradas por el kirchnerismo - y la verdadera índole de una subjetividad ciudadana que no cede en la exhibición incontrastable de oscilaciones.
Por Raúl Lemos*
(para La Tecl@ Eñe)
La comunidad científica está sobresaltada por la comprobación de las ondas gravitacionales que surgen de los agujeros negros en el espacio sideral, predecidas en la Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein hace un siglo. Y como si esta demora en la verificación de la teoría fuera poca, las ondas que ahora se registraron fueron emitidas luego del choque de dos agujeros negros hace 1.200 millones de años.
Einstein fue también quien dijo que tratar de obtener un resultado distinto haciendo siempre lo mismo era locura. Pero en las disciplinas sociales, hay que tener la precaución de clasificar los procesos y especialmente los ciclos, aunque no tan extensos como los fenómenos estelares, para aproximarse a conclusiones no equívocas acerca de lo que efectivamente es reiteración de procesos, o más primordialmente, antesala de algo nuevo que escapa, por momentos descontrolado, a los designios de la voluntad humana.
Siempre es necesario hacer autocríticas y mejor antes de desenlaces que suelen obligar a rectificaciones abruptas de rumbos, porque todo es perfectible y más si se trata de una experiencia política y social inédita como la vivida en los últimos doce años. Tampoco hay problemas en que sean de cara a la gente, aunque no se visualice, ella es la protagonista silenciosa. Y aún considerando que el progresismo, es decir aquellos que proponen transitar la angustia por una transformación de la realidad y no un “cambiemos”, tienen por eso mismo que explicar exactamente en qué consiste además de hacerlo con sumo celo cuando llegan al poder, se impone una valoración equilibrada entre lo que se materializó y la verdadera índole de una subjetividad ciudadana que no cede en la exhibición incontrastable de oscilaciones. Si no, se corre el riesgo de ingresar en una espiral autocrítica impuesta por la vertiginosidad desconcertante del ritmo que el enemigo necesita para dominar la escena, que lejos de alumbrar las razones de una derrota contribuya más a debilitar en la conciencia colectiva lo que se ha conseguido.
Ese equilibrio es en extremo delicado y el bisturí debe evitar cortes profundos e ir diseccionando por capas las parcelas de una realidad que expuso controversias como nunca antes, y cuya fotografía borrosa reposa en el fondo de la cubeta resistiéndose a mostrar antes de tiempo toda su nitidez.
Para graficarlo mejor, si se hiciera por una lado una lista de todo lo que se concluyó efectivamente, o se inició su camino y se pusieron en marcha engranajes, o se inauguró como planteo disparador de debates sembrados y multiplicados a lo largo y a lo ancho durante doce años, ratificados muchos por reconocimientos en foros, o referenciados por fuerzas políticas e intelectuales de nivel internacional como los premios nobeles. Y al lado de esa, se coloca otra en la que se haga un punteo de los errores, muchos no menores, cometidos principalmente en los últimos cuatro años, son infinitamente superiores y desbordantes los avances logrados en casi todos los órdenes.
Alguien podría objetar que se deberían haber acotado o pospuesto algunas iniciativas. ¿Pero cómo hacerlo cuando se abre la caja de Pandora en un país al que le sobran recursos y a su población hace décadas le falta de todo? ¿Es manejable a voluntad el fiel de esa balanza?
Más útil sería centrarse en los “errores no forzados”, es decir aquellas medidas en que no se tuvo la suficiente plasticidad para modificarlos cuando había el margen y el tiempo para hacerlo, como el impuesto a las ganancias. O la problematización de una decisión estratégica valiosa como la instalación en el centro de la conducción política de sectores juveniles, pero restándole protagonismo en demasía a otros generacionalmente intermedios que hubieran servido para amalgamar y mediar en la conflictividad con lo viejo o lo diverso. O la prescindencia forzada y así necesariamente enemistada en el bloque de apoyo al proyecto, de un poder de movilización de un gremio como el de los camioneros.
Y en otros, en que si bien se obró para compensar un déficit, por la forma se terminó generando un efecto inverso y prodigando herramientas de difusión como la cadena nacional.
El kirchnerismo es cualitativamente una argamasa más amplia que el movimiento peronista y la conducción de esa complejidad requiere además de convicción ideológica, un pragmatismo descarnado. Y este último aspecto estuvo por debajo de la performance de los años anteriores a la muerte de Néstor Kirchner. Era él quien mejor pulsaba esa relación y fue él, por ejemplo, quien decidió abortar las reelecciones indefinidas de caudillos provinciales cuando fracasó la de Rovira en Misiones.
¿Pero se puede afirmar que sin esas debilidades tácticas y estratégicas, hubiera triunfado el Fpv con Daniel Scioli? ¿O cómo se hubiera podido contrarrestar la adversidad y reemplazar la figura naturalmente llamada a ese rol de Néstor para dar continuidad al proyecto?
Más allá de todo esto, sobre lo que inevitablemente hay que abrir un debate, es necesario dejar sentado que en doce años a este país se lo dio vuelta y nadie imaginó que eso en la Argentina era posible, y menos todavía, si eso se hubiera logrado con un ritmo más cansino o dosificado, y también más improbable, que el que nos acostumbró el kirchnerismo.
De lo que no hay duda, es que eso, junto al condicionamiento político-económico externo que de manera creciente se viene imponiendo en Occidente, disparó la reacción restauradora que estamos viviendo ahora.
A veces hay que saber tomar sana distancia del deseo o la ilusión y aceptar que si a una sociedad le va a pasar todo lo que se insinúa en ésta en tan solo dos meses, después de la innegable restauración de libertades y derechos de la última década, es porque en la base de lo no contingente, existen capítulos que solo es capaz de escribirlos ella, en el trajinar del infatigable prueba-error humano. Pues si bien, podía estar cansada por muchas cosas del anterior gobierno y abrigar dudas acerca de lo que se proponía para la economía a futuro, en esa perspectiva no encuentra razonable justificación una metamorfosis como la actual, y menos con una situación general del país, en que por vez primera en la historia de los traspasos constitucionales era de mediana para arriba.
Pero la conciencia popular, no es sólo la que un día en un cuarto oscuro decide su futuro. Sino también, la que recibe sobre su humanidad las consecuencias de esas decisiones y esa parte de la fotografía está aún en el fondo de la cubeta revelándose.
Buenos Aires, 18 de febrero de 2016
*Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad.