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Milagro Sala o el inasible racismo

El escritor y licenciado en filosofía Manuel Quaranta, reflexiona en este artículo sobre el racismo naturalizado que anida en nuestra sociedad, en la que imperan un conjunto de prácticas silenciosas que vuelven al racismo menos detectable y más potente, ya que permiten construir el mito de una sociedad tolerante, y por extensión, inocente.

 

Por Manuel Quaranta*

(para La Tecl@ Eñe)

Aclaración preliminar

 

Si la persona mencionada en el título es culpable de robo, manejo espurio de dineros públicos, narcotráfico, violencia, asesinato o cualquiera de los delitos que con pruebas –o sin ellas– se la acusa debe ir a la justicia y rendir cuentas.

 

1.

Yo sé que para producir un artículo sobre “la realidad” cotidiana es arriesgado utilizar constantemente fragmentos de textos literarios, pero cuando la intención del autor –o sea yo– no es escribir un artículo periodístico sino, en lo posible, literatura, la objeción se refuta a sí misma.

 

En Relapso + Angola, el poeta Martín Gambarotta escribe –el riesgo se multiplica con la poesía–:

 

“Madre, creo que soy un fascista y no temo serlo

pero quiero dejar de serlo o al entenderme fascista

y no sentir temor dejo de serlo, es una pregunta;

no hablo del lugar común de los que son fascistas

y no lo saben, no hay nada más fácil que decirse

no fascista”.

 

Para una porción de la sociedad no ser fascista se reduce a censurar manifestaciones históricas absolutamente inéditas como el intento de exterminio –nunca utilizan esta palabra– nazi, el genocidio armenio o los desaparecidos en Argentina.

 

2.

Con el racismo sucede algo similar: todo el mundo se declara contrario; más aún, desprecia y supuestamente combate a quien lo defiende. Sin embargo, Yo no soy racista es una frase cuya significación precisa en la actualidad aparece bastante difusa: vivimos en un país con una estructura capitalista y racista, basta para comprobarlo caminar por la calle: salgo de casa y la chica que limpia el edificio es negra, el muchacho que recolecta los residuos –antes se decía basurero– es negro, los obreros de la construcción son negros y así podríamos seguir en nuestra vida de gente común, no racista, sin preguntarnos jamás por qué motivo los trabajos manuales y que requieren mayor energía física –gracias a diversas leyes, al menos por ahora, están mejor remunerados y poseen mayores derechos– son realizados por gente de piel oscura y en general nacidos en el seno de las clases bajas: en una línea, ¿Cómo llegamos a naturalizar que la gente pobre casi siempre sea negra? –la inversa también vale.

 

Lo interesante del caso es que la mayoría de nosotros no tenemos ni creemos tener convicciones acerca de la superioridad de unas razas sobre otras y sin embargo muchas veces no sólo aceptamos esa superioridad sino que se nos cuela espontáneamente –nada es espontáneo, aquí opera la ideología– cuando pensamos y sentimos: negro –o negra– de mierda –me debo a mí mismo una reflexión sobre el ritmo y la cadencia hipnotizantes de la frase.

 

3.

Reconozco que cuando leí “Milagro Sala compró un auto descapotable de 28 mil dólares en 2012” inmediatamente sentí un malestar –previsto por los medios de comunicación, en particular por el canal de cable que selecciona con precisión quirúrgica qué noticias van a causar daño–. Luego me puse a pensar en la carga ideológica del fastidio y poco a poco se fue diluyendo:

  • Toda persona que ayuda a los pobres debe ser ella misma pobre. El caso paradigmático es la Madre Teresa de Calcuta. En un sentido similar, un sector de la gente cree que si alguien es de izquierda tiene que llevar una vida que se corresponda con lo que ellos suponen que son esos ideales –ahora, a la gente de derecha nunca se le reclama nada, como ellos creen que la vida es una mierda todo les está permitido.

  • El dinero que utilizó para comprar el auto es nuestro. Para decirlo rápido, creo que la totalidad del dinero que circula en el país es nuestro. O sea, si el CEO de Coca Cola se compra un auto de 100.000 dólares, una parte de su auto nos pertenece a cada uno de nosotros que compramos la bebida. Lo interesante es que a esos personajes tampoco le reclamamos nada, más bien al contrario.

  • Milagro Sala tiene un aspecto comprometedor. Es negra, parece india y encima es mujer. Milagro Sala debería estar limpiando casas y en cambio las construye. Milagros sala es una desubicada, está en el lugar equivocado: y eso nunca se perdona –pensemos, por ejemplo, que el actual presidente de la Nación, Mauricio Macri, estuvo cerca de ser condenado por contrabando en los años ´90 o que la diva televisiva Susana Giménez, en la misma época, obtuvo un Mercedes Benz con descuento para discapacitados. Muchos podrán decir, no, pero ellos también deben pagar por lo que hicieron; sí, claro, pero la inquietud, estoy seguro, segurísimo, que causan esas figuras es mínima con respecto al caso de Sala.

 

4.

El aspecto más temible del racismo de nuestros tiempos es que perdió su carácter discursivo. Desafío a cualquier lector a encontrar alguien que reivindique en voz alta la existencia de una raza superior –si lo hallamos asumiríamos que está loco–. Pese a esto, imperan un conjunto de prácticas silenciosas, mudas, miradas, etc., que vuelven al racismo menos detectable y allí donde parece no operar –como la ideología– es más potente, porque además permite construir el mito de una sociedad tolerante –y por extensión inocente.

 

5.

Ignoro a ciencia cierta si en la detención inexplicable de Milagro Sala – bueno, se puede explicar, por lo menos la dependencia de la justicia, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, entre gallos y medianoche logró que se ampliara el número de integrantes de la Corte Suprema, dos de los diputados que votaron a favor pasaron a formar parte de la corte,  Morales y Sala se llevan mal, Morales maneja la justicia, la justicia es venganza, Sala está presa – opera el odio de clase, el racismo o ambos – además de lo que soy incapaz de interpretar –, es decir, Milagro Sala genera tanta repugnancia –lo digo así porque sería sencillo ocultar nuestro odio o racismo bajo el manto de la justicia ejemplar; la justicia es siempre clasista y racista[1]– ¿porque es negra o porque es pobre?

 

Para finalizar me permito convocar al filósofo Oscar Masotta quien, en Sexo y traición en Roberto Arlt, dio, creo, la definición más perspicaz de racismo u odio de clase: “Soy un nudo de repugnancias que yo no he puesto en mí”.

 

 

Rosario, 27 de enero de 2016

 

 

*Licenciado en Filosofía, docente de la Universidad Nacional de Rosario, escritor. Autor de "La muerte de Manuel Quaranta"

 

 

[1] Clasista. Recomiendo con fervor mirar dos series televisivas estadounidenses que exponen mis dichos: Macking a murderer y The Jinx. En la primera, un campesino semianalfabeto y pobre, white trash, como le dicen, es condenado en dos oportunidades por crímenes que no cometió –el segundo está en duda–, una de las causas es su falta de recursos para enfrentar las fianzas y contratar a un buen equipo de abogados. En la segunda serie un multimillonario neoyorquino debe tres muertes –entre ellas su mejor amiga y su esposa–, pero gracias a sus posibilidades económicas consiguió evadir sistemáticamente, durante 30 años, la ley. Racista: aproximadamente 8 de cada 10 condenados a muerte en Estados Unidos es afroamericano o latino. En Argentina la población carcelaria se compone en casi su totalidad por gente de piel oscura y pobre.

 

 

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