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Dialéctica del incluido y el excluido

(FPV o PRO)

Pensar una dialéctica entre incluidos y excluidos supone que el incluido se distingue del excluido por tener el know how, el saber hacer, la técnica, el oficio mientras que el excluido posee algo que el incluido, supuestamente, añora: tiempo, mucho tiempo imposible de canalizar en un trabajo “productivo”

 

Por Manuel Quaranta*

(para La Tec@ Eñe)

Franco Momo

No hace falta ser un lince para advertir que en las elecciones del 22 de noviembre se disputan dos proyectos de país –más allá, ciertamente, de los candidatos puntuales que los representen–: el inclusivo y el exclusivo. O, en otros términos, se pone en juego una variante fundamental a la hora de pensarnos como ciudadanos: ¿se disminuye o se aumenta el número de personas que quedan afuera de un sistema que, de por sí, tiende a la expulsión? Es decir, ¿se vota para que un Estado tome medidas concretas a fin de minimizar los daños colaterales o se apuesta por un grupo de tecnócratas que libere a la suerte de los capitales financieros la vida de lo que podríamos definir como el resto de una sociedad, su residuo? Sin pasar por alto que la liberación de las fuerzas de mercado producirá, seguramente, que el número de residuos aumente –muchos trabajadores elegirán por el modelo exclusivo; en poco tiempo podrán apreciar sus resultados–

 

Sin embargo,

 

entiendo que los argumentos racionales son estériles ante la creciente afectividad con la que van a definirse los próximos comicios: si alguien está harto del gobierno, si le molesta el rostro de Cristina, si padece sus cadenas nacionales –el mundo de una buena porción de los argentinos pasa por la televisión, una interrupción de ese mundo es percibida como una pérdida: duele–, de qué vale esgrimir justificaciones cuando el significante vacío del CAMBIO ya hizo mella gracias, entre otras cosas –pésimas decisiones a la hora de unificar el movimiento, intenciones oscuras de no obtener la victoria, confusiones de clase, proyección, identificación, “inseguridad”, etc.– a los medios de comunicación que desde hace siete años ininterrumpidos vienen horadando la confianza de un público –y lo voy a decir– incapacitado críticamente para enfrentarse a una pantalla de televisión –lo que no significa que sean zombies manipulables, sino que en ellos existe, sean ricos, pobres o de clase media, una predisposición sentimental a consustanciarse con las causas de los poderosos, o, en otras palabras, sujetos altamente ideologizados; por último, una mención especial para la facción de resentidos –sobre todo nuevos ricos– que sólo saben condenar la diferencia y encuentran en el discurso mediático el caldo de cultivo perfecto para potenciar un odio que representa su triste incapacidad de amar algo por fuera de ellos mismos.

 

Por tanto,

 

me limitaré a pensar –ajeno en lo posible a las vicisitudes eleccionarias– algo así como una dialéctica entre incluidos y excluidos. Debo aclarar, primero, que la idea básica de este texto la obtuve de una entrevista realizada a Eugenio Zaffaroni que transmitieron por canal Encuentro hace un par de semanas –la expongo de memoria, de hecho, el programa, si mi recuerdo es exacto, se titulaba “Somos memoria”–: El incluido se distingue del excluido por tener el know how, el saber hacer, la técnica, el oficio –la herencia familiar, la perspectiva de obtener un saber–;  sin embargo, el excluido posee algo que el incluido, supuestamente, añora: tiempo, mucho tiempo –por cuestiones de trabajo me ha tocado viajar a las afueras de Rosario y apreciar en cada viaje a las mismas personas en las mismas posiciones cada vez–. Horas y horas disponibles imposibles de canalizar en un trabajo “productivo” –eso no significa que existan casos particulares que refuten la generalidad; lo que sucede es que para poder pensar se deben soslayar las individualidades–. Sentados, conversado, esperando. Ellos ya intuyen que en esta etapa del sistema capitalista la invocación de “trabajo para todos” es una falacia.

 

En resumen,

 

carente de ingresos, al excluido le falta el dinero necesario para poder adquirir los bienes que lo harían pertenecer a una sociedad marcada por el consumo. Al contrario, el incluido está privado de tiempo –y si tiene algunos minutos los utiliza, en general, para mirar televisión: un discurso muy común de la persona ocupada es que le gustaría leer, escuchar música, etc., “pero no puedo, trabajo”– aunque por su empleo e ingresos es capaz de participar de la fiesta del consumo que le permite sentirse adentro de algo.

 

Digamos,

 

el incluido trabaja, cobra un sueldo y no tiene tiempo. El excluido no trabaja, no cobra –existen algunas reivindicaciones sociales en estos últimos años pero no son suficientes para incorporarlos en el ámbito de los incluidos– y tiene  tiempo de sobra.

 

¿Entonces?

 

el incluido siente una profunda envidia del excluido porque éste es capaz de hacer cualquier cosa con su tiempo –incluso ser libre– y por eso recurre a una serie de diatribas cuyo objetivo es camuflar ese sentimiento –en realidad siente desprecio, desprecio por sí mismo, por su impotencia– y a la vez experimenta un temor desenfrenado: si el excluido aprende el know how –saber es poder– la rueda de la historia volvería a girar, y en lugar del temor y la envidia reviviría la competencia.

(Paréntesis: 1. El estatus incluido/excluido excede el ámbito de la economía. 2. Existirían excluidos sociales, culturales, económicos, etc. 3. Alguien puede estar incluido económicamente y ser un paria cultural. 4. Muchas veces sucede que cuando el excluido     –de nuevo, en general– se incorpora al campo de los incluidos olvida inmediatamente su condición previa y comienza a sentir como si hubiera estado incluido desde siempre: desprecia, teme).

 

Para finalizar,

 

el FPV, a los tumbos, pretende reactivar la rueda de la historia. En cambio, el PRO, su nombre lo indica, es un ángel que mira sólo hacia el futuro, como si no hubiera vencedores y vencidos, opresores y oprimidos, incluidos y excluidos. El PRO propone, lisa y llanamente, el final de la historia, la reconciliación extrema, la clausura de cualquier dialéctica, acciones que, en definitiva, siempre beneficiarán a los vencedores –vale repetir: al conquistar el poder se producirá una endiablada paradoja: incluidos que votan al PRO para mantener a distancia a los excluidos pasarán de pronto (como por arte de magia) al campo de los excluidos; lo lamento por ellos con profética anticipación–

 

Rosario, 11 de noviembre de 2015

 


*Licenciado en Filosofía, docente de la Universidad Nacional de Rosario, escritor. Autor de "La muerte de Manuel Quaranta"

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