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A la vera de la calle

El 3 de junio el carácter fundante de un acto político se hizo presente en la Plaza de los dos Congresos. Ese acto condesó una espera, una preocupación común, un dolor o una alerta, en uu decir: Ni una menos. Tuvo palabras y en ese sentido, un nuevo movimiento de condensación de significados. Hubo un documento que se leyó y que le dio una tonalidad feminista a la convocatoria, sacó al femicidio de la lógica de la seguridad/inseguridad y del reclamo punitivista para ponerlo en la trama que le corresponde: Entre las cuestiones del derecho a la autonomía del cuerpo y del deseo femeninos.

 

Por María Pia López*

(para La Tecl@ Eñe)

Un acontecimiento político funda. El 3 de junio tiene ese carácter. Antes dije: la convocatoria a los muchos actos que se hicieron ese día corrió como reguero de pólvora porque había una espera, una preocupación común, un dolor o una alerta. Se condensó en decir Ni una menos. Pero el mismo movimiento de condensación era, a la vez, de diseminación: una vez largada la consigna cada quien la tañía a su modo, imaginaba su propia performance callejera, la ligaba con el mapa propio de preocupaciones y demandas. Así feministas abortistas y militantes católicos estuvieron en las mismas plazas, personas del común que desprecian la política y activistas de todos los linajes se apretujaron para decir, cada quien a su modo, Ni una menos. Ahí se produce un acontecimiento: algo que no es del orden de la suma de las partes, no funciona como agregado de demandas sino como novedad. La del Congreso era una movilización bautismal para muchos. Una multitud que se movía lentamente y a la vez se cuidaba. Que descubría la calle y sus temblores, que hacía de la calle un lugar hospitalario y no un estado de intemperie. Se podrá tener valoraciones diversas y contradictorias sobre los doce años de kirchnerismo, pero hay algo que es del orden de la recuperación del uso festivo y militante de las calles, de la expurgación de la amenaza de la violencia, de la mezcla entre acto y conmemoración, de lucha y reencuentro, que pertenece enteramente a estos años. Habría que ser un sociólogo de las multitudes o un cronista avispado para poder narrar lo que ocurre, el tipo de ocupación de las calles que es el signo de la época. Que tiene, depende el acto, distintas tonalidades.

 

Pero es un momento en que las calles tienen cuerpos y, a la vez, palabras. Lo que sucedió durante 2015 con los actos en los que habló la presidenta –el 1 de marzo y el 25 de mayo- tuvo el signo de lo extraordinario: la escucha atenta de largas exposiciones, la oratoria como interpelación política y pedagógica. El 3 de junio también tuvo palabras y en ese sentido, un nuevo movimiento de condensación de significados. Hubo un documento que se leyó y que le dio una tonalidad feminista a la convocatoria, sacó al femicidio de la lógica de la seguridad/inseguridad y del reclamo punitivista para ponerlo en la trama que le corresponde, entre las cuestiones del derecho a la autonomía del cuerpo y del deseo femeninos. Después del 3 de junio circularon interpretaciones diversas: acerca de la importancia de las redes y los medios, acerca de los significados o del origen. Un acontecimiento no tiene dueños y diría tampoco importa mucho si comenzó en tal fecha o en tal otra, si tiene una memoria en sí mismo o no la tiene. Porque en tanto condensación/dispersión tiene muchas fechas, su historicidad es múltiple y quizás contradictoria, su agencia heterogénea. No hay que temerle a su pluralidad, pero tampoco desconocer el modo en que ciertas palabras lo recorren o interpelan. El 3 de junio se leyó un documento de origen feminista: aunque en la plaza el feminismo fuera una de las dimensiones, las palabras con las que se ligó produjeron una radicalidad singular del hecho. Las luces encendidas en los distintos edificios públicos de Buenos Aires –desde el Congreso a la Casa Rosada- no fueron el rosa Disney de las princesitas sino el violeta que engalana las luchas feministas.

 

Este acontecimiento político tuvo el signo de la hospitalidad. Generar un espacio de resonancia, un lugar en el que la palabra de la mujer violentada pudiera ser escuchada y atendida, sin prejuicios culpabilizadores. Al día siguiente, los llamados a la línea 144 para denunciar situaciones de violencia crecieron en un mil por ciento. Muchas se animan a dar testimonio y a pedir ayuda. Se abrió algo del orden de un hueco en la trama social, pero no un hueco en el cual caer hacia la nada, sino un vacío propicio para construir lazos en común. Ahí veo algo de un acontecer, en el movimiento que hace de la calle no el sitio de la intemperie sino del lugar compartido. También lo es en el sentido de sus efectos políticos-institucionales: la Corte suprema de justicia y el gobierno nacional respondieron rápidamente atendiendo las demandas de la calle y en especial trabajando en la efectiva realización de un registro de femicidios. En el documento leído en la plaza del Congreso se pedía que el femicidio sea considerado un tema de derechos humanos, al día siguiente el registro de esos hechos pasó de la órbita del Consejo Nacional de la Mujer a la de la Secretaría de Derechos humanos. No lo señalo por vano orgullo de la calle frente a las instituciones, sino para insistir en la importancia de las palabras, que hacen la diferencia entre pedir penas punitivas y conceptualizar los reclamos en términos de ampliación democrática.

 

El 3 de junio fue un acontecimiento por muchas razones. Algunas las mencioné. Otras tienen que ver con la dinámica misma de la convocatoria, que si mostró el funcionamiento político de las redes sociales, se sostuvo sobre algo bastante más complejo que la lógica de comunicación que expanden esos instrumentos: una confluencia de voluntades dispares, una pluralidad intrínseca de la convocatoria, la transversalidad efectivamente existente aunque implícita de las convocantes. Hacía tiempo que un tema no era tomado en esos términos, construido como común más allá de las nítidas oposiciones en el espacio político, signadas por la confrontación entre oficialismo y oposición, kirchnerismo y antikirchnerismo. Muchos creen que a esa nitidez confrontativa le corresponde un momento posterior de alivio, hecho de optimismos reconciliatorios y nuevos pactos. Por el revés, pienso que el 3 de junio permite imaginar otro tipo de salida a la dicotomía: la posibilidad de sustraernos a ella para pensar ciertos temas, afirmar ciertos valores, impulsar otras prácticas. Es decir, una transversalidad renovada no para renunciar a lo existente sino para ir por una efectiva ampliación de los horizontes de la vida en común. Quizás eso siempre deba ser efímero, puntual, raro. Del orden del acontecimiento.

 

*Socióloga y ensayista. Directora del Museo de la Lengua y el Libro. Docente e Investigadora en la Universidad de Buenos Aires.

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