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Las cronologías de Megafón, o la guerra

Alejandro Xul Solar - Dos Anjos

Megafón o la guerra es la gran novela política de Leopoldo Marechal. También es una novela póstuma. Entre sus rasgos más originales se halla el hecho de que trabaja simultáneamente sobre dos planos temporales: el hito trágico de 1956,  marcado por el fusilamiento de Juan José Valle, ícono de la resistencia peronista, y la Argentina de los años ’60, en la que Marechal está escribiendo.

 

Por María Rosa Lojo*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Megafón o la guerra (1970) es la gran novela política de Leopoldo Marechal También es una novela póstuma. Su autor la terminó en diciembre de 1969, pero no alcanzó a verla publicada. Entre sus rasgos más originales se halla el hecho de que trabaja simultáneamente sobre dos planos temporales: el hito trágico de 1956,  marcado por el fusilamiento de Juan José Valle, ícono de la resistencia peronista, y la Argentina de los años ’60, en la que Marechal está escribiendo.

  

1956: un deber de memoria

 

La novela instituye el año trágico del fusilamiento de Juan José Valle, el general alzado contra los que derrocaron a Perón y quebraron así el orden constitucional, como un “deber de memoria” que atañe a toda la sociedad (a los culpables pero también a los testigos) y que se proyecta en el horizonte histórico hacia las generaciones futuras. El texto en sí mismo se erige como un verdadero “lugar de memoria” (Pierre Nora), monumento inmaterial, espacio de (re) construcción de la identidad nacional y popular, recordatorio del deber incumplido de las clases dirigentes (el patriciado que encarna la estirpe en decadencia de los Igarzábal) y antorcha que se transfiere a un pueblo en alerta.

           

La Rapsodia VI, en la mitad de la novela, marca un climax que trasciende el tono sarcástico y humorístico de todos los episodios de asedio a los diferentes responsables de la situación del país. En este, Megafón y sus compañeros durante el desarrollo de su “batalla terrestre”, abordan al recién depuesto dictador Bruno González Cabezón (figura en clave de Pedro Eugenio Aramburu y también de Juan Carlos Onganía) para pedirle cuentas de sus crímenes. El ex mayor Troiani está “serio como la Elegía” (207); el Coro de las tres Furias, bajo la forma de Plañideras Folklóricas, se le aparece al ex dictador todas las noches para reprocharle la deshonra de las armas. Y con ellas, vienen las dos víctimas por antonomasia: Juan José Valle, anticipo de Megafón y su destino, ejecutado deshonrosamente a la “edad del héroe”, cuyo fantasma le muestra el pecho “acribillado de balas”, y Eva, la Desaparecida, exhibiendo junto al clavecín “los girones de una belleza que su embalsamador había logrado rescatar de la muerte.”

 

Anacronismos y alusiones anacrónicas intencionales

           

Juan José Valle fue fusilado el 12 de junio de 1956. Se supone que la visita de Megafón y sus compañeros ocurre en el mes de febrero de 1957, o sea, poco después de la ejecución de Valle. No obstante, como apuntamos, el tiempo novelesco es inestable. Otro de los personajes interpelados por la operación de guerrilla incruenta será el arquitecto Ramiro Salsamendi Leuman, fácilmente reconocible como personaje en clave alusivo al ingeniero Álvaro Alsogaray quien, si bien acompañó desde la primera hora al régimen militar que sucedió a Perón, lanzó su famosa exhortación a “pasar el invierno” (varias veces parafraseada en la novela) recién en un discurso de 1959, y tuvo su máximo protagonismo como Ministro de Economía en los gobiernos civiles (pero con proscripción del peronismo) de Arturo Frondizi (1958-1962) y José María Guido (1962-1963). Pero Salsamendi/Alsogaray resulta para el novelista un personaje emblemático de la economía liberal post-peronista, antipopular y dependiente de los intereses foráneos, sobre todo los del imperialismo estadounidense.

 

Otra alusión anacrónica es la presencia del obispo Frazada, que ejerce su ministerio en la diócesis de Avellaneda, y es obligado finalmente a abandonarla por sus transgresiones contra el régimen militar y la Curia conservadora. En este personaje se transparenta Jerónimo Podestá, amigo de Marechal y obispo de Avellaneda entre 1962 y 1967, referente de la Teología de la Liberación y el Movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo. La novela se hace cargo del anacronismo, incluso exageradamente, señalando que el obispo presiente el Concilio Vaticano II más de una década antes de que se reúna, lo cual trasladaría el presente de la novela ya no a 1956, sino a una fecha igual o anterior a 1952 (el Concilio se inauguró el 11 de octubre de 1962). Lo importante aquí es la representatividad de esta figura como emblema de la nueva Iglesia, la que opta por los pobres, celebra al Cristo vivo, y se aleja del oscurantismo inquisitorial asociado a la desagradable imagen del ordenanza Muñeira. Esa Iglesia es la que asume otra posición política, alineándose junto a los desposeídos. La novela retrotrae el personaje de Frazada al final del peronismo, ya que el obispo es reprendido por haberse negado a integrar la procesión del Corpus Christi de 1955, que se convirtió en una gran marcha opositora a la que se plegaron hasta los acérrimos ateos; si el hecho no corresponde a la biografía real de Podestá, sin duda es funcional a los propósitos del relato: uno de ellos, mostrar que el Concilio Vaticano II y la Encíclica Populorum Progressio no solo germinaban en el obispo Frazada, sino en el movimiento peronista mismo, adelantado a los cambios.

 

Por otra parte, están los anacronismos relacionados con las transformaciones culturales. En la misma Rapsodia donde el grupo se enfrenta a Bruno González Cabezón, acusándolo como asesino de Valle y responsable de la desaparición del cadáver de Eva, se narra la participación de Megafón y sus acompañantes en un happening de la Fundación Scorpio. Es claro el vínculo con la Fundación y el Instituto Di Tella (fundado en 1958), que funcionó como avanzada de la vanguardia en los años ’60, momento de apogeo de estas prácticas performáticas en Buenos Aires. El Hippie, el Beatle, la Nueva Ola, el Robot, el falso Marciano, son elementos típicos del nuevo momento. Una década separa estas dos partes de la rapsodia, que parecen ocurrir en un mismo plano temporal.

 

No es casual: los actores políticos (González Cabezón, Salsamendi) sobreviven como fantasmas, atados a los crímenes cometidos en el 55 y 56, y a la imagen de un país que ha muerto, pero del que ya está naciendo otro: “La Paleoargentina es una vuelta en espiral que ha terminado su recorrido: la Neoargentina es una vuelta de la misma espiral que arranca en el punto exacto donde concluye la otra. De tal modo, la espiral entera se parece a una víbora enroscada en un árbol.”; “Los argentinos finales, en su agonía, se resisten a la otra vuelta de la espiral y estorban su desarrollo”.

 

Por eso, quizás, la visita al Gran Oligarca, don Martín Igarzábal, también está fechada claramente en 1956 con alusiones cronológicas explícitas. El narrador Marechal se autoidentifica ante el estanciero octogenario como el sobrino del mayordomo Crowley que lo conoció a los dieciséis años, cuatro décadas atrás. 1956, hito de la memoria, momento en que la Argentina fratricida mata al héroe y decreta de esta manera su propio suicidio, es el tiempo que corresponde a Don Martín, el “argentino final” por antonomasia, cuya quinta de San Isidro es apenas un museo de objetos muertos.

 

 

Buenos Aires, agosto de 2015

 

*Escritora. Periodista cultural.

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