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Humor político

Los de afuera no son del palo

Hace ya un largo tiempo que el humor polítio requiere para sí una uniformidad de criterio que se ha vuelto cada vez más estricta, dictando un sentencia de muerte sobre el género que es cada vez menos humor y más político, sin dejar demasiado espacio para los espejos deformes y deformantes que propone un humor político como el de Bombita Rodríguez.

 

Por Marcos Mayer*

(para La Tecl@ Eñe)

Hace un rato bien largo que el humor político está herido de muerte. O para decirlo de otro modo, es cada vez menos humor y más político. Sin embargo, no deja de avanzar, de expandirse, de invadir espacios donde se suponía que no tenía lugar. Basta pensar en el stand up dominguero de Lanata, el Nelson K que provoca las risas más falsas imaginables en su imitado, los informes leídos con ironía forzada y sobradora en los programas de Diego Gvirtz: 6-7-8, Duro de Domar y Televisión Registrada. Durante la dictadura, el humor político fue un arma de combate. Basta pensar en la revista Humor, que empezó a desacralizar a las bestias uniformadas que nos gobernaron por aquellos años. Un humor que se impuso a partir del  consenso en un país harto de milicos, desesperado por librarse de ellos. El humor político –a diferencia de otras formas de humor- requiere una cierta uniformidad de criterios que se ha ido poniendo cada vez más estricta. Un kirchnerista no encontraría la menor gracia ni siquiera en una buena parodia de Cristina. Un opositor no aceptaría bromas sobre la 125, ni sobre el accionar de los sojeros.

 

En estos tiempos, el combate es otro y ya no parece posible un humor que se ejerza desde la distancia, como el que hacía Tato Bores, que podía invitar a Alfonsín pero también a Menem, porque en definitiva  interesaban más los recursos humorísticos que las filiaciones políticas. Seguramente, Tato, por nombrar uno pero podría extenderse la lista, tenía sus preferencias políticas, pero su personaje le exigía mantenerse a distancia y ejercer la crítica sin detenerse en a quien favorecería con sus chistes. Hoy parece imposible pensar asi. Todo humor político suma al bando propio y está obligado a debilitar al ajeno. Puede  comprobarse en la transformación del humor de Tino y Gargamuza bajo el ala de Lanata o en personajes de stand up como Un rubio peronista, que se inscribe en una tradición de combate peronista a través de la burla condescendiente al gorila (su espectáculo se abre con el recitado de un monólogo de Enrique Santos Discépolo, de la primera mitad de la década de 1950). La pelea es transhistórica y los recursos humorísticos pareciera que también. Hay algo en el sentido del humor peronista que siempre se gesta en la alegría pero que no logra divertir a los que no son del palo.

 

¿Se puede hablar con humor de la política? Tengo para mí que la respuesta es afirmativa en la medida en que no se sostenga sobre la lectura del diario y no se ponga al servicio de cualquier cosa que no sea  provocar risa, esperando a que esos recursos generen algo más que eso. Hoy parece que pensar de este modo es sacarle el cuerpo a la pelea. ¿Será tan así? El programa de Capusotto habla todo el tiempo de política, pero sin  considerar de antemano que deba ir en determinada dirección. Hay una deriva que es propia de la risa, que no siempre es tolerable. Baste recordar los debates en 6-7-8 acerca del personaje de Bombita Rodríguez. La risa tiene algo de incómodo, podemos llegar a reírnos de  aquello en lo que creemos. Pero hoy parece no haber demasiado lugar para los espejos deformes y deformantes que propone el humor. Mientras tanto nos reiremos en las mismas mesas de café de siempre.

 

Buenos Aires, 29 de agosto de 2015

 

*Periodista

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