En una de las emisiones de 6-7-8 se analizó una publicidad de los supermercados VEA. En las imágenes se veía a una mujer que liberada de la preocupación por la calidad los productos que quería por la variedad que le ofrecían, se entregaba a sus pensamientos. Las críticas se centraban en que la cadena perdía tiempo en la psicología de los clientes y no en cuidar de los precios.

 

Sorprende que no se comprenda que el lenguaje publicitario, por necesidad y por profesión, no está relacionado con la verdad, sino que transmite su mensaje sin valerse de medios racionales. Conmueve más que convence. Nada demuestra que Coca-Cola refresca mejor, ni que la libertad sea una conquista nacida del uso de una empresa de telefonía celular. Pero aparece una especie de compulsión por transformar el discurso de los otros en una verdad o sino en una impostura. Se lo critica por lo que dice tanto que por lo que oculta, su principal problema es el defecto que trae de origen.

 

Hay una especie de práctica permanente de una hermenéutica política que lleva a una reiteración de la interpretación de los mensajes a los que se otorga el lugar donde resplandece la verdad sobre quién es realmente el otro. Una estrategia, una de cuyas consecuencias es el análisis o juicio de lo que se dice y nada más. Un patinaje por la superficie del discurso que condena a que las palabras sean siempre iguales a sí mismas. VEA será siempre un supermercado preocupado en maximizar ganancias, una obviedad claro, lo mismo que el escamoteo y tergiversación de los hechos que es habitual en los medios.

 

Donde podría esperarse algo nuevo, un descubrimiento, lo que aparece es el machacón ritmo de lo obvio y lo reiterado. Riesgos de cuando se pretende que el matiz fundamental de la práctica política sea la pedagogía.

 

 

*Periodista