El relato, la realidad y el verosímil
Se dice que vivimos bajo el signo del relato pero se desconocen los principios que lo rigen. No deja de ser algo problemático que quienes se ocupan de la comunicación no sepan cómo se arma una ficción, palabra, por otra parte, que suelen confundir con engaño o con entretenimiento.
Por Marcos Mayer*
(para La Tecl@ Eñe)
Shirin Neshat, On Guard
Clarín presentó como fuente de una denuncia sobre la intención del gobierno de saldar la deuda con los fondos buitre, un mail de “alguien que estuvo en una reunión con Vanoli”.
La noticia puede ser verdadera ó no, pero no está presentada de un modo verosímil. La verosimilitud está gobernada por leyes estrictas, una de las cuales, tal vez la fundamental, es la precisión, no un mail improbable y alguien sin nombre.
Axel Freyre presenta como una realidad concreta la ausencia de medicamentos para tratar el HIV en caso de ganar la oposición y lo hace basándose en una serie de deducciones, a partir de lo que anuncian los candidatos como plataforma de gobierno. Segunda ley de la verosimilitud, toda deducción se construye a partir de hechos, que son los que corroboran el acierto de esas deducciones.
Baste pensar en el final de cualquier novela policial. La confesión avala aquello que fue deducido. La deducción no es un buen argumento de campaña.
Eduardo Feinmann reacciona al borde de la locura ante una tapa de la revista Barcelona, dedicada al Papa. Su enojo se debe, fundamentalmente, a que carece de las armas para poder diferenciar un discurso directo de otro que es emitido como parodia de otro existente, pero al que no se cita explícitamente.
“Putazo”, diría un discurso cavernícola para el cual la aceptación de los gays en la iglesia sólo puede ser admitida por alguien de su misma condición, aunque sea el Papa.
Otra regla de la ficción ignorada: se requiere complicidad con el texto para decodificar el mensaje y no confundir realidad e imaginación. Creo que lo de Feinmann es confusión de extrema derecha.
Extraño, se nos dice que vivimos bajo el signo del relato, pero se desconocen los principios que lo rigen. No deja de ser algo problemático que quienes se ocupan de la comunicación no sepan cómo se arma una ficción, palabra, por otra parte, que suelen confundir con engaño o con entretenmiento.
No comprender la ficción –y nuestros periodistas y políticos cada vez leen menos y lo hacen peor- es no poder ofrecer versiones de la realidad que sean verosímiles.
*Periodista