Nueva epidemia cultural
La unicidad de voces en los medios de comunicación está generando una patología cultural cuyos efectos se evidencian en diversas formas de malestar, como sentimientos negativos, inhibiciones, angustia y la ruptura de lazos sociales. Con el objetivo de proteger la salud de la población, resulta necesario regular el discurso promovido desde los medios de comunicación. No se trata aquí de una práctica de censura ni de un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión fundamental a favor de preservar la salud pública.
Por Nora Merlin*
(La Tecl@ Eñe)
Edmund Burke en 1787 llamó “cuarto poder” a la prensa debido a la influencia que ejercía en la sociedad inglesa. Con el desarrollo tecnológico, la nominación se hizo extensiva a los otros medios de comunicación, que fueron tomando el espacio público y se convirtieron en la principal fuente de noticias, información, propaganda y publicidad.
En la actualidad desempeñan un rol crucial: configuran la realidad y operan sobre las subjetividades. Esto vuelve indispensable que una concepción democrática incluya no sólo una lógica de las instituciones y de la división de poderes, sino también una distribución justa y equitativa de las comunicaciones. Resulta altamente saludable que se escuchen pluralidad de voces evitando la monopolización de la palabra y la instalación de un discurso único. En la actualidad resulta acuciante considerar lo que se plantea como una amenaza para la sociedad: los medios de comunicación están patologizando la cultura, generando diversas formas de malestar, como sentimientos negativos, inhibiciones, y la ruptura de lazos sociales, al alimentar la intolerancia, la segregación y el aislamiento. Dado que el amarillismo vende, aumenta puntos de rating, en forma desmedida e insistente, se emiten mensajes agresivos, hostiles, que incrementan miedo, angustia, terror y odio. Los noticieros y los programas de “información” producen informaciones falsas y teorías conspirativas, no comprobadas, de sospecha y complot, dando sustento a la idea de la existencia de un enemigo, todo lo cual provoca sentimientos persecutorios e instala los afectos señalados. Estos funcionan como desencadenantes de enfermedad psíquica al despertar lo traumático, según la ecuación de las series complementarias establecida por Freud en 1915.
La angustia es un afecto fundamental para el desarrollo de síntomas: señala una amenaza para el aparato psíquico, pudiendo conducir a la inseguridad y al desamparo subjetivo. En el artículo “Inhibición síntoma y angustia” (1925), Freud estableció su última teoría de la enfermedad psíquica y dos posibilidades para la angustia: se presenta como una señal o se desarrolla hasta constituir un exceso económico. La primera de ellas señala un peligro de que resulta amenazante para el aparato psíquico, articulando la secuencia peligro-amenaza, angustia, defensas y síntomas. La segunda posibilidad de angustia, que Freud denomina traumática, genera un peligro mas grave, y causa un daño psíquico mayor al dejar fuera de juego a las defensas. Ella se manifiesta como una inundación económica que avasalla al yo, dejándolo inoperante e impotente para responder. Esta modalidad de la angustia conduce a la indefensión y al desamparo psíquico, pudiendo llevar al acting out o al pasaje al acto; actualmente se la denomina ataque de pánico. La angustia es un afecto que se define por su compromiso corporal, se manifiesta como taquicardias, ahogos, sudoración, presión arterial, etc., síntomas que nos indican una afectación somática, dando cuenta de que el riesgo es de tipo psico - físico.
Los medios de comunicación construyen realidad, manipulan significaciones, producen e imponen sentidos y saberes que funcionan como verdades que, por efecto identificatorio, se transforman en comunes: los medios forman opinión pública.
Las facultades cognitivas, la argumentación racional, resultan insuficientes para justificar el dispositivo de instalación de creencias que funcionan como certezas. ¿Cuál es el mecanismo psíquico y social que da cuenta de la captura que producen los medios de comunicación de masas? ¿En qué radica la fascinación de un poder que determina identificaciones, elecciones y hechiza? ¿Por qué las personas cumplen órdenes y se subordinan a distintos mandatos, independientemente de sus contenidos?
La problemática freudiana de la libido o el concepto de goce en Lacan - que articula libido y pulsión de muerte -, explican el apego o la subordinación y la obediencia. Estos dos conceptos, libido y goce, permiten echar alguna luz para esclarecer estos hechos. En “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) Freud establece que el funcionamiento de la masa es idéntico al de la hipnosis y el enamoramiento. Sitúa allí la función del ideal del yo, instancia que explica la fascinación amorosa, la sugestión, la dependencia frente al hipnotizador y la sumisión al líder. En la masa, enamoramiento de muchos, cierto número de individuos han colocado un mismo objeto, que puede ser una persona una idea o una cosa, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se identifican entre sí. La eficacia del ideal colectivo proviene de la convergencia de los «ideales del yo» individuales. Basta con que muchas personas invistan libidinalmente un mismo objeto, lo ubiquen en el lugar del ideal del yo y se identifiquen entre sí, para que se sometan, obedezcan a ese ideal y formen una masa de autómatas, que actúan cumpliendo órdenes. Las personas aceptan y obedecen de forma incondicional al percibir que el mensaje es transmitido por una fuente investida de autoridad. El psicoanálsis explica esta manifestación como un vínculo transferencial que se establece con un objeto de amor, y por ello se le supone saber, fuente de poder: Freud aconseja a los analistas no abusar de ese poder.
Los medios de comunicación de masas fueron instalándose falazmente como garantes de “La Verdad”. La creencia en una supuesta realidad objetiva y exterior que se representa es una concepción moderna que coincide con el surgimiento de la ciencia. En la post modernidad sabemos que la realidad es una producción subjetiva, que no es exterior, objetiva y ajena al agente que la produce. El concepto de realidad psíquica inventado por Freud, fantasmática, ficcional y subjetiva, fue crucial para dar ese salto epistemológico. Sin embargo y en contra de ello, en la actualidad se mantiene el prejuicio y la creencia de que los medios registran objetivamente una supuesta realidad exterior, que se representa en forma transparente y puede ser filmada.
Como dijimos, el individuo de la cultura de masas ubica a los medios de comunicación en el lugar del ideal, lo que produce una hipnosis adormecedora en la que el sujeto se transforma en un objeto cautivo que mira la televisión, se somete inconscientemente y se consume. Esta concepción tira por tierra la supuesta libertad que otorga la información y los mensajes comunicacionales. Si bien en apariencia amplían la libertad individual, en sentido estricto se imponen, condicionando elecciones, valores e identificaciones. De esta forma operan sobre la subjetividad llegando a manipularla y enfermarla. Frente a este panorama, surgen los interrogantes: ¿dónde quedan las categorías de verdad, decisión racional y autonomía del sujeto, para filtrar y administrar la información y los afectos que éstas instalan?
Desde otras perspectivas teóricas llegamos a la misma conclusión que aporta el psicoanálisis. De la Boétie llamó fenómenos de “servidumbre voluntaria” a ciertas estructuras de poder que logran instituirse generando apego a un orden jerárquico. Muchas personas están dispuestas a someterse, llegando en ocasiones a mostrarse entusiasmadas y aliviadas cuando lo hacen. En el mismo sentido, el experimento que efectuara Stanley Milgram a principio de los 60 comprobó que el sujeto se somete a una fuente a la que le confiere autoridad y obedece a ella ciegamente, sin medir las consecuencias de sus actos y sin hacerse responsable de ellos.
El Estado sus representantes e instituciones deben encarnar una función simbólica, de contención y pacificación a nivel individual y social, capaz de garantizar el bien común. Con el objetivo de proteger la salud de la población, resulta necesario regular el discurso promovido desde los medios de comunicación. No se trata aquí de una práctica de censura ni de un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión fundamental a favor de preservar la salud pública. De la misma forma que se debe garantizar la libertad de expresión, asegurando que los diferentes debates sean transmitidos según un libre flujo de información, el Estado debe hacer respetar la condición de que la información sea veraz y vertida de manera responsable y racional.
Se impone el establecimiento de medidas regulatorias a los agentes comunicacionales, a fin de evitar lesionar la subjetividad de los integrantes de la comunidad. Entendemos que es imperioso hacerlo con celeridad, ante la constatación de la patología que producen los medios de comunicación y que, podemos afirmar, constituye una epidemia en la cultura.
Buenos Aires, 22 de enero de 2016
*Psicoanalista (UBA)
Magister en Ciencia Política (IDAES)
Autora de Populismo y psicoanálisis, Edit. Letra Viva