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Ecología, poesía y Rock and Roll

Miguel Grinberg, poeta, periodista y ecologista, nos envía una reseña personal que da cuenta de una vida creativa, vanguardista y de gran potencia militante.

 

Por Miguel Grinberg*

 

(para La Tecl@ Eñe)

Pertenezco a una generación que asomó a la historia con el rock and roll por un lado (1955), y por el otro a nuevas realidades geopolíticas como el derrocamiento del presidente Perón (ese mismo año), la insurrección húngara contra el estalinismo (1956), la revolución cubana (enero 1959), la rebelión tibetana (marzo de 1959) contra la invasión china de 1949 y la súper bomba atómica soviética de 50 megatones detonada en 1961.

 

En 1945, tras una guerra mundial que produjo 50 millones de muertos e incontables millonadas de heridos y mutilados, la flamante Organización de Naciones Unidas había manifestado en su carta fundacional el propósito de «mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin, tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz.»  

 

No obstante, una llamada Guerra Fría, en los años subsiguientes, colocó muchas veces a la humanidad al borde del Apocalipsis. Soy pacifista por naturaleza. 

 

Durante la segunda mitad del siglo XX, la música se convirtió mundialmente en un ingrediente central de la vida colectiva de la juventud, estafada por la hipocresía del mundo adulto. En la década de los años cincuenta, monopolizada con oportunismo por una poderosa industria discográfica, la Pop Music («música popular») estadounidense estableció un parámetro sonoro accesible y en principio efímero, centrado en el consumo masivo. La difusión radial, los jukeboxes (victrolas automáticas) en los restaurantes y las disquerías en los barrios comerciales, más la expansión de la TV mercantil a partir de 1953 (con predominio de las redes NBC y CBS) dominaron un panorama expansivo al cual, una década después, se sumó la industria discográfica británica.

 

Al despuntar aquella década, los hogares argentinos de clase media incorporaron un mueble conocido como «combinado», formado por un tocadiscos automático de tres velocidades, en 78 rpm para las tradicionales placas de pasta, en 45 rpm para los discos singles (simples) y en 33 rpm para los longplays (placas de vinilo de larga duración). El dispositivo venía complementado por un receptor radial de onda media (o AM) y de onda corta (a menudo de cuatro bandas magnéticas). La radio por FM todavía no se había instituido, pero a partir de 1956 se popularizaron las radios portátiles a transistores.

 

Nacido en 1937, fui uno de muchos niños argentinos que descubrió el mundo moderno a través de la sintonía radial. Había en mi casa un aparato de radio eléctrico (típica caja de madera con un sintonizador denominado «ojo eléctrico») y las familias porteñas escuchaban emisiones clásicas como Los Pérez García, el Glostora Tango Club, y numerosos y populares radioteatros. En mis años finales de escuela primaria (iba a turno mañana) puse el aparato en mi mesita de luz y me dormía en Almagro escuchando las trasmisiones de obras teatrales de la Avenida Corrientes (conocida como la «Broadway Porteña»). Mi madre me inscribió en el Liceo Británico, que cursé completo, con lo cual me convertí en un chico bilingüe.

 

Cuando en 1950 ingresé al Colegio Nacional Manuel Belgrano, mejoró la situación económica de mis padres y nos mudamos a una casa en Caballito Oeste. E ingresó al comedor hogareño el famoso «combinado». Me convertí en un radionauta nocturno, explorando sin cesar las ondas cortas. Así descubrí las emisiones para América Latina de la BBC de Londres, de Radio Netherland, de Radio Moscú y de la Voice of America norteamericana. Por correo, recibía los programas mensuales de las emisoras y tripulaba mi navío descubriendo paso a paso otra galaxia, la de los disc-jockeys.

 

Como la Discomanía del chileno Raúl Matas, el Discodromo del peruano Hugo Guerrero Marthineitz para radio Carve de Montevideo. Y localmente, Música en el Aire de Manuel Rodríguez Luque por radio Mitre.

 

En 1953, a los 16 años, poseía una amplia colección de discos, dominada por el pop estadounidense: Al Jolson, Rosemary Clooney, Eddie Fisher, Doris Day, Frankie Laine, Jo Stafford, Peggy Lee y muchos otros. Pero el tope del pedestal lo ocupaba para mí el jazz swing de la orquesta de Glenn Miller. En esos días, el Hit Parade (Cabalgata de Éxitos) norteamericano consagró a dos artistas que preanunciaban el advenimiento del rock and roll: el «Hound Dog» de Big Mama Thornton y el «Mess Around» de Ray Charles. Esperaba ansioso esas emisiones semanales nocturnas al pie del combinado. Y entretanto me asocié a un club radial llamado «Amigos de Al Jolson», y asistía a conciertos organizados en los auditorios de varias emisoras porteñas. De ese modo, me topé con una experiencia sensacional: las chacareras «progresivas» de Waldo de los Ríos.

 

En 1954, un día me animé y telefoneé a Rodríguez Luque para pasarle la lista de los triunfadores en el Hit Parade semanal, en ese caso, «Zapatos de gamuza azul» por Carl Perkins, «Tutti Frutti» por Ricardito Penniman, Maybelline por Chuck Berry, y varios de Antoine Fats Domino. Fue mi debut mediático, porque Manolo tenía azafatas amigas que le traían las novedades de las disquerías de USA, y pasaba el ránking según los datos que yo le proporcionaba. Hasta que una noche me identificó como su «corresponsal Mike Greenberg». Justo cuando explotaba el rock and roll en los circuitos del Planeta Tierra. En 1955 el «Rock alrededor del reloj» de Bill Haley & sus Cometas, y en 1956 el «Hotel de corazones destrozados» y el «No seas cruel» de Elvis Presley. Etcétera.

 

En 1962, desde la revista alternativa Eco Contemporáneo (que codirigía con Antonio Dal Masetto), fundé una red continental depoetas y escritores llamada Nueva Solidaridad, con el apoyo fraternal de Julio Cortázar, Thomas Merton, Henry Miller y Efraín Huerta. Establecí amistad personal con los poetas de la Generación Beat estadounidense.

 

Medio siglo después, periodísticamente tras mi debut profesional en la revista Leoplán y el diario El Mundo, se me reconoce como propulsor del Rock Argentino, de la contracultura generacional y de la producción musical independiente, temas que he documentado en numerosos libros. Los más emblemáticos, «Cómo vino la mano»,«Spinetta, una vida hermosa», y “Un mar de metales hirvientes» (Crónicas de la resistencia musical en tiempos totalitarios, diario La Opinión, 1975-1980).

 

Pese a la dictadura, en 1980 inicié una revista contracultural llamada Mutantia, y con un grupo de inspirados cómplices fundé en 1982 un centro pedagógico llamado Multiversidad de Buenos Aires, una experiencia visionaria única en el país. Desde 2006 conduzco por LRA Radio Nacional el programa «Rock que me hiciste bien», y soy profesor de eco-periodismo en la carrera Periodismo y Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata. Por mi contribución al pensamiento ecologista y rockero, en 1988, el Programa Ambiental de la ONU me concedió el premio Global 500, y en 2014 la Legislatura Porteña me proclamó como Personalidad Destacada de la Cultura de Buenos Aires.

 

Promuevo, aliado con Ludovica Squirru, la Refundación Espiritual de la Argentina.

 

*Periodista y escritor

 

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