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El universitario puro es una cosa monstruosa

Este momento crucial es ideal para volver a traer la consigna: el universitario puro es una cosa monstruosa. Y no sólo para resaltar el trasfondo social de la universidad, sino para afrontar un tema decisivo como la formación de los investigadores en argentina. ¿Qué se investiga? ¿Cómo se investiga? ¿Para qué se investiga? ¿Con quiénes y gracias a quiénes se investiga? Preguntas que se escuchan poco en una estructura científico-universitaria muchas veces subordinada a la cultura del paper.

 

Por Nicolás Dip *

(para La Tecl@ Eñe)

Todos sabemos que la realidad es compleja. Pero hay momentos que parece simplificarse y nos invade la sensación de que el destino de una comunidad depende de un hilo delgado. Se trazan sólo dos caminos y la opción deja a traspié y mal parados a todos los que intentan eludirla. Así lo entendió Marx en su célebre panfleto de 1848, donde el complejo teatro de operaciones de aquellos tiempos y el futuro de la humanidad se jugaba en la batalla de dos grandes contendientes que parecían absorberlo todo: la burguesía y el proletariado. No queremos herir los sentimientos de nadie con comparaciones forzadas. Dejemos atrás la digresión para ir al grano: hoy la argentina vive un momento crucial de cara al balotaje del 22 de noviembre. Scioli o Macri. Macri o Scioli. La opción ganadora va definir el mapa político, económico y social de los próximos años. El voto en blanco no es una verdadera elección porque, le guste o no a Nicolás del Caño o a Néstor Pitrola, no constituye ninguna alternativa política viable y solamente expresa un purismo impotente para el regocijo de algunos dirigentes.

 

Muchos universitarios de nuestro país así lo entienden y llaman a votar al candidato del Frente para la Victoria. Los argumentos de la decisión se presentan de diferente manera. Desde el pequeño becario de química que ofrece diversas tarifas para lavar las vajillas de sus vecinos en caso de triunfar el candidato opositor, hasta los comunicados que destacan los logros en política universitaria de estos últimos tiempos, ahora amenazados: aumento del presupuesto, creación de nuevas universidades en todo el país, ingreso masivo de estudiantes de primera generación, extensión de becas universitarias, aumento de salarios y convenios colectivos de trabajo para docentes y no docentes. Tampoco pasan por alto la reciente modificación de la Ley de Educación Superior (LES), donde queda asentada la enseñanza como un derecho humano junto a la gratuidad de los estudios y el ingreso irrestricto. A estos casos que enumeramos, también hay que sumarle un conjunto de intervenciones públicas de científicos que resaltan los avances en la materia, como la realizada el 12 de noviembre en la estación de Constitución. En ella se podía escuchar que el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) incrementó sus becas doctorales, posdoctorales, sus investigadores, técnicos y su personal administrativo. Y argumentos que resaltaban la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y el aumento del presupuesto para el sector en relación al PBI. 

 

No pretendo hacer una lista exhaustiva de los cambios que experimentaron las universidades y la ciencia en estos últimos doce años; objetivo que requeriría ponderar los problemas irresueltos y los nuevos desafíos que abrieron las conquistas recientes. Me limitó a señalar una realidad que volvió a constatarse en las elecciones del 25 de octubre: todavía falta recorrer un largo camino en la batalla cultural, esa cruzada que algunos creen solucionar con un par de tapas de Página 12, la repetición constante de 6,7,8, los invitados de Televisión Registrada y el tono imperativo de Roberto Navarro. Pero lamentablemente no es así. No sólo porque todavía no terminamos de entender el dispositivo político del PRO y cómo un empresario-político turbio puede aparecer públicamente como un administrador honesto y una opción valedera de cambio. Sino, porque medidas de gran envergadura como la repatriación de científicos, la creación de nuevas universidades en el conurbano y la reciente modificación de la LES, muchas veces parecen pasar sin pena ni gloria por ese conglomerado amorfo y difuso que llamamos “opinión pública”. Uno siempre tiene la tentación de cargar todas las tintas al poder hegemónico de las corporaciones mediáticas, pero… ¿estuvimos a la altura de valorar colectivamente estos avances, para a partir de ahí señalar las deudas pendientes y los desafíos?

 

No estoy en condiciones de responder esta pregunta y quizás tampoco sea el momento. Sólo voy a pensar en voz alta y rápidamente las potencialidades que abre la reciente intervención pública de muchos universitarios y científicos, en el marco del re-florecimiento de militancias desde abajo y movilizaciones de todo tipo en los árboles del balotaje. Vayamos al grano: lo valorable de los posicionamientos que describimos anteriormente es que vuelven a recordar que quizá sea útil desempolvar un antiguo lema que pertenece al redactor del Manifiesto Liminar de la Reforma de 1918: el universitario puro es una cosa monstruosa. Ya sé, muchos van a señalar el complejo itinerario político de Deodoro Roca y del movimiento más amplio que representaba. Pero a pesar de todo, nadie puede negar que esa consigna señera fue retomada, debatida y re-significada por un amplio conglomerado político en la historia de nuestro país. Por un caleidoscopio que rememora a FORJA, el peronismo, la nueva izquierda de los sesenta, la resistencia en los noventa y hasta las voces críticas actuales.

 

Hecha la aclaración, creemos que este lema es el remedio justo contra las editoriales de La Nación, el diario que expresa históricamente el rechazo que sienten nuestras clases dominantes al cruce entre universidad y militancia, o contra los que sostienen a capa y espada que los académicos sólo tienen que preocuparse de los asuntos de sus claustros, la autonomía universitaria y, a lo sumo, de un proyecto de extensión. Y justamente acá está la monstruosidad, el intento de ocultar que el destino de la educación, como el de la ciencia, la tecnología y todos los asuntos sociales, siempre está atado a un proyecto de país y por esta sencilla razón no podemos pensar ninguna práctica por fuera de gestas colectivas más amplias. O acaso, ¿alguien puede pensar que el Arsat es un mérito exclusivo de los científicos y los técnicos? ¿O que las tesis doctorales y las distinciones en investigación solamente se deben a las capacidades de las personas galardonadas?  

 

Los avances universitarios y científicos de estos últimos años tienen profundos fundamentos sociales, políticos y estatales. Por eso, no es lo mismo que gobierne cualquier coalición política, y menos una que carga todas las fichas sobre el capital financiero, los mercados y en destruir la actual integración latinoamericana. Tampoco vamos a negar que no haga falta una gran reflexión sobre las contradicciones del armado kirchnerista, con todos sus claro-oscuros y deudas pendientes. Pero creemos que este momento crucial es ideal para volver a traer la consigna: el universitario puro es una cosa monstruosa. Y no sólo para resaltar el trasfondo social de la universidad, sino para afrontar un tema decisivo como la formación de los investigadores en argentina. ¿Qué se investiga? ¿Cómo se investiga? ¿Para qué se investiga? ¿Con quiénes y gracias a quiénes se investiga? Preguntas que se escuchan poco en una estructura científico-universitaria muchas veces subordinada a la cultura del paper y a sistemas de evaluación que des-jerarquizan cuestiones tan importantes como la docencia y lo que se domina problemáticamente con los rótulos de “extensión” y “divulgación”. A lo que se suma ese recurrente vicio del lenguaje por llamar “becarios” a los investigadores en formación, con todo lo que implica a la hora de desentrañar algunas situaciones laborales desfavorables en la universidad y en el sistema de ciencia y técnica.

 

Tratamos muchos temas rápidamente y dejamos debates sobre el tintero. No se puede esperar otra cosa de un escrito hecho a las apuradas y de un tirón al calor de las circunstancias. Sin embargo, nos contentamos con volver a levantar esta bandera: el universitario puro es una cosa monstruosa. Porque creemos que la batalla cultural va a poder ser efectiva cuando nos organicemos en todos los medios y usemos todas las herramientas posibles: la escuela, la radio, los sindicatos, los barrios, las agrupaciones políticas, las universidades, las becas, los libros, las novelas, los chistes, la música, el teatro, el dibujo, la poesía, el deporte, las reuniones entre amigos… absolutamente todo. Como dijo el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, un pensador-político hecho y derecho, en la clausura del Décimo Encuentro de Intelectuales de Caracas: “solamente si asumimos este reto multifacético, multiforme y absolutamente diverso, la batalla para enfrentar esta monstruosidad que hoy día nos domina va a ser posible de llevar a cabo su triunfo”.

 

La Plata, 16 de noviembre de 2015

 

* “Becario” del CONICET, docente UNLP y director Las Patas en la Fuente

 

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