La continuidad del estado
Luis Felipe Noé. Retazos. 2012
La lógica progresión del cerco que el orden financiero viene imponiendo a nivel global, y bajo los designios del capitalismo, puede convertir a los estados-nación en cáscaras vacías al tiempo que podría gestar un nuevo orden. Bajo este nuevo orden puede darse una resignificación de la noción de estado que cuesta imaginar pero que imperiosamente debe revalidarlo en su función de árbitro.
Por Raúl Lemos*
(para La Tecl@ Eñe)
La sucesión crítica e ininterrumpida de eventos en los países centrales y zona de influencia, desde las hipotecas subprime de 2006 hasta el condicionamiento que el capital financiero global hiperconcentrado ejerce sobre los estados nación en la actualidad, parecen anunciar el surgimiento de una nueva fase del capitalismo o el tránsito lento pero sostenido hacia su implosión. O ambos exactamente en ese orden.
Tal vez, la fulgurante polémica que provocó la hipótesis de Fukuyama en torno al fin de la historia, más que de la irreversibilidad de un triunfo del capitalismo fue el síntoma de una extenuación del sistema que no podíamos avizorar y que hoy en un despliegue vertiginoso de esa trayectoria deja ver dobleces que estaban ocultos. Y eso no debería sorprendernos tanto pues sería parte de una lógica en que todo derrotero concluye necesariamente en un puerto, y todo fuego, como el sol, está condenado a extinguirse cuando se acabe su combustible. De cara a nuestra propia finitud, que las primeras muestras de un desenlace así emergieran en nuestro tiempo, sí sería una originalidad.
Descontando al dios lucro, el sistema halla su necesario y funcional sentido en un contexto inevitable y progresivo de explotación humana y depredación de recursos naturales. En la medida del surgimiento de un nuevo paradigma derivado de cambios en las relaciones económicas frente al que el sistema se revele ineficaz para regularlo, este va a sufrir correcciones cuya profundidad determinará el grado de la transformación que se opere. Y eso es lo que quizá haya comenzado a corporizarse de manera incipiente aunque la apariencia lo mantenga aún velado.
Una ruidosa alarma lo constituye: la impotencia de los estados frente al poder financiero global, en parte por debilidades propias como la complicidad de los estamentos judiciales nacionales, entre otras, con ese poder que no reconoce fronteras, en parte por la metamorfosis en el patrón de acumulación con los derivados financieros como estrella, que agudiza la concentración y facilita la movilidad del capital insinuándolo por encima de la disputa hegemónica tradicional.
Este hecho está provocando la neutralización de uno de los dos términos que dentro del sistema se contrapesan. Así, el retroceso de lo institucional está dejando solo en el gallinero al poder económico, desde siempre poder real. Y esto va a conducir a una crisis estructural del estado, y por ende del sistema, de pronóstico reservado si no se verifica a tiempo un balanceo en ese delicado equilibro.
En la base de cualquier modo de organización social, ocupa un lugar prioritario la instrumentación del principio de autoridad que nos preserve del caos, y que subsidiariamente nos permita maximizar las ventajas del accionar colectivo frente a las fuerzas de la naturaleza. En la lógica del poder y aún en las menos democráticas y/o republicanas, no de manera excluyente, están implícitas esas ventajas sin las que la ecuación pierde su esencia.
Aunque en apariencia inverosímil, la lógica progresión del cerco que el orden financiero global le está imponiendo no ya solamente a los países con mediano o escaso desarrollo, sino a los que despliegue tecnológico mediante trazaron la Mercator simbólica sobre la que se mueve el planeta bajo los designios del capitalismo, convertiría a los estados-nación en cáscaras vacías al tiempo que se estaría gestando un nuevo orden.
Ese nuevo orden mundial, podría ser uno en el que ante la profunda crisis de un capitalismo incapaz de asimilar las relaciones de producción emergentes de la agudización del propio sistema, aceleradas por las nuevas tecnologías y la cristalización burocrática de esos excesos, se resignifique la noción de estado bajo una nueva forma que cuesta imaginar pero que imperiosamente lo revalide en su función de árbitro.
Mas lejana está la posibilidad que el accionar del poder financiero mundial, envalentonado por su capacidad de daño a gran escala y ante la creciente parálisis de las naciones, estériles en sus esfuerzos para contener la desmadre que provoca el gran capital, derive en un proceso gradual de acentuación y síntesis del monopolio de la decisión cuya forma es difícil preveer.
La confrontación entre naciones o dentro de ellas, que provocó guerras y que define constitutivamente a la humanidad, se fundó primariamente en la disputa por los recursos o espacios vitales y luego en creencias religiosas o en lo meramente hegemónico, como punteo genérico de las diferencias que materializan el conflicto que caracteriza la especie. Pero detrás del cual, está también el deseo del conciente colectivo puesto en marcha en procura de objetivos que al entrelazarse de manera pacífica o no, le dan forma y sentido a lo que vivenciamos como comunidad civilizada en el marco de una organización política y jurídica que reconocemos como estado.
Cualquier otra alquimia, aunque fantasiosa y solo puesta en acto en films de mejor o peor factura, pero efectivamente concebidas en laboratorios como la Trilateral y otros más renovados y actuales, explora un territorio monocromo que de prefigurarse tendería a la suplantación de la diferencia y del conflicto como ejes estructuradores de la historia.
De todos modos, mirando de reojo la premonición de Carlos Marx acerca de la desaparición del estado en el futuro, y a la luz del declive pronunciado de lo institucional sin freno a la vista, queda en serio entredicho su continuidad como entidad superior ordenadora tal como lo conocemos.
Buenos Aires, 21 de agosto de 2015
* Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad.