Equilibrio inestable
En una sociedad como la argentina, con un desarrollo tan extendido de clase media, la posibilidad de un accionar político opuesto a otro al que quiere desplazar no termine convalidándolo por el absurdo reside en el grado de plasticidad para asimilar hasta donde sea posible lo que se quiere superar.
Por Raúl Lemos*
(para La Tecl@ Eñe)
Alcanzar un equilibrio, en el opuesto de lo imperioso, de lo abrupto, se parece a la mirada en perspectiva de las hileras de árboles que bordean un camino, que visualmente se van aproximando a medida que se aleja la vista hasta parecer una, aunque mas no sea virtual. Esa apariencia, es la síntesis en que, no sin tensión, se funden todas las cosas que se contraponen sin perder totalmente su identidad alumbrando así nuevos mundos.
Muchas cosas consiguió el proyecto político saliente y muchas otras no. Las concretadas operarán en el nuevo tránsito que vertiginoso inicia, sea con normal existencia en la realidad, sea conflictuándola si es que la nueva administración decide suprimirlas como parece tentada. Nada se pierde, todo se transforma. Cada circunstancia o evento que de manera positiva o negativa obre sobre una parcela de la realidad dada, será un mojón que dará pie a una réplica que sentará su propio hito y así sucesivamente.
Va a ser arduo que el ritmo impuesto a esa dinámica por el Gobierno, sea el más apto para garantizar la continuidad de las políticas que, más allá de incongruencias a que fuerza el marketing electoral, propuso desde mucho antes de la campaña y esa duda nace no de la velocidad per se, sino de los instrumentos que dicha marcha le exige.
Luego de doce años con cambios que se insinuaron más allá de dogmas como revolucionarios, en contraste no solo con la experiencia política inmediata desde 1983 en adelante, sino también con la tendencia conservadora histórica de una inmensa mayoría de clase media como parte del bloque social dominante, se entiende la pulsión del poder real en el vértice de dicho bloque, de deshacer de una y sin miramientos ese andamiaje.
Solo que a veces, el instinto irresistible del escorpión que pica a la rana en el medio del río, se ve frenado en las nuevas derechas, por una valoración constructiva de la realidad en que sin renunciar a la propensión hegemónica, se abordan con más sagacidad que fuerza los nuevos paradigmas recreando el contexto imbricándolos con los nuevos que se pretenden imponer. Esto es un sentido superador, cuando lo que se persigue es un cambio de cultura y valores con la suficiente convicción de su novedad, si es tal, y la habilidad de hacerlo en plena democracia de la manera menos traumática posible.
Si en cambio, la rusticidad ideológica del mandato de clase no permite neutralizar esa pulsión restauradora súbita sin solución de continuidad con una estrategia electoral deliberadamente cínica que sirvió para disimularla y confundiéndola a su vez con el arte de gobernar, el resultado es de pronóstico reservado: hasta ahora el partido gobernante no ha mostrado saber gobernar con un ingenio superior al marketing con el que supo llegar a ese lugar.
En una sociedad como la argentina con un desarrollo tan extendido de clase media, la posibilidad que un accionar político opuesto a otro al que quiere desplazar, no termine convalidándolo por el absurdo, reside en el grado de plasticidad para asimilar hasta donde sea posible lo que se quiere superar. Y más aún con la efervescencia y la vitalidad democrática en lo institucional y en lo asociativo de distintos grados, como la que se vivió en los últimos años en una Argentina que emergía de la crisis del 2001.
No poder o no saber leer, los avances en una sociedad de cuya estigmatización trágica por la lucha entre lo nuevo que busca emerger y lo viejo que se resiste, da cuenta nuestra historia reciente y no tanto, puede ser también la diferencia entre la consolidación de un triunfo en toda la línea y otro a lo pirro con derrapes a corto o mediano plazo.
Precisamente, que el corrimiento de un porcentaje menor le haya dado el triunfo a una fuerza explícita de derecha por primera vez, así como ratificó antes a una de centro izquierda a lo largo de doce años en el Gobierno, habla de una sociedad cuyo inestable equilibrio exige, a cada quien, de consensos que antes faltaron y que deberían ser de cara al futuro un ordenador que de mayor previsibilidad al sistema político.
En ese océano subyacente de los procesos, en que la definición de los mismos depende más de la interacción de factores que de la mera voluntad humana, es condición indispensable para propios y ajenos, interpretar adecuadamente la obtención olímpicamente inesperada de tres núcleos geográficos centrales de poder político como la Capital, la Provincia de Buenos Aires y la Nación, cuando con certeza solo se esperaba conservar uno. Y esto, más allá del rol decisivo que jugaron la corporación judicial y mediática.
Es poderosamente significativa y singular, la relación de necesariedad entre la salida de un proyecto político de considerable fortaleza política, evidenciada hasta último momento como despedida única en su género en la plaza de todos, y el ingreso de otro en las antípodas, para lo que ni siquiera, se puede advertir ahora, estaba razonablemente preparado.
Las causas de ese inesperado desenlace son variadas e interactúan superpuestos en distintos planos de la realidad, pero lo paradojal de semejante barquinazo y sin dejar de reconocer la tendencia en la región, parece radicar más en una búsqueda casi a ciegas de un equilibrio entre términos de distinto signo como nunca visibilizados hasta ahora en el cuerpo social, léase grieta, que en la infalibilidad de la tendencia retardataria de los grupos concentrados.
Esta última década, fue una de las pocas veces en que el campo popular pegó primero y tan fuerte y eso tuvo su natural réplica. El contraste entre la intensidad de estos años de indiscutible plenitud política y el resultado del ballotage permiten inferir que la disputa venidera va a ser una muy seria.
El proyecto político saliente no supo, no pudo, construir un sistema de alianzas que le permitieran consolidar una hegemonía amplia en los sectores medios. Seguramente la grieta que cristalizó las diferencias que subyacían en la sociedad desde lejos y emergió vigorosa en los últimos años colaboró en la etapa contra esa posibilidad, y por ello la relanza al futuro como contradicción no resuelta, que el proyecto popular atenuando sectarismos deberá encarar si quiere alterar a su favor la ecuación.
Los portadores de lo ya conocido pero en versión más dura ya en el poder, no han exhibido todavía exactamente más que eso, para justificar que sea su inspiración la que prime en la geografía cultural por venir, en un país cuya conflictividad y su historia se la puede caracterizar de mil maneras menos por la apatía.
Mientras, en la hilera de árboles que bordea el camino, falta mucho aún para que comience a vislumbrarse a lo lejos un contorno más o menos nítido que defina su silueta.
Buenos Aires, 13 de enero de 2016
* Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad.